Tengo 44 años. Nací en la isla Adak (Alaska) y vivo entre San Francisco y Nueva Zelanda. Estoy casado. Doy clases de creatividad en la Universidad de San Francisco. Los océanos están muriendo, y esa es la historia más importante del hombre de hoy. Soy agnóstico.
Espeluznante
A raíz del suicidio de su padre, Vann pasó diez años escribiendo sobre ese tema y el resultado fue Sukkwan Island (Ediciones Alfabia; Empúries en catalán), una novela que pasó doce años en cajones de agentes literarios. Nadie quería publicar una novela sobre el suicidio, así que la envió a un concurso que incluía la publicación en una editorial universitaria. Ahora Sukkwan Island está en las listas de los mejores libros del año en EE.UU., el Reino Unido, Irlanda y Australia, y lleva un año arrasando en Francia. La historia de Vann es extraña y espeluznante, y su manera de contarla, con una gran sonrisa, es aún más extraña, pero hace tomar conciencia de la gran sombra que proyecta un suicidio.
¿Padres separados?
Sí, se separaron cuando yo tenía 6 años. Mi padre era un buen padre pero un terrible marido: infiel y mentiroso. Culpaba a las mujeres de su desesperanza.
¿Se sintió culpable de su suicidio?
Sí, porque me pidió que pasara con él un año en Alaska y le dije que no. Dos semanas después se suicidó. En la novela digo que sí.
¿Ha entendido por qué lo hizo?
Se sentía culpable por haber roto dos matrimonios. Ganó mucho dinero como dentista, profesión que odiaba; defraudó, y Hacienda le perseguía. Se compró una casa muy grande en Alaska, pero no había muebles. Era un frío invierno, estaba solo y tenía pistolas.
Un mal cóctel.
Durante diez años intenté escribir un libro sobre él, y Sukkwan Island es el resultado. Durante doce años nadie quiso publicarlo.
¿Cuál ha sido su proceso?
Dije que mi padre había muerto de cáncer porque su suicidio me hacía sentir sucio. Al cabo de tres años rompí con todos mis amigos.
¿Por qué?
En el instituto lo habitual era reírse de los débiles –algo muy normal en Estados Unidos a esa edad–, así que de los 13 a los 16 años soporté burlas por la muerte de mi padre, incluidas las de mi mejor amigo.
¿?
Justo después del suicidio, mi madre y mi tío me regalaron todas las pistolas de mi padre y empecé a utilizarlas. Tenía una doble vida: de día era el niño perfecto, con buenas notas y deportista; por las noches cogía las pistolas y me dedicaba a disparar a las farolas y a poner en el punto de mira a la gente que pasaba por la calle. Aterrador.
¡Pero... y su madre!
Era psicóloga y pensaba que todo estaba bien. Mi hermana, cinco años menor que yo, lo llevó mejor. Pero a los 25 años empezó a salir con tipos que le doblaban la edad. A los 19 años empezó a escribir.
¿Qué ha entendido durante ese proceso?
Superar un suicidio lleva mucho tiempo y tiene diferentes legados: tres años de vergüenza y mentiras; luego quince años de insomnio y la convicción de que nunca podría tener sexo con nadie. Y creo que todo se debía al temor de perder el control.
...Luego veinte años en los que siempre pensé que podría acabar como mi padre. Tenía miedo de que me fueran mal las cosas y de que me asaltara la idea del suicidio, hasta que llegó ese momento: lo perdí todo.
¿Qué es todo?
Hacía chárter culturales, mi barco era mi casa y mi negocio, y en una tormenta lo perdí y me quedé en la ruina. Todo era oscuridad, pero tenía una buena relación con mi pareja y me di cuenta de que no era un suicida.
Menos mal.
Mi vida siempre ha sido así; he tenido muchas segundas oportunidades y lo que me gusta de la escritura es que hay una redención posible. Yo quería describir qué viene después del suicidio.
¿Y qué viene?
Sientes que nada es real, todo parece de mentira, incluso tus pensamientos y sentimientos. Sigues con tu vida pero no vives tu vida, tienes que volver a empezar a creer.
Usted hoy participa en una asociación que atiende temas de suicidio.
Soy voluntario, doy charlas sobre el suicidio en colegios y universidades. Uno de los mayores problemas es la vergüenza y el aislamiento: hablar de ello invita a buscar ayuda.
Usted ha estado en peligro.
Sí, varias veces, navegando por el mundo en mi barco. En realidad, estaba intentando emular la vida de mi padre, y lo hacía de forma inconsciente y peligrosa. Casi muero en sucesivas ocasiones; pero aprendí.
¿Qué?Que las peores cosas que nos suceden se convierten en las mejores.
El suicidio de mi padre fue lo peor, pero a través de la escritura se ha convertido en lo mejor de mi vida. Y en el mundo de los barcos lo perdí todo dos veces y cada vez mi vida se reconstruyó para convertirse en algo mejor.
Esperanzador.
Hay una parte importante de la historia que debo contarle: las infidelidades de mi padre acabaron con su segundo matrimonio. Mi madrastra había rehecho su vida cuando él, escopeta en mano, la llamó: “No voy a vivir sin ti”, y se disparó. Sucedió once meses después de que ella perdiera a sus padres. Su madre mató a su padre cuando este le dijo que había estado quince años con otra. Luego se quitó la vida.
¿Hay más sorpresas?
Mi madrastra recibió flores de mi padre tres días después de su muerte. Eso me avergonzó profundamente.
¿Le da miedo tener hijos?
Sí, y me daba miedo casarme, me parecía el primer paso para convertirme en mi padre.
¿Cómo se puede vivir con esos miedos?
La culpa, la ira y el miedo a la pulsión del suicidio se han ido. Y cuando veo una foto de mi padre me sorprende el inmenso amor que siento. Pero sigo comparando su vida con la mía y no confío en los hombres ni en los referentes masculinos de mi vida.
¿Eran todos iguales?
Mi abuelo materno pegaba a mi abuela, y todas las mujeres de mi familia han contado historias espeluznantes de los hombres. Soy mucho más empático con las mujeres.