Es el haiku como el cine mudo de la poesía. Y a través de él cumple la poesía una de sus funciones esenciales que no es otra sino la de crear espacios vacíos, incluso en la vida social. En el haiku siempre nos ha parecido que la ubicuidad del espacio desafía a la fugacidad del tiempo, sin embargo este libro es una cruz de espacio y tiempo, dado el carácter secuencial del paso del “monje albino” por alguno de sus poemas, remembranza del vagabundo, pero también de la stasis, en la que la condición del movimiento consiste precisamente en el “no moverse”, el reposo del cuerpo y una intensa vida interior, el éxtasis. El haiku es siempre el destello del instante, pero también un punto de intersección sutilísimo entre Heráclito y Parménides, entre el hombre y la naturaleza, como los animales domésticos que acompañan al ser humano y que son un haiku vivo; entre la palabra perdurable y el silencio definitivo. ©María Antonia Ortega (Fragmentos del prólogo a Lluvias continuas) Días de julio: junto al frambueso en flor dormir al raso. Por el sendero caen agujas de pino. Pasa un tejón. Espino en flor. La aldea de pizarra deshabitada. Campos de escarcha. En el zurrón del nómada su carta astral. Un crematorio. En el umbral tres niños bailan peonzas. ©Verónica Aranda De Lluvias continuas (ciento un haikus), Polibea, Madrid, 2014 http://www1.polibea.com/ellevitadorpolibea/PEDIDOS.HTML