Pasarse la vida esperando que algo bueno pase es, a parte de inútil, desesperante. Generalmente, provoca el efecto contrario que las cosas buenas cuando suceden, sin que nadie las busque o pretenda encontrar. Es frustrante esperar cosas buenas, acontecimientos memorables o cambios maravillosos y obtener todo lo contrario o, lo que es casi peor, nada. Lo cual, por supuesto, no quiere decir que no merezca la pena mostrarse optimista ante la vida y creer que algo bueno habrá ahí, guardado para uno, esperándole. Así que supongo que, si cambiáramos el chip y, en vez de buscar constantemente cosas buenas, pensáramos que son ellas las que nos están buscando a nosotros, incansables (y, sobre todo, que finalmente, aunque tarden, llegarán), nos relajaríamos y disfrutaríamos un poco más de otras muchas cosas que, aunque cotidianas, mundanas, normales o rutinarias, son al fin y al cabo la esencia más auténtica de nuestra propia vida.
Hoy quería hablaros, como hago cada viernes, de algo bueno que me haya sucedido (que me haya encontrado/inspirado) esta semana, pero a parte del regreso de mi Querido al hogar dulce hogar y de unos días intensísimos de trabajo, no se puede decir que haya tenido mucho tiempo de pensar siquiera en lo bueno que me ha pasado. Lo que sí puedo deciros, es unas cuantas cosas que están por llegar, como el inminente curso de Periodismo en Twitter que empiezo esta misma tarde, o el nuevo proyecto de este blog que, por fin, arrancará en breve.
Ya sabéis, no busquéis porque os frustrará no encontrar. Vivid y dejad que la vida os sorprenda, que ella solita se apaña.
Hasta el lunes, almas cándidas :)