Revista Opinión

Lo incomprensible de todo aquello

Publicado el 15 febrero 2022 por Manuelsegura @manuelsegura
Lo incomprensible de todo aquello

A comienzos de la década de los setenta del pasado siglo, los servicios secretos españoles habían conseguido introducir un topo en la organización terrorista ETA. Se trataba de Mikel Lejarza, más conocido como ‘El Lobo’. Sus valiosas informaciones, obtenidas con evidente riesgo para su vida, llevaron a los responsables policiales de la época a desmantelar y detener a la cúpula de ETA político-militar, así como a más de un centenar y medio de terroristas. Fue a finales de julio de 1975. Sin embargo, a juicio de Lejarza, aquella operación fue precipitada ya que, de haberse retardado un poco más, podrían haber descabezado definitivamente a la banda. Hubo prisa y no se hizo, algo difícil de explicar. Quizá algo tuviera que ver que a Franco le quedaran apenas cuatro meses de vida. Desde entonces ‘El Lobo’ vive con diversas identidades, se ha sometido a varias operaciones de cirugía estética y ha seguido trabajando en labores de espionaje por el mundo, “enviado a misiones imposibles con la esperanza de librarse de mí limpiamente, sin mancharse las manos”, tal y como él mismo reflejaba en un texto publicado en la novela de Fernando Rueda El regreso de El Lobo (2014).

En noviembre de 2010, el expresidente del Gobierno, Felipe González, realizó una sorprendente revelación al escritor Juan José Millás durante una entrevista publicada en el diario El País. En la citada charla confesó que a finales de la década de los ochenta recibió una información del lugar y día en la que se iba a reunir la cúpula de la banda terrorista. Iba a ser en un punto del sur de Francia. Ante la imposibilidad de detener a sus miembros, al celebrarse ese encuentro fuera del territorio nacional, y la poca colaboración que entonces prestaba la policía del país vecino, los informantes le plantearon otra posibilidad: la de volar el local donde se iban a reunir los dirigentes etarras y con ellos dentro. Con las condenas por la guerra sucia de los GAL aún calientes, la respuesta de Felipe González fue negativa, algo que todavía hoy reconoce no saber si lo hizo bien, si fue lo correcto y, caso de haber dado una contestación afirmativa, cuántos asesinatos de inocentes se podrían haber evitado. 

En febrero de 1992, un mes antes de que en una operación conjunta de las policías francesa y española se desarticulara en la localidad de Bidart a la entonces dirección de ETA, la banda atentaba mortalmente en Murcia. El día 10, de madrugada, los integrantes de un comando avisaban por teléfono a los bomberos de la colocación de un coche-bomba en las inmediaciones de la comandancia de la Guardia Civil, en la barriada de Vistalegre. Hasta allí se trasladó una dotación de la Policía Nacional. Los agentes inspeccionaron la zona, tras lo que los terroristas accionaron el explosivo a distancia alcanzando de lleno al policía Ángel García Rabadán, que murió en el acto, y a su compañero Antonio Peñalver Pérez que, con graves heridas, fue evacuado a un hospital. Los responsables de aquel brutal atentado fueron dos de los militantes más sanguinarios de la banda: Idoia López Riaño y José Luis Urrusolo Sistiaga.

Ahora que se han cumplido 30 años de aquella execrable acción, y cuando ETA dejó de matar en octubre de 2011, es tiempo para volver a dirigir la mirada crítica y reflexiva sobre la barbarie que rodeó todo aquello. Sobre el silencio cómplice que relata en su novela Patria (2016) el escritor Fernando Aramburu, cuando uno de sus personajes expresa que ese era el tributo que se pagaba por vivir en el país de los callados.

Estos días le han preguntado a la viuda del policía Rabadán por el balance de todos estos años. Asegura que se siente decepcionada por lo que está viendo en el mundo de la política, por el maltrato a la víctimas y por el hecho de que los herederos de los autores de aquellos crímenes se sienten en los parlamentos. Dice que ya no alberga odio en sus entrañas, pero que le hubiera gustado que alguien, en estas tres décadas, se le hubiera acercado en algún momento y le pidiera perdón. Parece que las víctimas estorban, como expresa quejosa una de las protagonistas de Patria: “Nos quieren empujar con la escoba debajo de la alfombra”. Son los riesgos de los que intentan reescribir la historia, en la que la verdad, parafraseando de nuevo a Aramburu, debió morir hace mucho tiempo.

[‘La Verdad’ de Murcia 15-2-2022]


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