Editorial Atalanta. 422 páginas. 1ª edición de
los cuentos: de 1910-1930; esta edición: 2016.
Traducción de Concha Cardeñoso Sáenz de Miera.
Prólogo de Vicente Molina Foix.
Creo que la primera vez que supe
del escritor británico William Somerset
Maugham (embajada británica en París, 1974-Niza, 1965) fue a los dieciséis
o diecisiete años, cuando leí la novela de ciencia-ficción Doctor moneda sangrienta
de Philip K. Dick. En esa novela,
tiernamente apocalíptica, un astronauta atrapado en una órbita geoestacionaria
sobrevuela la Tierra leyendo fragmentos de Al filo de la navaja de Somerset
Maugham. Años después supe que Somerset Maugham fue un escritor de gran
renombre (de hecho, fue el escritor mejor pagado de su época), famoso por las
novelas Al filo de la navaja y Servidumbre humana. En los años 90
del siglo XX, Maugham era un escritor bastante olvidado, y supuse que sus
novelas habían sido bestsellers sin
valor literario. Recuerdo un artículo (¿leído en Babelia?) escrito por Vicente
Molina Foix –que firma el prólogo del presente volumen– en el que afirmaba
que había considerado a Maugham un escritor de novelas sin demasiado valor
literario, pero del que alguien le había regalado sus cuentos completos (imagino
que en inglés) y éstos le habían sorprendido muy gratamente.
Algún tiempo después, con la
lectura del artículo de Molina Foix en la cabeza, compré en un quiosco una
edición barata de RBA que recogía cuatro cuentos de Somerset Maugham. Los leí
seguramente hace más de quince años y me dejaron un buen recuerdo. Por eso
cuando Paula Rosés, que ahora
trabaja en la editorial Atalanta, me propuso el envío de este volumen, que
antologa doce de los cerca de cien cuentos que escribió Maugham, para que lo
reseñara, no pude resistirme al ofrecimiento.
Algunos de los cuentos de este
libro superan las cincuenta páginas y por lo tanto podríamos hablar, en más de
un caso, de novelas cortas.
Según nos cuenta Molina Foix en
su prólogo, Somerset Maugham se resistió a la enorme influencia que ejerció el
modelo de relato de Antón P. Chejov en
los escritores anglosajones de principios del siglo XX. Para Maugham, los
relatos deben avanzar «en una línea ininterrumpida desde la exposición a la
conclusión»; el cuento ha de reconstruir «sólo un hecho, material o espiritual,
al que por la eliminación de todo lo que no es esencial para su elucidación se
le pueda dar una unidad dramática». Por tanto, según Molina Foix, Maugham es un
defensor de la narración que va al grano del sentido, y prefiere acabar sus
cuentos «con un punto final antes que con puntos suspensivos».
Muchos de los cuentos de Maugham
están ubicados en lugares exóticos, principalmente en el Extremo Oriente, por
ejemplo en los Estados Malayos Federados, o en ciudades como Pago Pago o Apia, sometidas
al imperialismo británico.
Si bien los relatos situados en
el Extremo Oriente acaban siendo los más recordados por el lector, en este
libro existen también otros cuentos –en concreto cinco– ambientados en Gran
Bretaña o en el continente europeo. En este sentido, el segundo cuento,
titulado El sacristán, el segundo más breve de los aquí presentes,
recoge con fina ironía una sencilla anécdota sobre un hombre al que nunca le
hizo falta saber leer o escribir para que le fuera bien en la vida. Maugham
parece desear contradecir los convencionalismos sociales, y por eso este cuento
guarda una estrecha relación de planteamientos con otro titulado Cosas
de la vida, sobre el malestar de un padre cuyos consejos a su hijo para
su primera salida de casa son por completo contradichos por el triunfo del hijo
en todos los sentidos. Son cuentos muy británicos, irónicos y encantadores, de
anécdota clara y luminosa, y se leen con agrado. Sin embargo, su propuesta
palidece en comparación con los logros de los cuentos de Chéjov, que resultan
más hondos y trascendentes.
El mexicano lampiño
también es poseedor del más puro encanto británico de los relatos de espías. Me
ha recordado a las propuestas de autores como Graham Greene, aunque su sorpresa final, que supuestamente debe
elevar el valor del relato hacia algún sentido de mayor trascendencia, me ha
sabido a resolución ya conocida; un truco que he visto de niño en programas
como, por ejemplo, La hora de Alfred Hitchcock.
La joya, sobre la relación
de un burgués londinense con su sirvienta, no puede ser más británico, pero no puedo
evitar pensar que Chéjov podría haber invadido el relato de un majestuoso aire
melancólico y Maugham prefiere dejarlo en una irónica crítica de costumbres de
vuelo más bajo.
Me percato de que el comentario
de Molina Foix, en el que contrapone la concepción del cuento de Maugham a la
de Chéjov, en cierto modo condicionó mi lectura de este libro y está
condicionando la redacción de esta reseña. Pero mi comentario sobre Lluvia y otros cuentos no acaba aquí. Aunque
considero que Chéjov ganó a Maugham la partida de la modernidad, tengo más
cosas que decir sobre Maugham, sobre su redención como escritor porque, y lo
voy a decir ya, los dos últimos cuentos (o novelas cortas de este libro), sus
últimas cien páginas, son maravillosas.
De los cuentos ambientados en
Europa mi favorito es La señora del coronel, que nos habla
del impacto que causa el inesperado éxito del libro de poemas de la esposa de
un coronel en su matrimonio. La anécdota irónica irrumpe al final, pero el
desarrollo del cuento muestra mucha vida, muchas aristas, muchas servidumbres y
ángulos oscuros sobre la relación que mantiene la pareja. Estos personajes
tienen hondura y Maugham se muestra como un fino observador del alma humana.
El libro empieza con el relato La
carta, ambientado en el Extremo Oriente, que plantea el misterio de un asesinato
entre blancos. En este relato se despliegan ya los elementos constructivos de
los relatos orientalistas de Maugham: la mirada condescendiente sobre los
nativos (con un poso de superioridad en los ojos del colono hacia el buen
salvaje malayo), el machismo de la época (con mujeres abnegadas cuya función
social es, principalmente, la de servir de objeto decorativo a su marido), y la
ruptura de las normas de convivencia mediante la irrupción de la pasión,
principalmente sexual, en los convencionalismos sociales.
La ambientación de los relatos en
el Extremo Oriente es muy seductora y se convierte en un protagonista más de
estas narraciones.
La nave de la ira
contrapone las costumbres relajadas y escandalosas de Ginger Ted, un blanco borrachín
y pendenciero que habita en unas islas de la colonia británica, con el
comportamiento de los hermanos Jones, misioneros en las mismas islas. La
señorita Jones sufrirá una crisis de atracción-repulsión hacia Ted. Éste es un
cuento muy divertido, aunque quizás el cambio de personalidad final de Ginger
Ted (supeditado a la trama) sea un tanto exagerado y rompa con la verosimilitud
del relato, en aras del efecto final.
Red ya lo había leído en
esa colección de RBA que he mencionado al principio. Aquí se usa un recurso que
se repite en otros cuentos: el de un narrador que cuenta una historia a otras personas
en torno a una mesa o unas copas. Se trata de una historia melancólica sobre el
amor y el paso del tiempo, que ofrece estupendas descripciones del entorno
natural malayo.
Don Sabelotodo transcurre
en un barco (la presencia de los barcos y el mar en estos relatos es prolija)
y, si bien he realizado la división arbitraria entre cuentos europeos y
orientales, éste (ambientado en un barco que va de San Francisco a Yokohama)
sería de composición híbrida. Don Sabelotodo es, con sus nueve páginas, el más
corto del conjunto, y vuelve a contraponer los convencionalismos sociales a la
verdad de las pasiones humanas.
He buscado información sobre
Somerset Maugham en internet y he leído que, a pesar de haber estado casado y ser
padre de varios hijos, mantuvo varias relaciones homosexuales, y alguna de ellas
duró hasta treinta años. Esto ocurría en un momento en el que la homosexualidad
estaba perseguida en Gran Bretaña, y a raíz de este dato creo que se entiende
mucho mejor su obsesión por los convencionalismos sociales, las apariencias y
las verdaderas pasiones que asaltan la vida de las personas. Es cierto, sin
embargo, que aunque en estos cuentos encontramos una relación incestuosa entre
hermanos, no hay ningún personaje homosexual, y aventuro que Maugham, al
escribir estos cuentos, se identificaba con las mujeres sometidas a sus maridos
y deseosas de vivir aventuras eróticas.
Me he dejado para el final el
comentario de los que me han parecido los tres mejores cuentos. Empiezo por La
bolsa de libros: en él vuelve a utilizarse el recurso del personaje que
narra una historia a otro. El argumento es una historia terrible sobre celos e
incesto.
Por una tradición personal, cuando
se acerca el verano leo literatura de género, normalmente de terror. En algún
momento, al leer los relatos de este libro, me daba cuenta de que mi mente,
imbuida por el exotismo de los escenarios, me llevaba a pensar que el
desarrollo de la historia se iba a acercar al género fantástico o de terror.
Estas expectativas subconscientes quedaron colmadas con La bolsa de libros.
Como ya he apuntado antes, las
últimas cien páginas de este libro, formadas por los relatos –o más bien,
novelas cortas– Lluvia y El P. & O., son maravillosas.
Lluvia es el cuento más
famoso de Somerset Maugham y puede que su pieza más valorada por la crítica
(por encima de sus novelas). En este relato se vuelve a contraponer la lucha
entre el decoro social (representado por los Davidson, una pareja de estrictos
misioneros) y la pasión por la sexualidad sin represiones (representada por
Sadie Thompson, una joven y descarada prostituta). Los Davidson y Sadie se ven
obligados a compartir casa en Pago Pago porque su viaje por mar se ha visto
interrumpido. Los Davidson comparten estancia con los Macphail, y la estancia
de abajo está ocupada por Sadie. El relato refleja la visión del doctor
Macphail sobre el resto de personajes. El doctor se siente cada vez más
incómodo con la intolerancia del misionero Davidson. La narración está muy bien
ajustada y el desenlace deja al lector con un nudo en la garganta. Una gran
novela corta.
Antes de empezar a leer el libro
ya sabía que Lluvia era el relato más
famoso del autor y al leerlo mis expectativas han quedado satisfechas, pero
casi me ha gustado más El P. & O., que cierra el libro
y describe el viaje desde Oriente hasta Inglaterra de la señora Hamlyn. La
protagonista huye al descubrir que su marido, con el que compartía casa en
Yokohama, no se ha limitado a serle discretamente infiel, algo que la señora
Hamlyn podría soportar, sino que se ha enamorado públicamente de una mujer que
hasta entonces era amiga de la familia. La señora Hamlyn tiene ya cuarenta años,
y lo que más le duele, por encima de la infidelidad de su marido, es que éste,
de cincuenta años, no la haya dejado por una jovencita, sino por una mujer ocho
años mayor que ella. En el barco conocerá al señor Gallagher, de cuarenta y
cinco años (se insiste en las edades de los personajes), que regresa para instalarse
en Irlanda, su tierra natal. Una extraña enfermedad, que irá creando un oscuro
estado de ánimo en el barco, postrará en cama al señor Gallagher. El final
epifánico de este cuento, con la señora Hamlyn contemplando lo que le queda de
vida por delante, es realmente hermoso. Al nivel de las grandes narraciones de Raymond Carver, Richard Ford o John Cheever.
No se me ocurre mejor elogio.