Revista Comunicación

Lo del viaje a Graná (por fin)

Publicado el 16 enero 2015 por Lya
No conté nada del viaje a Granada por una sencilla razón: me puse MUY mala a la vuelta. Pero mala, mala. Que, entre vómitos y fiebres, estuve así un mes, con afonía de una semana, no sé sabe por qué, incluida. Pero muy mala, de eso que subía escaleras y me tenía que parar a la mitad porque no me daba el resuello. Ya sé que los años no pasan en balde pero, oiga, qué mala. 
Muy mala, ya digo, por lo que no tenía ánimos para escribir porque, encima, todo lo que sonara a Granada me ponía peor. Sí, hice ahí una extraña asociación Granada-tapas-cerveza-viaje-náuseas que pobre ciudad mía, qué injusticia. Porque, oiga, qué ciudad. Qué maravilla. Qué belleza. Qué todo. Y yo, sí, qué mala. 
La cosa del viaje comenzó por influencia de Marycheivis, que es muy persuasiva cuando quiere y encima consigue arrastrar al personal de lo lindo. Como ninguna de las dos habíamos pisado la Alhambra a nuestra ya bíblica edad, decidimos reparar tal error con un viaje relámpago de un par de días. Lo justo para conocer la ciudad y ver, eso, la Alhambra. Para llegar lo antes posible y no tener problemas con los traslados estación-aeropuerto, nos pillamos un bus de esos que te deja ya directamente en AdolfoSuárez-Barajas-Obama-SantaTeresa-BobMarley. Para ello tuvimos que madrugar lo que no está escrito y hacer un viaje en sentido contrario que, bueno, me ahorro comentar porque todo salió bien y para qué indagar. El caso es que allá nos vimos, en el bus express directo al aeropuerto, tan cómodo, tan estupendo. 
A todo esto yo iba en comunicación con una amiga de servidora que conoce bien los intríngulis aeroportuarios madrileñensis. Cuando le conté a la susodicha las horas de nuestra llegada y de la salida del avión, le dio un vahído, y dijo, taxativamente, que con ese plazo de tiempo, teniendo en cuenta que teníamos que hacer el check-in, pasar controles y cruzar toooda la T4, a Granada, en el avión previsto, no llegábamos. Que no y que no.
A ti te dicen esto cuando aún te queda una hora para llegar al aeropuerto y cuando el autobús, que supuestamente, no tenía que parar se para porque un señor se tiene que tomar sus medicinas (diez minutos de medicinas), y, claro, el tranquilo viaje se va a la porra. O no, porque yo ese día, raro, estaba zen. Confiando en el destino y tal. Debe ser cosa común a cuando salgo de viaje porque cuando a fui a Londres me pasó algo similar. Yo ahí, con mi maletita de mano, y mi cara de ansia viva por pisar Londinium, haciendo cola como una campeona, en formación, preparada y dispuesta, y sueltan por los altavoces que los controladores franceses se han puesto en huelga y que vete a saber cuándo saldría el avión. Ale.  
Pero no me estresé ni nada, me puse en modo junco, saqué todo mi coelhismo interior -que no sabía que tenía- y me dispuse a atracar el Starbucks más cercano. Bueno, esto último fue un atraco mutuo porque nueve euros por un trozo de tarta de manzana y un zumo tendría que venir tipificado en el Código Penal como robo a mano armada con violencia e intimidación. Pero, en fin, al final el avión salió sólo con una hora de retraso, todos felices y yo más. 
Anyway, volvamos al autobús rumbo a BarajasDeTodosLosSantos. Nos dicen que vamos justas de tiempo y que fatal todo. Y entonces Marycheivis se le ocurre mirar eso de hacer el check-in on line.
Lo del viaje a Graná (por fin)
Mire usted, si a una de pueblo ya lo de hacer el check-in le suena como raro (¿hacer lo quéeee?), lo de hacerlo on line vía iPhone ya es de película de ciencia ficción, pero como chicas de hoy en día que somos, ehem, a ello nos pusimos. Tras mucho indagar, pedirle al señor busero que hiciera el favor de enchufar la wifi del bus, bajarnos nosécuántas aplicaciones y asumir, yo, que si no tienes un iPhone a estas cosas mejor no te pongas, en la pantalla del susodicho aparatito de Marycheivis apareció un Código QR. Bueno, dos. Uno por cada.
Aaaam.
Y nos la jugamos. Porque mucha idea de si eso del Código QR iba a funcionar o no, no teníamos, pero adelante con los faroles. Llegamos a Barajas-Whatever, pasamos los controles de seguridad (yo bien, Marycheivis con registro y cacheo, alguna compensación cósmica tenía que tener ser la poseedora del Iphone) y tras caminar más que Moisés en el desierto guiando a las tribus, llegamos a la puerta de embarque.
Lo del viaje a Graná (por fin)
Puerta de embarque que no se abrió hasta 45 minutos después. Puerta que -tras pasar el Código QR por un escáner y hacernos las chulas delante del resto del pasaje- nos guió a un avión que se tiró más de media hora parado en la pista -con nosotros dentro- porque, nos explicó muy amablemente el piloto, en Torrejón estaban de maniobras por la fiesta del 12 de octubre y no iba a despegar así como así, no tuviéramos un problema, quita, deja.
¿Veis? Hice bien en no estresarme en el autobús. Everything is possible at the airport formerly known as Barajas. 
Próximo episodio: el busero granaíno y los japoneses. Una historia de amor.

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