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Lluvia de verano – Capítulo IV

Publicado el 23 diciembre 2013 por María María Gallegos @VLE_Blog

Amaneció el sábado, y a Dani lo despertó el sol que entraba débilmente por la ventana. Se desperezó lento y se sentó en la cama. Con las manos en el colchón, se dio cuenta de que aquel día debería ser el día en el que le debía contar a sus padres la aventura que quería emprender. Sabía que les sentaría mal, porque dejaría los estudios a un lado, pero si quería ser feliz no le quedaba otra.

Al llegar a las escaleras se encontró con Hugo tumbado, su sharpay marrón, y pensó cuánto le echaría de menos a él también. Le acarició la cabeza, lo cual hizo que el perro se despertara.

— Hugo, espero que no llores mucho por mí cuando me haya ido —dijo Dani sonriendo.

El chico se dirigió al piso de abajo y entró en la cocina. Eran las 10 y 9 minutos, según marcaba el reloj con forma de timón que colgaba en la pared. La madre de Dani se encontraba sentada en la mesa bebiendo una taza de café mientras miraba por la ventana.

— Buenos días, cariño —dijo Luisa.
— Buenos días, mamá —respondió el joven mientras se acercaba a la cafetera. Se sirvió una taza de café, le añadió leche y se sentó junto a su progenitora.

Estuvieron un rato sin decirse nada el uno al otro.

— Dani, tesoro, yo sé que te pasa algo. Tengo ese presentimiento. Apenas he podido conciliar hoy el sueño. ¿No tienes nada que decirme?

El hijo no levantó la vista de la taza que sujetaba con ambas manos, y asintió con la cabeza.

— Es un poco difícil de digerir, mamá, pero prefiero esperar a contároslo a papá y a ti a la vez. Marcos ya lo sabe, y me ha dado su aprobación. Espero que vosotros también lo hagáis, así sabré que me entendéis.
— Bueno hijo, si así lo quieres, así será. Pero no tardes mucho en contárnoslo que me tienes en ascuas.

Luisa se levantó, y camino de la puerta le dio un beso en la frente a su hijo.

*           *            *

Sonaba el teléfono, y desde el piso de abajo Marcos gritó:

—¡Dani! ¡Es para ti! ¡Cógelo!

Dani se acercó al teléfono que había en el descansillo del pasillo de la planta superior y descolgó.

— ¿Sí?
— Dani, soy yo, Marta. ¿Puedo ir a tu casa a hablar contigo?
— Claro, ven cuando quieras, estoy solo con Marcos.

Veinte minutos después sonó el timbre, y el más pequeño de los hermanos abrió la puerta.

— Hola, peque, ¿cómo va el día? —dijo Marta mientras abrazaba a su amigo.
— Bien, no va mal, tranquilo hasta que mis padres lleguen, ya sabes, toca contarlo ya.

La pareja de amigos salió al jardín trasero y se sentó en el césped.

— Bueno, ¿qué? ¿Ya sabes cómo vas a empezar todo? —preguntó Marta.
— Sinceramente no lo sé, enana. Lo que más me preocupa ahora es la forma en la que se lo van a tomar mis padres.
— Es lógico, pero si te quieren te entenderán, confío en que aprueben tu decisión —respondió la chica.
— Eso espero yo también, amiga. No quedaría tranquilo si tuviera que irme con ellos a disgusto.

Marta miraba fijamente a su amigo, mientras que él no paraba de arrancar hierba con las manos.

Los jóvenes charlaron sobre cosas triviales hasta que empezó a esconderse el sol. Dani no tenía ganas de seguir ahondando en el tema que tantas fuerzas le absorbía.

El chico acompañó a su amiga hasta la puerta de su casa y se despidieron como acostumbraban, con un abrazo. Ella le guiñó un ojo y se marchó despacio por el camino de grava.

*           *            *

— Sé que no es fácil de entender lo que voy a contaros, pero, como ya le dije a mamá esta mañana, necesito vuestra aceptación antes de empezar con ello.

Dani se encontraba apoyado sobre sus rodillas en un sillón de piel del salón de su casa, y en frente, en el sofá, sentados en posición de alerta estaban sus padres, atentos a cada palabra que su hijo les decía, ya que se temían que el tema era grave.

— A ver por dónde empiezo… —el chico miraba al suelo y se irguió.— Como ya sabéis, llevo unos días ausente, sin hablar demasiado con ninguno de vosotros, y todo ello comenzó a partir de la decisión que he tomado. Aquí, en casa, en la ciudad, en este ambiente…me ahogo, me agobio, y siento que no soy yo. Noto una agonía constante que me pesa en el pecho y no me deja ser feliz, al menos del modo en que yo quisiera. Siento que el tiempo se me escapa de entre las manos que estoy desperdiciando mi vida y que debo irme si quiero saber quién soy y para qué estoy en el mundo. Hay una fuerza que me impulsa hacia afuera, fuera de mi piel, y debo dejarme ir a su merced. Es como el viento cuando arrastra las hojas en otoño. Pues mi viento me empuja a viajar y a encontrar todos los pedazos de mí que ha repartido por el mundo. Mañana salgo en mi marcha, no sé aún por dónde empezaré, pero mañana me voy, y no hay marcha atrás. Tampoco sé el tiempo que estaré fuera, puede que un mes, varios, o incluso más de un año.

El aire de la sala podía palparse con las manos. El padre miraba al chico como escrutándole cada milímetro cuadrado de los ojos, mientras que la madre se limitaba a mirar hacia sus zapatos. Pero en realidad la mirada iba hacia un vacío que no tocaba fin.

Finalmente la mujer decidió romper aquella tensión. Agarró la mano de su marido y se pronunció.

— Daniel, cariño. Sabemos cómo te sientes, y vemos que vas a tener que dejar los estudios, pero como siempre te hemos dicho, nosotros sólo queremos lo mejor para ti y que seas feliz. Creo que hablo en el nombre de los dos, de tu padre y el mío, y no entendemos esa decisión de irte incluso del país para saber qué quieres hacer con tu vida. Ya eres mayor de edad, y si miramos desde otro ángulo, esperamos que esta aventura te haga madurar, ver las cosas de otro modo y valorar los pequeños detalles que tenemos contigo y que esperemos que eches de menos.
— Yo estoy contigo hijo. Deseo de todo corazón que no caigas en un vórtice de arrepentimiento cuando pasen unos años, lamentándote cada día por lo que no hiciste y podrías haber hecho —añadió Manuel.

Aquellas palabras de sus padres conmovieron a Dani, el cual se acercó a ellos y abrazó fuertemente mientras le caían lágrimas por sus mejillas.

*           *            *

Una vez el chico hubo terminado de hacer las maletas, abrió el armario y sacó un viejo mapamundi de cuando iba a primaria, y lo colgó detrás de la puerta de su cuarto. Del lapicero del escritorio sacó un dardo. Con él en la mano, se aproximó a la puerta y con los ojos cerrados lo lanzó. Se acercó al mapa, quitó el dardo y observó dónde estaba el agujero: Nebraska, junto al dibujo de un indígena norteamericano.


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