Revista Opinión

Lo que cuesta descubrir lo que está lejos

Por Javier Martínez Gracia @JaviMgracia
LO QUE CUESTA DESCUBRIR LO QUE ESTÁ LEJOS

       La realidad se nos presenta filtrada por la actitud con la que nos dirigimos hacia ella. La expresión más primitiva de esta actitud estuvo determinada por la naturaleza del organismo humano que, en su primera forma evolutiva solo disponía del recurso del tacto, primer órgano sensorial y origen de todos los demás sentidos. En la zona de transición desde que la relación con la realidad se establecía a través del tacto hasta que empezó a hacerlo a través de la vista, se instaló el vértigo, la agorafobia, el miedo a los espacios abiertos, en los que uno no se puede aferrar al sólido terreno que le muestra el tacto, sino que se confronta con el vacío que hay entre un objeto compacto y el siguiente. “Tan pronto como el hombre –dice Ortega siguiendo al historiador y teórico del arte alemán Wilhelm Worringer–, se hizo bípedo, tuvo que confiarse a sus ojos y debió padecer una época de vacilación e inseguridad. El espacio visual es más abstracto, más ideal, menos cualificado que el espacio táctil. Así el neurasténico no se atreve a lanzarse en línea recta por medio de la plaza, sino que se escurre junto a las paredes, y palpándolas afirma su orientación”[1].



[1]O y G: “Arte de este mundo y del otro”, O. C. Tº 1º, p. 195.



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