
“No voy a ser frágil en el amor y tampoco quiero que tú lo seas, prefiero tu fortaleza”.
Se lo dijo así, a ella que estaba cansada de escuchar decir a los hombres que aseveraron amarla, que tenían miedo.
Miedo.
¿Miedo de qué?
“De tu seguridad”, confesaban.
Y entonces llegó él y dijo aquello: “No voy a ser frágil en el amor y tampoco quiero que tú lo seas, prefiero tu fortaleza”.
A lo que ella respondió: “Para amarte solo me hace falta saber que lo mereces, y que la forma en que mereces ser amado está en sintonía con lo que eres. Has redimido el día de hoy y los días venideros, porque me has devuelto la fe en lo improbable”.
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