Nuestra época, por otra parte tan pendiente de los recursos que conoce, y de la hipótesis de su agotamiento, jamás ha previsto recurrir a aquellos, propiamente inagotables, a los que la libertad podría dar acceso: empezando por la libertad de pensar contra las representaciones dominantes. Se nos objetará la vulgaridad de que nadie escapa a las condiciones presentes, que nosotros no somos diferentes, etc. Y, desde luego, ¿quién podría jactarse de estar haciendo otra cosa que adaptarse a las nuevas condiciones, «apañándose» ante realidades materiales tan aplastantes, aun cuando no lleve la inconsciencia hasta el extremo de sentirse satisfecho excepto en algún que otro detalle? En cambio, nadie está obligado a adaptarse intelectualmente, es decir, a aceptar que ha de «pensar» con las categorías y en los términos que impone la vida administrada.
René Riesel y Jaime Semprún, 2008.
El inconformista se engaña respecto a lo que es posible, mientras que el conformista se engaña respecto a lo que es preferible. Aquel afirma que algo es posible queriendo decir que es deseable, mientras que este afirma que algo es imposible queriendo decir que es indeseable. Es cierto que la tiranía y la desigualdad deben evitarse, ¡pero no por eso hemos de decirle a los demás que desaparecerán pasado mañana, como hace el «progresista» interesado en nuestro voto! Es verdad que la tiranía y la desigualdad continuarán, ¡pero no por eso hemos de defenderlas, como hace el «conservador» interesado en mantener sus privilegios! El realismo histórico del conformista no está reñido con el realismo moral del inconformista.
Por esa razón conviene diferenciar entre lo que es posible y lo que es deseable, entre lo que es y lo que debe ser. La sabiduría entre nuestros congéneres nunca será generalizada, o eso parece, y sin embargo intentamos generalizarla todo lo posible. Por eso decimos que es un ideal, no porque sea fácil o viable, sino precisamente porque es el mejor camino sin destino a la vista que podemos seguir. Del hecho de que no sea practicable a gran escala no deducimos que haya que practicar su contrario a pequeña escala, esto es, la ignorancia, la quema de libros, la sumisión voluntaria, etc. Lo mismo pasa con la anarquía. Del hecho de que siempre o casi siempre vayan a predominar las formas de gobierno autoritarias y centralizadas no se deduce que debamos justificar intelectualmente su existencia, votarlas o seguirlas en la batalla. Toda resta, por pequeña y efímera que sea, es una suma en la buena dirección.
En el desafortunado caso de que las leyes de la historia nos impidiesen volver a ser libres e iguales, o serlo por primera vez si es que nunca lo fuimos genuinamente, habría que aceptarlo, ¡pero no por eso vamos a ponérselo fácil! Lo bueno, si termina bien, dos veces bueno (deontologismo + consecuencialismo), pero si no, por lo menos habremos recorrido la mitad del camino. La libertad, que es inseparable de la igualdad, no solo es un fin, sino también un medio. El bombero que no logró salir a tiempo de la Torre Sur aquel fatídico 11 de septiembre, ¿acaso no había hecho ya la mitad del trabajo?, ¿no había ayudado ya a alguien?, ¿no hizo lo que debía? El mal, la muerte, la entropía o como queramos llamarlo le ganó finalmente la partida, pero la jugó hasta el último minuto. El bien no se mide solamente por el resultado o la utilidad, sino también por la intención y el esfuerzo. Aun si lo correcto fuese del todo imposible -curar el cáncer terminal de nuestro hijo-, ¿dejaría acaso de ser lo correcto?
Por cierto, quien crea que el igualitarismo, libre por definición, no es una verdad moral para nuestra especie, o que las jerarquías familiares, políticas y laborales no son el peor tipo de organización disponible, le invito a que trabaje unos años en una «casa de putas» o en un restaurante, que para el caso es lo mismo, y luego compare con un trabajo menos coercitivo y desigual, a ver con cuál de ellos se queda, o que imagine cómo mejoraría su calidad de vida si no tuviera que obedecer sí o sí las órdenes del superior y/o propietario, o que piense cómo sería nacer en una familia donde los hijos son criados como súbditos y en otra donde los hijos son criados en igualdad hasta donde esta es posible, y que luego elija. Siguiendo la lógica de Russell, la estrategia cooperativa satisface un mayor número de deseos que la estrategia autoritaria, ya que cooperando ganamos todos y compitiendo por los puestos de poder solo unos pocos. Es más, creo que si se nos diera a elegir entre estas tres opciones -dominar y ser dominado; dominar y no ser dominado; ni dominar ni ser dominado-, creo que la mayoría elegiría la última sin pensárselo mucho.
Algunos de los estudiantes de licenciatura de una de mis clases me han sugerido que la creencia en poder dar razones, observar cómo funcionan realmente en la práctica diversos modos de vida y con qué consecuencias, discutir las objeciones, etc., no es más que «otra forma de fundamentalismo». La experiencia de esos estudiantes con el verdadero fundamentalismo debe de ser más bien limitada. Alguien que ha visto actuar a fundamentalistas de verdad sabe cuál es la diferencia entre insistir en la observación y la discusión y el modo represivo y manipulador de conducir una discusión característico del fundamentalismo.Hilary Putnam, 2004.