Después de una relación traumática con alguien que viola conscientemente tu alma y te deja devastada, tienes dos opciones. La primera, la más sencilla, es dejarte caer, pensar que todo el mundo es igual, perder la ilusión por la vida y regalarle tu alma al narcisista, que es precisamente lo que buscó desde el principio. Y luego está la segunda opción. En la que te levantas, en la que aprendes de todo lo vivido, en la que te vuelves una guerrera y luchas por recobrar tu identidad.
Me decanté por la segunda. Era vivir o morir, y elegí vivir. Siempre he sido testaruda, y no iba a darle la satisfacción de ganar y de hundirme. Y tampoco quería sobrevivir como un zombi que desconfía de todos y de todo, y que decide que a partir de ahora no confiará en nadie y que devolverá al mundo el dolor que otro le infringió. No, yo no soy esa. Por eso, quiero relatarte todo lo que aprendí:
He aprendido que no todo el mundo es bueno, que hay depredadores, seres sin sentimientos ni conciencia, pero también hay almas puras que sufren y que merecen ser ayudadas. Y gracias a él, he aprendido a diferenciar las señales de unas y de otras. He aprendido a dar siempre una primera oportunidad, pero también a no permitir que las oportunidades se conviertan en infinitas. Quien comete un error y se arrepiente, no necesita que se lo repitas una y otra vez.
He aprendido a respetarme a mí misma. A saber decir que “no” cuando quiero decir “no”. A decir “sí”, cuando deseo de verdad decir “sí”. He aprendido a escucharme y a escuchar mi cuerpo, a saber que si no me siento bien con una situación, debo confiar en mi intuición y analizarla concienzudamente, y si es necesario, alejarme. He aprendido a cuidarme, a quererme, a valorarme y sobre todo, he aprendido a huir y apartarme de las personas que no me tratan como merezco.
He aprendido que la paz interior está muy por encima de tener razón o tratar de explicar mis motivos. Que quién no es capaz de ponerse en tu lugar y tratar de comprenderte, no merece el esfuerzo de hacerle entender a toda costa, que quién te daña una vez puede estar equivocado, pero quién lo hace en repetidas ocasiones, simplemente, no le importa.
He aprendido a fijarme más en las acciones que en las palabras. Las palabras pueden ser hermosas, apropiadas, complacientes o simples manipulaciones. Las acciones, en cambio, te revelan la verdad de quién tienes frente a ti. He aprendido que quien miente una vez, miente mil. Que quien promete un cambio que jamás se produce, solo está manipulándote. Que quien traiciona a otros, seguramente también te está traicionando a ti.
He aprendido a pedir en la misma medida que doy y a no conformarme con menos. A ser benevolente conmigo misma, a no justificar jamás un maltrato ni verbal ni físico, ni en mí ni en otros, a no callarme ante las injusticias por temor, a expresar mi opinión sin miedo, a confiar en mí misma y no ceder jamás mi poder a otros.
He aprendido que quien de verdad te quiere, no te hace sufrir. Que las discusiones existen, que hay diferentes puntos de vista, pero eso jamás puede ser una excusa para humillar, destruir, ni denigrar al otro. He aprendido lo que es querer de verdad. Y he aprendido que hay seres que carecen de esa capacidad y que es inútil tratar de suplir esa carencia con mis propios sentimientos.
He aprendido que la gente sin alma no cambia, que no tienen esa opción porque en ellos no existe la autocrítica, el remordimiento, la empatía ni la compasión. Y que si te cruzas con uno de estos depredadores, jamás debes intentar redimirlos ni con tu amor, ni con tus consejos, ni con tu paciencia ni con tus lágrimas. He aprendido que esas personas existen, que vagan vacías por dentro, anhelando la luz de otros para ocultar su oscuridad. Y que frente a ellos, es el único momento de la vida en el que hay que perder la esperanza porque jamás van a cambiar porque es su naturaleza y, como en la fábula del escorpión y la rana, no pueden evitar ser lo que son.
He aprendido que cuando alguien te acusa de algo que tú sabes que no está en ti, solo está proyectando su interior. Que quien insulta, denigra y maltrata, necesita que te vengas abajo para alimentar su ego. Que quién no tiene en consideración los sentimientos de otros, tampoco tiene propios.
He aprendido, en definitiva, que soy una guerrera. He aprendido a ser más sabia, he aprendido a no rendirme, a ser más compasiva con la gente que me rodea, a querer a aún más a los que lo merecen. He aprendido que nunca es tarde, que todo pasa, que lo bueno llega. Que siempre llega. Y que bajo ningún concepto permitiré que un ser sin alma me haga cerrar la puerta para no recibirlo.