Revista Cultura y Ocio

Lo ancho para ti – @JokersMayCry

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

Llegaba el invierno, implacable, con sus caricias heladas, con sus abrazos gélidos, sus besos cortando la cara llenos de frialdad, su vals de copos cayendo antes de amontonarse en el resbaladizo suelo. El río desprende también ese frío al lado del Puente Humboldt, de piedra grisácea que parecía casi negra por la oscuridad y la humedad, revocado varias veces con cemento que no tardaba en rajarse y tatuado por grafitis de pollas, alguna frase protesta con faltas de ortografía y la firma de algún chaval que dejó su nombre a sabiendas de que nunca alcanzaría la fama a no ser que lo detuvieran tras un atraco a mano armada dejando tras de sí un par de decenas de cadáveres.

Martha y Bill McRayan calientan sus manos sobre una fogata hecha con la poca leña que el río arrastra hacia el puente y que dejaban secar mientras oyen a gente pasar por encima de ellos riendo. Levantan por un momento la vista sabiendo que no van a ver quiénes son, pero recuerdan cuando ellos habían sido felices, la primera vez que se habían besado había sido en ese puente una noche de verano hacía ya quince años. Vuelven la vista hacia el fuego con la mirada brillante por el frío.

-Martha…

Siente una tensión en el pecho, nota cómo su corazón se acelera antes de formular la pregunta. Ella sabe la pregunta, siente lo difícil que es para él hacérsela, así que responde.

-No, Bill.

Respira aliviado, aunque también se frustra. Martha, su querida mujer, vende su cuerpo en las esquinas por 20 dólares el polvo y a 5 la mamada. Bill toca una armónica que le había regalado su padre, nunca supo usarla ni se interesó por ella hasta que acabó en la calle, pero con el tiempo ha logrado sacar alguna melodía inventada con algún sentido. Sin embargo, a veces, se para en mitad de la canción. No importa, nadie le escucha, la gente pasea mirando al frente, desviando la mirada para no ver lo que la pobreza puede hacer con un hombre, para no sentir lástima al llegar a la comodidad de una casa. El mundo exige que uno sea frío, impasible. Algunos le tiran unos centavos, con eso es suficiente para acallar la voz de su conciencia. Bill, aleja la armónica de sus labios y se imagina a su Martha siendo penetrada por cualquiera, tal vez por ese tío que le acaba de dejar unas monedas sabiendo que se acaba de follar a la mujer de su vida. Tal vez ese negro que seguro que esconde una gran polla que roza los treinta centímetros. Piensa en si Martha alguna vez habrá disfrutado, si se olvida de él durante el polvo… A veces desea morir desnutrido antes de que ella traiga algo de comer; otras, en un acto altruista, imagina que un Jaguar se detiene frente ella, un hombre con traje de Armani se baja, la lleva a su magnífica casa de tres plantas con piscina y que ambos se enamoran, se casan y, por fin, Martha tiene lo que se merece, que ella es feliz. Bill se rinde un poco más cada día convenciéndose de que no puede hacerla feliz, que un día ella morirá congelada o de una puñalada por algún cerdo que no quiera pagarle el polvo o la mamada y echa un trago de vodka para entrar en calor porque la derrota es verdaderamente fría.

-Bill…

-Dime, mi vida.

-Dan más limosna a los que tienen un hijo.

Puta hambre, el hambre podría hacer que la mitad del mundo devorara a la otra mitad. Ya lo hace, por gula, es Capitalismo. Bill se convence de que nadie querrá tirarse a una furcia embarazada, o sí, porque hay gente con inclinaciones para todo. Pero el tercer trimestre no y después del parto tampoco y sí cree que conseguirán más dinero. El niño nacerá en septiembre, tal vez muera de frío o quizá pueda venir enfermo. Puede que incluso Martha tenga alguna enfermedad seria contagiada y no lo sepa.

-Hagámoslo, cariño.

-Sí, cielo.

Martha gime de placer y Bill piensa si también jadea así con los hombres que le pagan, intenta no escuchar, sólo embiste con fuerza, descargando todo el odio que habita en él, deseando correrse ya para dejar de sentirse uno más, porque no se siente su marido, únicamente, otro más. Eyacula su frustración, su tristeza, su impotencia, sus mil males en forma de semen con el que ella quedará embarazada, un hijo hecho de la desesperación.

El invierno pasa, el hambre no. La armónica de Bill no obtiene buenos resultados; el cuerpo de Martha tiene un poco más de éxito. A veces, Bill se niega a comer lo que Martha consigue, pero acaba engullendo un bocadillo con toda el ansia del mundo mientras se escupe y se castiga por dentro. Orgullo era lo que más se comía. Puta hambre.

Llega el parto y, al día siguiente, Martha sale con el niño a dar lástima. Ni siquiera le han puesto un nombre, pero le han puesto un precio en su imaginación, tal vez les pueda llegar a dar 10 dólares al día. Pasado un mes, Martha vuelve a la prostitución y Bill exhibe al niño semidesnudo mientras sopla la armónica. Desde luego, la escena es tristísima, máxime cuando a Bill se le da tan mal tocar. Vuelve a casa con 3 dólares.

A Martha la han echado de menos y vuelve con 60. Él aprieta los dientes, le vuelca el corazón hacia el lado más siniestro sintiendo cómo arde en el infierno de su sangre.

-Martha, he visto que a los mendigos con hijos enfermos les dan más dinero.

-Pero nuestro hijo no lo está.

-Cortémosle las piernas y cautericemos las heridas.

-¡No! ¡Me niego a hacer eso!

-Si tú puedes hacer con tu cuerpo lo que te dé la gana, yo puedo hacer también lo que me dé la gana con el suyo.

Y Bill coge el hacha con el que parten la leña que trae el río de vez en cuando. Martha grita, pero él la golpea dejándola inconsciente en el suelo. Pone el hierro en la hoguera y corta. Los gritos son horribles, el bebé llora escandalosamente de dolor, un dolor que no debería haber conocido en su vida. Cauteriza la herida con el metal incandescente. Pero una pierna no es suficiente, si le faltan las dos, le darán más dinero y Martha no tendrá que follarse a nadie. Y corta de nuevo sin ninguna lástima de la pobre criatura que estira desesperadamente los brazos hacia su padre buscando su protección, un abrazo que dé consuelo, que aplaque el inmenso escozor, le pregunta con las lágrimas por qué recibe tanto dolor de quien debería amarlo, hasta perder el conocimiento al ser cauterizado. Silencio, sangre y el río pasa como si nada, como gente.

Martha, cuando vuelve en sí, grita al ver a Bill asando las piernas de su hijo.

-Tranquila, amor. Tú lo has parido, lo ancho para ti.

Y, como ya se sabe, el hambre es muy puta.

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