El escenario es la ciudad de Manchester, a principios de los noventa. Bob es un padre de familia, en paro, cuya obsesión particular es que su hija Coleen pueda estrenar vestido en su primera comunión. Para ello roba corderos, hace mudanzas, desatasca sumideros, vende carne por los pubs, ejerce como vigilante de discoteca, apuesta a los caballos o ayuda a levantar el césped de los conservadores.
Sin embargo, nada más empezar la película nos damos cuenta de que las cosas no serán fáciles para Bob. Representa al perdedor prototípico. La torpeza -en unos casos-, las buenas intenciones -en otros-, y la necesidad imperiosa de dinero -siempre- lo llevan al fracaso una y otra vez.
El Manchester que nos muestra Loach (barrio católico de viviendas subvencionadas) es un testigo más de este drama, a ratos cómico, a ratos trágico. La droga, el cobro de deudas, la religión, los trabajos sin contrato, los robos… todo ello esta presente en el filme.
Es interesante pararse a reflexionar tras su visionado. ¿Por qué Bob se obstina en comprar un carísimo traje nuevo, cuando en casa no tienen dinero ni para llegar a fin de mes? ¿Por qué hace caso omiso a los sensatos consejos de su párroco (que por cierto, es un jefazo)? No creo que sea tanto porque como católico ferviente deba respetar la tradición, sino más bien por un complejo de inferioridad: el sentimiento de pertenecer al proletariado, a la clase desfavorecida. Quiere que su niña sea la más deslumbrante el día de su primera comunión. Al final, ¿valdrá la pena?
Por cierto, pronto os traeré otra película de Ken Loach: Sweet sixteen. Preciosa.
¡Hasta otra, cinéfilos!