Que Fito Páez no parece tener nada nuevo que mostrar, musicalmente hablando, no es esencial. Que un adolescente de diecipocos repita delirante la letra de sus canciones y grite desde el fondo de sí, en este país de tanto macho suelto, “¡Fito te amo!”, es esencial.
Que Fito Páez se equivoque, obligue a Aldo López-Gavilán repetir los intros y que las orquestaciones parezcan a ratos sofocadas por su locura no es esencial. Que en su nervioso cantar arranque lágrimas y conecte las miles de personales historias que respiran en cada butaca del teatro, es esencial.
Que Fito Páez raspe las notas altas de La vida, Para vivir y Muchacha ojos de papel no es esencial. Que a cada rato nos recuerde sus deudas musicales y vitales con Silvio Rodríguez, Pablo Milanés y Luis Alberto Spinetta, es esencial.
Que Fito Páez haga otro concierto en el Karl Marx en menos de dos años no es esencial. Que vuelva a La Habana de la manera que solo se vuelve a los amores de siempre, con ese gusto dulce que deja el último beso, sin importar cuándo fue, es esencial.
Que Fito Páez repita a capella Yo vengo a ofrecer mi corazón y ya no parezca tan original como la primera vez, no es esencial. Que venga a ofrecer su corazón y no nos quede la más mínima duda de ello, es esencial.
Que Fito Páez cuente por enésima vez la anécdota de cómo logró atrapar por diez años a esa belleza total que es Cecilia Roth no es esencial. Que hasta el último de los asistentes haya coreado yo no buscaba nada y te vi porque todos tenemos una historia con un vestido y un amor, es esencial.
Que Fito Páez Esencial no haya sido, según el criterio de los puristas, un concierto memorable, no es esencial. Que la lona del concierto, firmada por Fito, haya ido a parar a manos de Aldo López-Gavilán y Daiana García como regalo de aniversario; que Cable a tierra haya llegado esta vez con la ausencia presente de Santi Feliú; que cubanos de tres generaciones canten Al lado del camino con la pasión que solo se canta lo invisible para los ojos, es esencial.
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