La frase más banal que ha podido oírsele en sus 22 meses de mandato gubernamental a Mariano Rajoy acaba de pronunciarla en un discurso en Barcelona como mensaje a los independentistas catalanes: “Lo moderno es la unión, no la disgregación".
Presentar “lo moderno” como principal argumento para mantener la cohesión política y económica de España, Estado concebido a raíz de la boda de Isabel y Fernando en 1469, es interpretar la historia como un desfile de moda de la temporada.
Rajoy no se refería a los períodos históricos, entre los que la Edad Moderna empieza, precisamente, en tiempo de los Reyes Católicos y concluye con la Revolución Francesa; luego viene la Edad Contemporánea, en la que aún estamos.
No, Rajoy hablaba de lo moderno como novedad, como algo que está en boga ahora, por lo que no hay una situación perenne o inamovible, y mañana esa modernidad puede seguir otro camino.
El discurso rajoyano sobre la unidad de España es medroso y apocado. Quiere convencer a la ola independentista catalana, creada con propaganda digna del mejor Goebbels, con argumentos tan pobres y vacuos como el de la modernez o con unas frases del Quijote en las que Cervantes alaba a Barcelona y sus habitantes.
La guerra de propaganda lanzada por el independentismo se basa en que al resto de España es un territorio empobrecido e ignorante, dependiente económicamente de Cataluña.
En realidad, aparte de una guerra de un clan contra los que no están dentro de él, esta es una guerra de clases: la de supuestos ricos que desean separarse de los pobres, echarlos, aunque manteniéndolos como rehenes comerciales; además, esos pobres les molestan porque van camino de ser tan ricos como ellos.
Una guerra de clases que debe ser contestada con contundente dialéctica política, histórica, social y especialmente económica, y no con moderneces vacuas y banales.
-----
SALAS