Granada en llamas. Turistas con cámaras colgadas, destino a la Alhambra, el Albaicín, el Sacromonte. Yo, en dirección contraria. Trabajadores que descansan para el desayuno. Parados que desayunan. El tumulto de la gente. Los que tienen cita con el médico, los que van al mercado. Gente que se saluda. Ya casi he cruzado la ciudad, una amplia avenida y al fondo, un poco más lejos, un hermoso parque.
—”Antes había más casas pero, el Ayuntamiento las compró para construir un parque en agradecimiento a Federico, que tanto le ha dado a esta ciudad”.
Hay cosas que el dinero no puede comprar. La casa está cerrada. Nunca antes había estado delante de ella y parece que la conozco desde siempre. Se escucha agua, se respira naturaleza. Antes era campo. Ahora el centro de Granada queda a escasos metros.
—Son cinco euros. La próxima visita tendrá lugar en cinco minutos.
Hay cosas que el dinero no puede comprar. Sólo somos tres los visitantes. Una de ellas extranjera. Eso me alegra. Aunque deberíamos ser mínimo treinta. Debería haber cola para entrar. La gente está al otro lado de la ciudad. Hay cosas que deslumbran y nos ciegan y hacen que joyas tan magníficas pasen desapercibidas.
—”Bienvenidos/as a la Huerta de San Vicente, la residencia donde los García Lorca veranearon desde 1926 hasta 1936, al poco tiempo de morir Federico”.
Más bien lo murieron.
“Hay tantos jazmines en el jardín y tantas damas de noche que por la madrugada nos da a todos en casa un dolor lírico de cabeza”.
– A Jorge Guillén, 1926
Huerta de San Vicente, en homenaje a Vicenta Lorca, su madre. A la derecha una butaca. La sala de estar, un dibujo alegre pintado por Federico. A la izquierda otra habitación, un piano. Una vez lo tocó Manuel de Falla. En la pared un dibujo de Dalí. Subimos las escaleras.
—”Agárrense a la barandilla. Los escalones están desnivelados”.
Un último escalón y, por fin la habitación. Una cama pequeña, sobre la cama una colcha de croché, un dibujo realizado por Alberti, el famoso póster de La Barraca y su escritorio, de madera gruesa. Una ventana al exterior. Antes se podía ver Sierra Nevada desde ella. Ahora sólo veo edificios y los árboles del parque.
—”En este escritorio Federico escribió gran parte de su obra, títulos como Doña Rosita la soltera, Así que pasen cinco años, Romancero Gitano, Bodas de Sangre, Yerma”.
“Aquí estoy terminando la última escena de Yerma y planeando Doña Rosita o el lenguaje de las flores. Dentro de unos días estaré en Madrid para marchar a Santander con la Barraca. A mi vuelta te vendrás conmigo a la Huerta de San Vicente, en la que podrás estudiar y disfrutar este silencio y este prodigioso olor de jazmines”.
– A Rafael Martínez Nadal, 1934 –
Fin de la visita.
Abandono la casa. Echo un vistazo a la fachada una vez más.
Hay cosas que el dinero no puede comprar. Hay Ayuntamientos que jamás podrán llegar a agradecer todo lo que se les ha dado. Hay obras que jamás serán olvidadas. Y poetas que nunca fueron asesinados.
Gracias, Federico, gracias por existir.