Eso era al inicio, porque dos años después la historia se ha desmadrado de tal manera que no hay por dónde agarrarla. Que me sigue gustando, no vayáis a pensar. Sí, como vaciador cerebral no hay nada mejor, pero yo reconozco que, aunque siempre fue un culebrón, en los últimos tiempos se está pasando de frenada.
Ejemplo, capítulo décimo de la tercera temporada, el de la semana pasada, vamos. En cuarenta minutos sucedieron todas estas cosas:
- Un abandono ante el altar (que se veía de venir desde hace siglos, por otro lado). - Un anuncio de enfermedad complicada, no sabemos si incurable, pero todo puede ser. - Un suicidio (o intento de, no se sabe tampoco). - Unas pruebas de paternidad que concluyeron con oh, sorpresa, no era tu hijo, sino de tu hermano. - Una boda, esta de verdad. - Un ataque de cuernos de un político con su amante, que, a su vez, es escort. O sea, puta de lujo, para entendernos. - Una pelea entre una nueva -que no sabemos bien de dónde ha salido ni por qué- y su ex -que no sabemos directamente quién es-. Pelea que se saldó con un puñetazo. En la cara de la chica. Yes, violencia de género. También.
Todo esto, os lo juro. No en una temporada, no. En un sólo capítulo.
Cuento todo esto porque creo que Nashville es más divertida cuando no se toma tan en serio. Esta misma temporada ha habido momentos hilarantes, producto en su mayoría de las tribulaciones de Hayden Panettiere, Juliette en pantalla, con su escaso metro cincuenta y su barrigota de embarazadísima. Momentos graciosos y tiernos que deberían explotarse más, en vez de darse a la mezcla loca de tramas y situaciones completamente inverosímiles que están empezando, mucho me temo, a afectar a los actores, que ya no se creen lo que dicen. Y así les va.
El culebrón o se lleva bien, como en la primera temporada de esta misma serie, o se ironiza sobre él, como hace Jane the Virgin, una de las últimas series del año. Una cosa loca, loca, loca pero que sabe bien lo que es y lo que hace. Ironía pura, mucha mala leche, grandes actores y dosis extra de carcajadas. Un encanto de historia, en la que encima sale Jaime Camil, que aquí nadie conocerá, claro. Pero yo sí, porque, años ha, este hombretón fue el presentador de un operación triunfo México. Que yo veía, sí, porque, por aquel entonces, tenía Via Digital. Y en Via Digital se veía Galavisión. Y yo no quitaba Galavisión de la tele.
Todos tenemos un pasado y el mío adolescente está muy, mucho, demasiado quizás, relacionado con México. No regrets. Ehem.
Total, que Camil y otros tantos que se cachondean sin reparos del tradicional culebrón sudamericano y crean una serie fresca y muy, muy divertida, que me viene de perlas para pasar el trago de Homeland.
Homeland, yo te adoro. Homeland, yo te venero. (Ojo, spoilers)
Servidora de ustedes no vio la tercera temporada de esta serie en su momento de emisión porque me aburrí un poco del tema Brody y porque las críticas fueron bastante reguleras. No desestimé nunca la idea de darle una oportunidad pero ese momento se iba alejando cada vez más y más, hasta que llegó la cuarta temporada y mis gurús del Twitter empezaron a dar palmas y a decir que Homeland había vuelto. Cómo será mi fe en la humanidad tuitera que me maratoneé los doce capítulos de la tercera, con la vista fija en llegar cuanto antes a la cuarta. Y aquí estoy, puesta al día por fin, a un capítulo del final, el que echan el próximo domingo, intentando llevar una vida normal pero con sólo una cosa en la cabeza: ¿qué
Especificando por temporadas, la tercera digamos que es un seis raspadete. El problema principal es que Brody era un personaje amortizado desde el final de la primera temporada. Se logró que aguantara la segunda, pero lo de la tercera ya rozó el esperpento y le restó mucha verosimilitud a la historia. En cambio, la cuarta, liberada por fin del lastre del marine pelirrojo, ha remontado el vuelo que es una gloria. Por fin se le ha dado a Peter Quinn el protagonismo que merecía, por fin la acción ha salido del todo de los USA y se ha trasladado a donde se corta el bacalao en estos temas, Afganistán y Pakistán, y por fin podemos ver y escuchar a la otra parte, al enemigo, no representado sólo como líderes malísimos que quieren hacer mucha pupa a los americanos porque sí, sino como personas de carne y hueso, que sienten, que piensan y que sufren. No puedo más que aplaudir por el ejercicio de valentía y el puñetazo en la mesa que ha dado la serie. Ole y ole.