Luis Suárez, Editorial Ariel (2009)En este ensayo, Luis Suárez destaca, una a una y en conjunto, las aportaciones hispanas, desde los inicios mismo del Cristianismo hasta la preconización de una forma alternativa a la Ilustración, aquella que no renunciaba en modo alguno a la herencia del pasado, el libre albedrío y la trascendencia, y que se ve reflejada en los avances científicos en España y América en el siglo XVIII.A través de sus más destacadas figuras y del legado de las instituciones nacidas en el mundo hispano, Luis Suárez nos ofrece un singular fresco de la grandeza de España, situándola en el lugar que le corresponde: el de portadora de unos valores profundos y un quehacer único que contribuyen, a su vez, a la grandeza de Europa y del mundo occidental.
Europa es el resultado de las interrelaciones entre 5 ámbitos culturales a través del tiempo, que se han expresado por medio de 5 grandes idiomas: italiano, francés, alemán, inglés y español (castellano). La ciencia alemana o su música, el teatro británico, la ópera italiana, o el academicismo francés tienen para los europeos un valor absoluto. Lo mismo debe solicitarse en relación a las aportaciones españolas.
Hispania obtuvo su identidad a través de Roma. A principios del siglo IV, cuando el Imperio ejecutaba el tránsito desde el helenismo al cristianismo, fue reconocida como "diócesis" o ámbito de convivencia, iniciándose así la construcción de un patrimonio que abarcaba la Península e islas adyacentes. Los visigodos, pueblo germánico, se asentaron en estas tierras al producirse la caída del Imperio, sustituyendo su legitimidad.
Aquellos godos intentaron adoptar su particular forma de cristianismo, con las tesis arrianas, marcando así las diferencias entre germanidad y romanidad. Pero, cuando en el siglo VI, consiguieron unir políticamente el espacio hispano, se invirtieron los términos y fueron los hispanorromanos los que impusieron su modo de ser y vivir.
El III Concilio de Toledo (589) fue la primera aportación decisiva: el arrianismo fue sustituido por el catolicismo, se sometieron todos los habitantes a una Lex romana aparada por los visigodos, que renunciaron a la lengua goda imponiéndose el latín y formas de vida autóctonas. Existió, por lo tanto, un paralelismo entre Hispania y Bizancio, por la herencia romana.
Isidoro de Sevilla asignó al saber una misión genérica de llegar a conocer el orden de la Creación, utilizando para ello los libros y sus lecturas, es decir, bibliotecas y lecciones, que forma la base sobre la que se construyen las escuelas que desembocan en las universidades, típicamente europeas. Dos o tres generaciones después, los continuadores de san Isidoro se integran en el Renacimiento carlovingio.
Esta Hispania, que conservó su nombre demostrando fidelidad a la herencia romana, se perdió en 711 a causa de la expansión islámica, pero ciertos núcleos de resistencia, con el apoyo de Francia (los europenses como les llama un anónimo cronista mozárabe), pudieron emprender una tarea de siglos, a la que lamamos Reconquista. Durante ella se constituyen hasta cinco reinos, pronto reducidos a cuatro, cristianos, que invocan la vieja herencia. Las circunstancias, desde el siglo X, hacen que se produzcan determinados fenómenos que hemos de tener en cuenta.
En primer término el vasallaje, heredado de los germanos, no se convierte en feudalismo sino que se mantiene dentro de las estrictas relaciones de fidelidad entre vasallo y señor. Pero el vasallaje es un contrato que se ratifica mediante juramento y sólo personas libres pueden prestarlo. El León nace, al restaurarse la legislación gótico-romana, las primeras leyes que permiten al siervo salir de esta condición. Un avance que se extiende luego a toda Europa.En la época de los Reyes Católicos, España es el primer país en donde se dicta una ley disponiendo la nulidad de cualquier vínculo se servidumbre que aún subsistiera. De aquí nacen otras dos consecuencias: a las Asambleas de la Corte son invitados también los representantes del tercer Estado. Un modelo que Simón de Monfort aplicará en Inglaterra creando los Comunes; la condición de súbdito se identifica con la libertad, asegurada mediante el recíproco cumplimiento de la ley.
La Monarquía hispana, desde la segunda década del siglo XIV avanza, por la vía de la Corona de Aragón, hacia un reconocimiento de que la potestad regia se garantiza por medio de tres poderes, legislativo (Cortes), administrativo (Consejo) y Judicial (Audiencia o Chancillería). Es el antecedente necesario para comprender el gran descubrimiento de Montesquieu.
Otra de las aportaciones importantes se produce mediante el contacto con musulmanes y judíos, que aportaban de Oriente algunas versiones del helenismo y de la sabiduría oriental. Entre otras, el texto de al-Kwarizmi, introducía en Europa el cero y el infinito, y sustituía los números romanos por guarismos. El futuro Papa, Gerberto de Aurillac, viajó hasta España para adueñarse del texto y exportarlo a toda Europa. Por esta vía, mediante la Escuela de Traductores de Toledo se investiga el pensamiento de Aristóteles. La versión de las Categorías que se empleaba en la Universidad de París se llamaba "Gundisalvus" porque era producto de un canónigo de Segovia llamado Domingo González. La ciencia podría entrar de este modo por las vía de la modernidad.
Fue un español, Raimond Llull, quién trató de convencer a los europeos, en los inicios mismos del Humanismo, de que la Fe puede explicarse por medio de la Razón, haciendo ver que el cristianismo constituye el modo más racional de explicar la existencia de Dios y de la naturaleza humana. Por esta vía, aprovechando de una manera especial influencias italianas y borgoñesas, España puso en marcha una reforma religiosa que aportaba dos valores opuestos a los del nominalismo, que desembocaría en Lutero: capacidad racional para el conocimiento incluso especulativo, y libre albedrío, como explicarían Manrique o Calderón, entre otros autores. A esta aportación deberíamos sumar una tercera de enorme importancia en razón de las peregrinaciones a Santiago. No existe pecado, por grave que sea, que no pueda alcanzar su perdón mediante verdadera y fructuosa penitencia. Tras elementos esenciales.De aquí procede la Escuela de Salamanca, que tendrá en Suárez su punto culminante. Europa recibió el mensaje: partiendo de la base de la libertad racional, e incorporando las enseñanzas de la Iglesia, puede descubrirse que todos los seres humanos, sin distinción de raza, de color o de origen, se encuentran dotados en su naturaleza de ciertos derechos inalienables, como son la vida, la libertad y la propiedad. Las Monarquías estaban llamadas a reconocerlos y defenderlos pero no podían ser sustituidos. Una línea de razonamiento que coincide con la Constitución norteamericana, pero que se sitúa en una dimensión opuesta a la de la Revolución francesa.
En la culminación de la reforma española que alimenta al Teatro de Siglo de Oro (Zalamea, La vida es sueño, El burlador de Sevilla o El condenado por desconfiado) se encuentran las aportaciones de santa Teresa y de san Juan de la Cruz, que llegan a descubrir el secreto: "a la tarde te examinarán en el amor".
Pero en torno a este planteamiento, Europa se dividió partiendo de las universidades, entre racionalistas y nominalistas. España abraza el Tomismo y defiende esta línea de pensamiento. En la primera coyuntura, y a pesar de disponer de una Papa español, España da el paso decisivo para la solución del Cisma de Occidente abandonando la coyuntura de mantenerse en línea inexorable con Benedicto XII. En la segunda no hubo entendimiento y se aprestó a vencer la "rebelión protestante".
Entre 1648 y 1659 esta rebelión es vencida, predominando las razones políticas sobre las ideológicas, y se inicia una desvalorización de los principios esgrimidos por las escuelas españolas.
La decadencia política, que se prolonga durante más de dos siglos, lleva a algunos de los intelectuales de la Enciclopedia, a suponer que de ningún valor pueden considerarse las aportaciones españolas.
Visión incorrecta. Algunos grandes pensadores, en línea con el padre Feijóo, entre los que destacan Jovellanos y Campomanes, preconizaron una fórmula distinta para la Ilustración: aquella que no renunciaba en modo alguno a la herencia del pasado, el libre albedrío y la trascendencia. Durante dos o tres décadas, como demuestran los avances científicos en España y América, pareció a punto de alcanzarse esta meta. Pero la Revolución francesa provocó primero un freno radical y después una reacción contra los propios ilustrados españoles. Jovellanos, que fue un católico profundo y así lo demostró en Valldemosa, pudo ser calumniado por muchos clericales y presentando como algo que nunca fue, hasta el punto de que la Logia masónica de su ciudad natal emplearía su nombre.
Tiempos difíciles, de ruptura interior. Lo que España en el siglo XIX aportaba a Europa, envolviéndolo en la hazaña de las victorias sobre Napoleón, no era precisamente recomendable. Pues tradicionalismo y liberalismo no se presentaron como peldaños para un ascenso en la cultura, sino como enemigos que trataban de descubrir en el de enfrente, un peligro, un mal. Y así hemos vivido un siglo de guerras civiles, en el corazón y en la conducta que el Europeísmo debe borrar permitiendo el retorno a esos valores profundos que Europa necesita.