A los perros del Presidente los adiestró un funcionario público que usaba un auto oficial para ir a Olivos.
Que hubiera cuarentena es casi secundario.
De las populares visitas a la Quinta de Olivos durante lo más estricto de la cuarentena se ha dicho -con razón- bastante. Sucedieron allí desde fiestas de cumpleaños cuando el resto de los argentinos no podía ni enterrar a sus muertos, hasta encuentros que dieron lugar a una sospechosa sucesión de contratos con el Estado. Hablaron del tema con agudeza, precisión y abundancia prácticamente todos los analistas de la realidad.
La síntesis es simple: Alberto Fernández no hacía lo que decía que hiciéramos y, una vez descubierto en su mentira, redobló la apuesta y en lugar de disculparse por el error se quiso justificar con otra falacia: "Tenía que seguir gobernando a un país. Tenía que seguir trabajando. ¿Qué querían que haga, que me quede de brazos cruzados?", sostuvo, impertérrito, con la ayuda voluntaria de Víctor Hugo Morales, quien se abstuvo de repreguntar nada.
Dentro de tanto barullo -aumentado porque en el medio se discutieron cuestiones ratoneras pero con el foco equivocado, como la visita de Florencia Peña-, resulta paradigmático un punto que quedó casi como una apostilla al margen. No tiene que ver estrictamente con la violación de la cuarentena, pero refleja el concepto de Estado que tiene parte de la casta gobernante: son las repetidas presencias en Olivos de Ariel Zapata, adiestrador canino y director de Cinotecnia del Ministerio de Seguridad bonaerense.
"Fui a Olivos cuando ya estaba designado en el Ministerio porque me lo pidió el doctor (Juan Enrique) Romero, que es el veterinario de Dylan. Me llamaron por un asunto importante, que eran las peleas de perros en Olivos. El perro del presidente, Dylan, se peleaba con su hijo (Prócer), y por indicación del doctor Romero, yo fui a atender ese problema", contó el propio Zapata a La Nación.
Sin darse cuenta, siguió: "Esas peleas de perros motivaron que yo ingresara varias veces, con un auto oficial del Ministerio de Seguridad bonaerense, pero lo hice sin cobrar por el trabajo, porque para mí es un honor que me convoque el Presidente para una tarea así".
Es decir, Zapata -y quienes lo llamaron a Olivos- consideraron natural que un funcionario público destinara horas de su trabajo y se movilizara en un auto oficial para adiestrar a los perros del Presidente, quien por supuesto gana lo suficiente como para pagar ese servicio a algún entrenador canino privado. Todo lo que Zapata estimó necesario aclarar fue... que no había cobrado aparte.
Su jefe, Sergio Berni, al hablar del tema, sólo resaltó que Zapata ya había sido nombrado en su ministerio cuando visitó la quinta presidencial y que no se ganó el puesto al mejorar la relación entre Dylan y Prócer. El recio ministro también vio natural que su funcionario se ocupara de los perros del Presidente. El mismo razonamiento termina con una presidenta haciéndose llevar los diarios en el avión oficial a El Calafate. Es sólo una cuestión de escala.
A principios de junio se supo que la primera ministra finlandesa, Sanna Marin, había gastado en desayunos y comidas preparadas para su familia 845 euros del erario público, en promedio, durante 17 meses. Marin, socialdemócrata y la primera ministra más joven del mundo al asumir a fines de 2019 con 34 años, se apuró a aclarar el "breakfastgate", entre otras cosas porque el escándalo fue tal que le podía costar el puesto.
Dijo que cuando ocupó el gobierno le informaron que tenía derecho a ese catering libre de impuestos durante su estancia en Kesäranta, la residencia oficial, pero que había sido confusa una reglamentación que regula el uso de esa residencia y los servicios que en ella se prestan.
La semana pasada se informó que Marin había reembolsado al estado 10.143,41 euros por los gastos de 2020, mientras que 4.200 euros correspondientes a este año los devolvería a fines de agosto.
La distancia entre Buenos Aires y Helsinki es de 12.938 kilómetros. En algunas cuestiones parecen varios años luz.
Origen: CLARIN