Con este post quiero sumarme a la iniciativa del blog Mamá&nené, que propuso que contáramos una historia sobre algún logro especial que conseguimos junto con nuestros bebés. Llevo días dándole vueltas a qué momento elegir. Con mi hijo mayor tengo muchos, claro. ¡Hemos logrado tantas cosas en estos dos años y medio! Pero al final he optado por una experiencia que viví con mi hijo pequeño y, aunque lo he comentado de pasada aquí, esta vez lo haré con mayor profundidad, porque entonces me referí a cómo dejó mi hijo el biberón, pero hoy voy a relatar cómo fue el inicio de la lactancia materna.
Como ya sabéis los que me leéis regularmente, mi hijo pequeño fue prematuro y pasó largo tiempo en el hospital. No voy a repetir la historia, porque me vais a llamar cansina y porque tengo que dejar de usar el blog de diván del psicólogo. El caso es que al principio él tuvo una sonda nasogástrica para alimentarse. La doctora me dijo que iba a tardar en poder alimentarle, pero que si quería darle leche materna tenía que empezar a sacármela con el sacaleches para producir y no quedarme sin leche. Y eso fue lo que hice. Religiosamente, estuviera en casa o en el hospital, cada tres horas me sacaba leche. Parte se la introducían en la sonda y el resto la iba congelando (bueno, al principio era tan poquita que todo iba para la sonda). Y así una semana tras otra, porque tardé un mes en poder ponérmelo al pecho.
Fue un gran esfuerzo, aunque entonces no era consciente de ello. Lo hacía mecánicamente. Llevaba siempre el sacaleches en el bolso. Tenía la sensación que era lo único que podía hacer por mi bebé. El hospital en el que estaba fomenta la lactancia materna y todos, médicos, enfermeros y auxiliares, ofrecen un gran apoyo a las madres que quieren dar el pecho. De hecho, muchos de los profesionales que allí trabajan son asesores especialistas en lactancia materna.
No creáis que era la única que lo hacía. Las otras mamás que allí estaban también. Nos animábamos unas a otras y seguíamos un horario parecido para acompañarnos. Las enfermeras alucinaban y decía que era la primera vez que a ninguna madre de Neonatos se le retiraba la leche y que además producíamos un montón. ¡Todas engordábamos de satisfacción cuando nos lo decían!
Al cabo de un mes, decidieron que ya estaba listo para ponerse al pecho. La primera vez lo hizo muy bien. Se enganchó perfectamente y mamó un rato largo. ¡Yo estaba feliz! Ah, pero los niños son un mundo y a partir de la segunda toma, se convirtió en un suplicio. No se enganchaba, cuando lo hacía estaba poco rato, se cansaba y se quedaba dormido. Al final, siempre había que darle un biberón. No había manera. Probamos distintas posiciones, horas... En cada toma se sentaba conmigo una asesora y las otras mamás me daban ánimos. No había manera. Y los días pasaban.
Llevábamos así una semana cuando un día rompí a llorar. Mi bebé ya estaba sano, pero no se iría a casa hasta que fuera capaz de alimentarse por sí mismo. Era desesperante. Rápidamente, vino la doctora que lo atendía. Se sentó conmigo y hablamos de lo que me preocupaba, me señaló todo lo que habíamos conseguido, que era un logro increíble que el niño se hubiera alimentado siempre con mi leche, y me explicó que el proceso era normal y que el chiquitín lo lograría. Fue cariñosa y amable. Dos días después, sin razón aparente alguna, el peque empezó a mamar en todas las tomas, por sí mismo y sin que hiciéramos absolutamente nada. Él solito y a su ritmo. Cada vez aguantaba más rato. Y poco después nos dieron el alta. Así fue como logramos juntos iniciar la lactancia y, siete meses después, seguimos con ella :))