[COLUMNA PUBLICADA ORIGINALMENTE EN LA VERSIÓN IMPRESA DE PUBLIMETRO COLOMBIA EL VIERNES 16 DE MARZO]
Lo que pasó con Transmilenio la semana pasada da señales muy claras, preocupantes eso sí, de que la relación entre ciudadanos, ciudadanía y ciudad es tormentosa.
Bogotá mostró, en ese ‘viernes negro’ (9 de marzo) que la coexistencia entre los derechos y los deberes se concibe como una guerra de tensiones y no como dimensiones de la cultura. Con todos los destrozos que se identificaron contra las estaciones de TransMilenio quedó claro que quienes quieren desestabilizar la sociedad se camuflan entre quienes legítimamente buscan protestar de manera pacífica contra problemas estructurales de la ciudad.
Asociaciones de usuarios –como brazos pensantes de la sociedad civil que intentan sistematizar un sentimiento de impotencia de las grandes masas de la sociedad– buscaron por muchos medios pacíficos acercarse a las directivas de TransMilenio para sentar su voz ante dos temas fundamentales: Tarifas de los tiquetes y calidad del servicio.
Ambas son justas reclamaciones luego de saber que las tarifas para los usuarios del sistema en Bogotá son de las más altas de Latinoamérica y que el poder adquisitivo de los colombianos no es precisamente uno de los más generosos. De igual forma, la calidad del servicio tiene serios y claros cuestionamientos por la cantidad de buses, el promedio de la velocidad, el estado de las vías, los congestionamientos, la comodidad, la seguridad para los usuarios, las intersecciones invasivas, la semaforización que no prioriza su paso por la ciudad y la insuficiencia de los corredores viales para llegar a otros sectores de la capital.
El problema de TransMilenio es estructural y aunque sus usuarios lo constatan todos los días, solo se reflexiona en las coyunturas. No se ven muchas soluciones a la vista mientras se vuelve realidad un genuino sistema integrado de transporte en el que se combinen TransMilenio, Metro, Tranvía y Tren de Cercanías para unir a la ciudad-región. Y el problema es que se promete desde el desgarrado proselitismo emocional y no desde la razón tecnocrática.
Eso implicaría también el utópico desmonte del anárquico modelo de busetas y buses; esa mafia terca que convierte las calles en una jungla inclemente y que se regocija en la corrupción no solo al no pagar deudas millonarias por multas, sino que ponen alcaldes y concejales a su antojo desde hace muchos años.
Pero lo que trajo la mediatizada revuelta del Viernes Negro fue, de paso, una claridad sobre cómo parecería que la ciudadanía tiene limitaciones en su ejercicio, tantas que las vías de hecho son perpetradas por unos pocos y toleradas por otros muchos sin que haya una defensa vehemente del espacio público y, en general, de ‘lo público’.
Las estaciones, con daños en promedio por cada una de 200 millones de pesos, recibieron injustamente toda la ira de una banda de desadaptados que con su conducta no solo perjudicaron el patrimonio del Distrito, sino que desvirtuaron lo que puede ser la participación de los ciudadanos en la construcción de lo público.
Algunos medios, autoridades y ciudadanos estigmatizaron a los ‘estudiantes’ y a los otros ‘ciudadanos’ y los metieron en una misma bolsa con los desadaptados que arrasaron como horda de Atila todo lo que encontraron. Si los que ven televisión no distinguen entre los que protestan pacíficamente y los que causaron los destrozos, el sentido de la indiferencia hacia lo público podría lesionarse seriamente.
Los ciudadanos sí debemos salir a las calles y protestar por la defensa de lo que nos pertenece como usuarios de sistemas como TransMilenio, pero es una contradicción que en la búsqueda de un mejor sistema, éste fuese parcialmente destruido. Por eso es vital que no sea la arenga sino el argumento, el factor clave para motivar cambios.
Bogotá tiene una deuda enorme con el espacio público. Es como con los monumentos donde las autoridades los tienen bien inventariados pero son como un mueblo viejo que ya no cabe en el patio de atrás.
El transporte, uno de los elementos más tangibles del uso del espacio público, está en crisis; el modelo colapsó hace mucho a pesar de las mejoras que trajo TransMilenio. Hay que quitarle el transporte a las mafias y los ciudadanos debemos ejercer la ciudadanía no como una condición de estorbo, sino como un deber de construcción social.