Revista Cultura y Ocio

Lluvia, sábanas, sopa y sonrisas. Por Nery Santos

Publicado el 14 septiembre 2023 por Nerysantosgomez

Singing in the rain by Arthur Freed

Performed by Gene Kelly 

I’m singin’ in the rain,

Just singin’ in the rain,

What a glorious feeling,

I’m happy again!

I’m laughing at clouds

So dark up above,

The sun’s in my heart and I’m ready for love!

Let the stormy clouds chase

Everyone from the place,

Come on with your rain,

I’ve got a smile on my face!

I’ll walk down the lane

With a happy refrain,

Just singin’, singin’ in the rain!

Llueve. El cielo se ha embravecido y lanza balas de plata que agujerean al mar a pesar de que pareciera que se ha blindado inútilmente con una capa plomiza. Las gaviotas patiamarillas y las pardelas se protegen bajo los árboles más frondosos o buscan refugio en sus cuevas abiertas entre las piedras. 

No me queda más que mirar y consolarme con un café con leche, también he preparado una rica crema caliente de calabaza. Desde aquí, como publico en primera fila, puedo disfrutar el espectáculo de poder que presenta el cielo; lanzando rayos, tronando y asustando con sus nubes negras, desatadas contra el mar y la tierra.  Antes de que termine la sopa comienza a escampar.  

No ha durado mucho la batalla campal y el sol sale tímidamente como un juez de paz. Las últimas gotas de lluvia despiertan el petricor. Ese especial olor a lluvia que se produce al combinarse las gotas con la tierra y las plantas. Un olor que tanto nos gusta a todos.  

Dicen  que estimula sistemas antiguos en nuestros cerebros ( la amígdala como estructura del sistema límbico) conectados a la evolución y transmitidos generacionalmente. La explicación es que se asocia con la maduración de las cosechas y se transmite como un sentimiento positivo. Trae un recuerdo ancestral. Como si con esa percepción que vive en nosotros estamos conectando con millones de humanos que vivieron antes y accediendo a sus emociones. Llevamos dentro de nosotros un cordón invisible y larguísimo que nos une con la memoria de toda nuestra especie. Una herencia abismal con códigos para la supervivencia y hasta para los gustos que nos dejaron los antepasados. 

Conmigo observando esta lluvia y aspirando el petricor está ese hombre de las cavernas que creía que el mundo se estaba acabando por el escándalo del cielo y que buscaba refugio en su cueva. También me acompaña el agricultor que se alegraba de la lluvia que regaba sus campos y mis padres, que se entristecían porque en los días de lluvia, los vendedores ambulantes no vendían el jugo de caña de azúcar extraído en la fábrica con la que nos manteniamos (y este había que botarlo porque se fermentaba). Daba pena por los vendedores, que dependían de la venta diaria del jugo para mantenerse, por los corteros de caña que se habían esforzado tanto, por los obreros que exprimieron la caña en el trapiche para extraer el jugo verde y dulce tan lleno de vitaminas y nutrientes y por nosotros que teníamos que pagar las cuentas. Pero mis padres también se alegraban cuando dejaba de caer el diluvio y las gotas generosas regaban las flores de mamá en la terraza, la mata de mango en el patio y las cosechas de mi padre en la finca. Yo me refugiaba debajo de mis sábanas bajo el tintineo del techo de zinc y hasta allí llegaba el petricor producido por la geosmina. ¡Tierra mojada que desprendía su alegre perfume que penetra y embriaga!

El hombre en la cueva, el agricultor, mis padres y yo, todos dentro de mí, nos refugiamos y sonreímos cuando acaba la lluvia y se despierta ese vaho húmedo que como un caldo promete vida. 

Dicen que hasta los camellos se alegran al oler el petricor, porque en la aridez de los desiertos pueden tener la certeza de que conseguirán agua. Los pájaros porque beberán de las hojas empapadas y se bañaran en los charcos. Hasta los caracoles  salen a celebrarlo y los gusanos de tierra aprovechan para  abrir nuevos caminos que permeen la tierra para que el agua llegue a las semillas y las raíces.  

Mi madre tenía una virgencita traída de Portugal cuyo manto azul se ponía rosado cuando iba a llover. La virgen era mejor que el meteorólogo que predice el clima en el noticiero. 

“Nunca llueve a gusto de todos” dice el refrán, lo que sí es cierto es que la lluvia te pide un receso. Parar por un rato y observar las gotas resbalando por el cristal de la ventana, mirar cómo se unen con los charcos en la calle, sentirla golpeando el techo, ver el río crecer empoderado. Entonces se detiene el constructor, los motoristas esperan pacientes debajo del puente, y nos sacan de la piscina temiendo tormenta eléctrica. Esperar, sentir y oler…Y hay quien entonces sale a enfrentarla con el paraguas y el  impermeable, o el que se escapa para disfrutarla bailando y dejándose empapar y a los que inspira una canción o un poema. Lo que sí es cierto es que igual que el gusto por el petricor nos une con las generaciones pasadas, también nos ata con las futuras y es nuestro deber tanto honrar a los antepasados como entender que a las descendencias futuras podemos influenciarlas, no solo con nuestros actos sino también con nuestras emociones y pensamientos. 

Por todo esto, la lluvia me estimula, pero también me pone nostálgica y la mejor solución pues tres eses: Sopa, Sábanas y Sonrisas.  

Lluvia, sábanas, sopa y sonrisas. Por Nery Santos

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