Publicado en La Voz del Sur el 2 de diciembre de 2020
Los economistas y políticos neoliberales que trabajan para defender los intereses de los grupos más poderosos han conseguido imponer el mantra de que bajar impuestos es lo que conviene a toda la gente, sin distinción alguna, y lo que basta para solucionar los problemas económicos.
No voy a entrar aquí a cuestionar ese argumento que los anarquistas de derechas disfrazados de derechas defienden por las cuatro esquinas y en todos los medios de comunicación sin descanso. Solo quiero comentar ahora que plantear así el debate impide que se discutan los problemas que de verdad tiene Andalucía.
Se puede y se debe discutir cuáles son las mejores políticas fiscales, qué impuestos son mejores o peores y para quién, en qué cuantía deben establecerse o, por supuesto, cuál es el impacto efectivo que tiene la fiscalidad sobre el conjunto de la actividad económica. Son cuestiones muy importante y amplísima mente debatidas en la historia del pensamiento económico, pero no las fundamentales, por una razón muy sencilla y fácil de entender.
En todas las economías hay que distinguir dos niveles de generación de los ingresos. Por una parte, un nivel primario que se corresponde con la actividad productiva directa. Para producir cualquier bien o servicio es preciso utilizar factores productivos (recursos naturales, trabajo o capital) y pagar por su uso a sus propietarios. Así, al producir se va generando un ingreso equivalente -al mismo tiempo- al valor final de lo producido y al pago total realizado a los propietarios de los factores. Es un ingreso, por tanto, que se va distribuyendo a medida que se contrata el uso de los factores y en función del peso de cada en la producción y de lo que se pague por él, lo cual depende del poder de negociación que tengan sus respectivos propietarios. La producción da lugar a una distribución primaria del ingreso que es la fundamental porque constituye el grueso de las rentas disponibles para consumir o ahorrar de un país.
Una vez que se genera ese ingreso primario, los gobiernos pueden llevar a cabo políticas redistributivas. Mediante los impuestos obtienen ingresos de unos sujetos que luego, a través del gasto, devuelven a otros, de modo que re-distribuyen el ingreso primario.
La política fiscal, subir o bajar impuestos, es algo muy importante, por tanto, pero no lo principal en una economía porque con ella, por muy potente que sea, sólo se puede corregir una parte de la distribución primaria pero, lógicamente, no alterarla por completo.
Los problemas económicos de Andalucía, sus virtudes o defectos principales, derivan - como en cualquier otra economía- del modo en que se produce y, por tanto, de la distribución primaria de la renta. La prueba es que en los últimos años ha habido una redistribución gigantesca de recursos (realizada no sólo por el gobierno andaluz sino por el central y por la Unión Europea) que si bien ha tenido unos efectos positivos indiscutibles no ha logrado cambiar las características que han hecho que nuestro modelo económico siga rezagado y sea ineficiente, divergente y desigual: desvertebración (porque no ha generado interrelación sino enclaves), dependencia (porque las grandes decisiones se toman fuera de Andalucía y porque se le ha condenado al "subvencionismo"), insostenibilidad (porque se basa en explotación intensiva y desproporcionada de recursos, sobre todo naturales), extraversión y extractivismo (porque se ha especializado en abastecer al exterior de bienes y servicios, mano de obra, ahorro y ganancia financiera) y capitalización insuficiente.
En Andalucía no podemos entrar al trapo para centrar el debate en la bondad o maldad de los impuestos. Hemos de esforzarnos por plantear las cuestiones esenciales, como las que menciono a continuación porque me parece que quizá sean las más importantes:
- Generar fuentes de ingresos autóctonas, no dependientes, lo que obliga a evitar el constante declive de nuestra agricultura y de nuestra industria y nuestra conversión en una economía de servicios de bajo valor.
- Conseguir que el valor añadido que se genera en Andalucía se quede aquí, creando más capital y empleo, sin que se vaya a otras economías, tal y como está sucediendo; para lo cual es imprescindible que haya cadenas de producción y canales de distribución andaluzas y no, como ahora, simples eslabones de las transnacionales que lógicamente buscan maximizar el valor global y no el de los centros productivos ubicados en nuestra tierra.
- Recuperar y consolidar un sistema financiero propio que financie al capital andaluz, una tarea ciertamente muy difícil de conseguir (después del latrocinio cometido con las cajas de ahorros andaluces y, en general, con la banca pública española) pero no imposible si se utilizan formas alternativas de canalización del ahorro y financiación.
- Disponer de un sector energético propio, de vanguardia y que podría ser plena y rentablemente andaluz gracias a nuestro clima y recursos naturales si se pone freno a la corrupción, a las puertas giratorias y a la avaricia empresarial y de una parte de la clase política, y si se reorientan las estrategias de infraestructuras, espacios y ciudades para generar mercados internos y autosostenidos basados en pautas de producción y consumo de cercanía, sostenibles, sinérgicas y retroalimentadas desde nuestra propia economía.
- Atraer capital sin quedar esclavizados, asentándolo aquí en las mejores condiciones posibles, pero con incentivos para que genere innovación, cooperación y valor añadido del que nos apropiemos; y, al mismo tiempo, promover un tejido empresarial andaluz de pequeña y mediana dimensión inserto en redes y sinergias, vinculado al mercado interior y no secuestrado, como suele ocurrir ahora, por la banca y las grandes empresas y grupos de provisión o distribución.
- Reformar nuestro sector público y la administración para evitar sus ineficiencias, su incapacidad e impotencia y justamente para hacerlos fuertes porque la experiencia de todos los países más avanzados demuestra, sin lugar a dudas, que sin buena iniciativa, gestión y capital públicos es imposible que se den la innovación y el progreso, el desarrollo del capital y la iniciativa privadas ni, por supuesto, la economía social y la nuevas formas de generación de valor y riqueza que están por llegar con la revolución tecnológica y productiva que se avecina.
Andalucía tiene más población que 14 de los 28 países de la Unión Europea, más PIB que 11 y un PIB per capita equivalente al de Portugal o Grecia y más alto que ocho países. Nuestra economía, Andalucía en su conjunto, podría ser otra. Aunque para ello se precisa, eso sí, que lo desee firmemente su ciudadanía, que se elaboren propuestas rigurosas y se imponga la voluntad política de llevarlas a cabo, lo cual sólo se puede conseguir si la gente corriente toma la palabra y hace oír su voz.