Revista Religión

LO QUE EL PAPA FRANCISCO NOS DEJÓ Y NO PODEMOS OLVIDAR. Monseñor Javier del Río, Arzobispo de Arequipa en sus Tres cartas semanales

Por Joseantoniobenito

LO QUE EL PAPA FRANCISCO NOS DEJÓ Y NO PODEMOS OLVIDAR. Monseñor Javier del Río, Arzobispo de Arequipa en sus Tres cartas semanales

LO QUE EL PAPA FRANCISCO NOS DEJÓ Y NO PODEMOS OLVIDAR. Monseñor Javier del Río, Arzobispo de Arequipa en sus Tres cartas semanales

LO QUE EL PAPA FRANCISCO NOS DEJÓ Y NO PODEMOS OLVIDAR. Monseñor Javier del Río, Arzobispo de Arequipa en sus Tres cartas semanales

El Papa amazónico

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Los discursos del papa Francisco en Madre de Dios pusieron tan de manifiesto que conoce bien los principales problemas que afectan a la región amazónica, que los miembros de los pueblos originarios de esa región coreaban a una sola voz: "el papa es amazónico". Ya en sus primeras palabras a los 3.500 representantes de los pueblos originarios de la Amazonía, Francisco les dijo que había querido comenzar allí su visita a Perú para reafirmar con ellos una opción sincera por la defensa de la vida, la tierra y las culturas. En primer lugar, la defensa de la vida. El Papa invitó a alzar la voz contra la presión de organizaciones internacionales que promueven políticas destinadas a que las mujeres no tengan hijos, llegando incluso a la esterilización. Invitó también a "no mirar para otro lado" ante el terrible problema de la explotación de la mujer con fines laborales o sexuales. En contra de esas visiones igualmente reductivas de la mujer, Francisco destacó su rol como madre y generadora de familia. "Si hay madre, hay hijos, hay familias, hay comunidad", dijo el pontífice, para concluir afirmando que donde hay familia y comunidad se encuentra la fuerza para enfrentar los problemas.

En segundo lugar, la defensa de la tierra, sobre la cual el Papa denunció a aquellos que quieren hacer de la región amazónica "un lugar fácil de comercializar y explotar", hasta el punto que "el consumismo alienante de algunos no logra dimensionar el sufrimiento asfixiante de otros". En esa lógica perversa de aquellos que sólo quieren consumir, "los bosques, ríos y quebradas son usados, utilizados hasta el último recurso, y luego dejados baldíos e inservibles". Pero no sólo ellos, sino también las personas son usadas hasta el cansancio y después dejadas como inservibles, afirmó Francisco en una clara demostración de que, como varios años atrás habían denunciado los papas san Juan Pablo II y Benedicto XVI, en la raíz del problema medioambiental está una equivocada antropología, es decir una errada concepción del hombre y, por qué no decirlo, también una errada concepción de Dios o, como lo ha llamado Francisco, una verdadera idolatría.

En tercer lugar, la defensa de las culturas. Sobre esto, nuestro Papa hizo un llamado a no dejarse engañar por "colonialismos ideológicos disfrazados de progreso, que poco a poco ingresan dilapidando identidades culturales y estableciendo un pensamiento uniforme, único y débil". Como bien dijo el pontífice, "la desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la desaparición de una especie animal o vegetal". Ante estos neocolonialismos, que no sólo atentan contra las culturas amazónicas sino contra todas aquellas que no respondan a su "pensamiento único", Francisco hizo un llamado a fortalecer a las familias. Dijo: "La familia es y siempre ha sido la institución social que más ha contribuido a mantener vivas nuestras culturas".

Y así como Francisco demostró conocer los problemas de la Amazonía, demostró conocer también las vías de solución, entre las que destacó dos. La primera es la necesidad de que quienes provienen de otras culturas reconozcan a las culturas amazónicas y entablen con ellas procesos de diálogo, en lugar de políticas de exclusión y discriminación. La segunda es que las comunidades de la Amazonía "no sucumban a los intentos que hay por desarraigar la fe católica de sus pueblos" sino que, a través de una labor conjunta entre los misioneros y los pueblos originarios, se plasme una Iglesia católica con rostro amazónico.

Defender la esperanza

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La visita del papa Francisco al Perú superó todas las expectativas, no sólo por el número de personas que participaron en los encuentros presididos por él o las multitudes que se volcaron a las calles para verlo pasar, sino también por el impacto de su mensaje. El riesgo, sin embargo, es que con el paso de los días ese mensaje se diluya y nos quede sólo el grato recuerdo de la visita de un papa sencillo y cercano a la gente. Por eso, quisiera aprovechar estas líneas para hacer una primera aproximación, todavía incompleta por cierto, de lo que podría considerarse el núcleo del mensaje de Francisco al Perú, que gira en torno al lema de su visita: "Unidos por la esperanza", que él supo traducir en un llamado a "defender la esperanza".

A lo largo de los días que estuvo entre nosotros, el papa fue destacando algunas razones en las que podemos fundar nuestra esperanza como nación. Comenzó mencionando la belleza de nuestra geografía y la abundancia de nuestros recursos naturales, especialmente la biodiversidad de la Amazonía. Habló también de la riqueza de nuestras costumbres y tradiciones culturales impregnadas por valores humanos como la hospitalidad, la creatividad, el sentido de comunidad, la resiliencia y la solidaridad que se muestran especialmente ante las catástrofes causadas por ciertos fenómenos de la naturaleza. Continuó destacando nuestra fe católica que, para usar sus propias palabras, "tocó" en su contacto con la gente. Acentuó también la juventud de nuestra población, que contrasta con el envejecimiento de aquellos países que se han cerrado a la vida y no quieren tener hijos. Los jóvenes, dijo el papa Francisco, no son sólo el futuro sino el presente del Perú y con su dinamismo y entusiasmo nos invitan a soñar un futuro esperanzador. No por último, nuestro ilustre visitante hizo énfasis en un hecho histórico: el Perú es una tierra "ensantada", nos dijo, haciendo referencia a los grandes santos que ha dado nuestro país y que son testigos imperecederos de la fuerza del amor de Dios.

Sin embargo, en medio de esas y otras razones de esperanza, en sus discursos el Papa no dejó de mencionar algunas amenazas a la misma. Entre ellas hizo referencia a cierto modelo de desarrollo que causa degradación humana, social y ambiental. Se refirió también a la colonización ideológica que destruye las culturas para imponer un pensamiento único que atenta contra la mujer, la familia y la comunidad; e hizo énfasis en el virus de la corrupción que lo destruye todo. Ante esas y otras amenazas, Francisco nos pidió que no nos dejemos robar la esperanza sino que la defendamos promoviendo una ecología integral, no sólo ambiental sino humana y social, así como una mayor transparencia en el sector público, la empresa privada, la sociedad civil e incluso las organizaciones eclesiásticas. A los jóvenes los exhortó a no desarraigarse de la familia y la propia cultura, y a descubrir la sabiduría de los ancianos a través del diálogo con sus abuelos. A todos nos alentó a no dejarnos quitar la fe católica y a "no tener miedo de ser los santos del siglo XXI". Finalmente, al clausurar su visita, el Papa nos dijo que "no hay mejor manera de cuidar la esperanza que permanecer unidos". Unidos por la esperanza, unidos en la defensa de la esperanza, es una bella tarea en la que todos estamos llamados a contribuir.

+ Javier Del Río Alba, Arzobispo de Arequipa

El Papa y la corrupción

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Con el deseo de evitar que, con el trascurrir de los días, de la visita del Papa sólo nos quede un recuerdo emotivo, al igual que las semanas pasadas dedicaré esta columna a algún tema de sus mensajes. En esta ocasión será la corrupción, sobre la cual el Papa habló directamente en su encuentro con las autoridades, representantes de la sociedad civil y del cuerpo diplomático, realizado el 19 de enero en el Palacio de Gobierno, y mostró su preocupación en el diálogo que tuvo con los obispos el 21 de enero.

Según el Diccionario de la Lengua Española, corromper significa echar a perder, depravar, dañar, sobornar, pervertir, viciar, estragar. A todo eso se refirió Francisco cuando, en su discurso en Palacio de Gobierno, calificó a la corrupción como un virus degradante que, poco a poco y muy sutilmente, contamina el entramado vital e infecta a la sociedad perjudicando sobre todo a los más pobres. Es lo mismo que había sostenido en el año 2007, siendo arzobispo de Buenos Aires, junto con los obispos que participaron en la quinta conferencia general del episcopado latinoamericano y del Caribe, al tildar a la corrupción como un flagelo alarmante que "viene destruyendo el tejido social y económico de regiones enteras" (Aparecida, 70). Para el Papa, la corrupción y el narcotráfico son dos ejes que impiden la consolidación de América Latina como esa "patria grande" que durante largo tiempo se soñó (cfr. Latinoamérica, Lima 2017, p. 110).

A juicio de Francisco, sin embargo, la corrupción no se circunscribe a ciertos funcionarios públicos, políticos o grandes empresarios, sino que puede infectar también a todo tipo de ciudadanos e incluso a miembros de la jerarquía de la Iglesia; porque, como declaró hace un tiempo al periodista Andrea Tornielli, "el corrupto a menudo no se da cuenta de su estado". La corrupción es el pecado elevado a sistema, es una manera hipócrita de vivir que sumerge al hombre y a enteras sociedades en la mentira y el fraude. Dijo el Papa en esa entrevista: "El corrupto es el que se indigna porque le roban la cartera y se lamenta por la poca seguridad que hay en las calles, pero después engaña al Estado evadiendo impuestos y quizá hasta despide a sus empleados cada tres meses para evitar hacerles un contrato indefinido…Es el que quizá va a misa el domingo, pero no tiene ningún problema en aprovecharse de su posición de poder reclamando el pago de sobornos" (El nombre de Dios es misericordia, Lima 2016, p. 94).

A la luz de estas enseñanzas puede cada uno examinar su conciencia; porque, también lo dijo el Papa en Palacio de Gobierno, "la corrupción es evitable y exige el compromiso de todos". Una cosa es ser pecador y otra ser corrupto. Si el pecador reconoce su pecado y se arrepiente, recibe el perdón de Dios. El corrupto, en cambio, vive instalado en el pecado. No sólo no se arrepiente sino que se autojustifica y termina esclavo de su propia mentira. La corrupción mata el alma, la conversión la resucita. Examinemos nuestra conciencia y si alguno descubre que el virus de la corrupción lo ha infectado, no tenga miedo de volver a Dios para que lo cure y experimentará que de su corazón brotará el gozo de la verdad.

+ Javier Del Río Alba, Arzobispo de Arequipa



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