Revista Opinión

¡Lo que enseña una paja!

Publicado el 11 noviembre 2010 por Pepemantero

¡Lo que enseña una paja!

El año de la muerte del general felón tenía yo trece años, una bici Orbea de cuadro holandés (de tía, me decían) y las hormonas desdichadas de que no supiera yo darles soltura, infortunada carestía que solucionó el Fori cuando nos llevó, a Pepe Luís, a Pedro y a mí, a la fuente de Las Adelfillas y nos catequizó sobre el modo tan manual, placentero, barato y sencillo de tenerlas puntualmente satisfechas. Las hormonas. Una lección que jamás olvidé, que lo sepas; mis pañuelos de batista marcados a mano por la Francisquita La Culapera, tampoco.

Franco la iba a cascar, eso lo sospechábamos, y nos frotábamos las manos, pues, cuando volaron a Carrero Blanco hacia el cielo de Claudio Coello, nos dieron tres días de vacaciones durante los cuáles, en casa de mi prima Loles (que sabía fumar) hicimos un Belén de chapa que nos había mandado la maestra de pretecnología. Manda cojones con el nombrecito de la maría. Pretecnología, y Franco en agonía. El caudillo. claro, era más, mucho más que Carrero, dónde iba a parar. Aunque yo tenía cierta aprensión, pues decía mi madre que la suya, mi abuela Reposo, sentenciaba que, si se morían Franco y Pablo VI –por este orden-, el mundo se iba a acabar. Y yo quería vacaciones, no el Apocalipsis. Nos ha jodido.

El hecho es que la palmó. Tardío, pero cierto, el hijo de la gran puta la espichó. En paz descansaron los españoles, sojuzgados por su régimen de dictatorial incultura. Pero por entonces yo aún no sabía nada sobre este particular. Me habían dicho, eso sí, que a mi abuelo paterno, concejal del Partido Socialista Obrero Español, le habían fusilado los nacionalistas. Vamos, ellos, los fachas, los de siempre. La asquerosa derecha españolista. Y poco más. Yo, entonces, lo que de verdad quería era que el caudillo se muriese; no porque le odiara, sino por mor de la congrua vacación. Ya que estaba tan malito como para palmar, cuanto antes, mejor para el subsiguiente luto. Que lo tuvimos, y fue de una semanita de reloj y almanaque de Unión Explosivos Riotinto: escopeta, perdiz y amago de la Trini de Julio Romero de Torres.¡Viva lo kitsch!

La mañana de autos teníamos sociales con Doña Pepita, quien, con media lagrimilla y entre protestas de ser más franquista que Franco, desenrolló aquel tremendo póster que yo vi sepia y nos leyó el testamento de aquél a quien Arias Navarro había calificado por la tele como “el hombre de excepción”. Se me grabó aquel deseo del difunto de morir –como Teresa- hijo de la iglesia. No podía ser malo alguien así, tan sentido, tan español, tan católico. Y, sin embargo… tan hijísimo de la grandísima puta.

En aquel luto vacacional Pepe Luís, Pedro y yo nos fuimos a Los Gabrieles a aprender, clandestinamente, a fumar, agazapados tras los dólmenes. En menos de una hora cayeron un paquete de Sombra y otro de Mencey (la perla negra). Pillamos un pedo de humo de cojones, pero nos volvimos a casa tan hombretones, y tan contentos.

Me gustaba coleccionar recortes de prensa, y en casa compraban ABC de Sevilla, más ABC que el otro, el de Madrid, no sabía yo por qué. Recuerdo por aquellos días –aún Franco agonizaba- la portada en la que el general Gómez Salazar hablaba de la Marcha Verde con aquel militar convencimiento: “no pasarán”. El otro tirano, Hassan II, sin Celia Gámez, pudo cantar poco después “ya hemos pasao”. Juanito, Príncipe de España por la gracia de El Pardo, protagonizaba, con Franco, portada de Actualidad Española, con el rotundo titular: “Continuidad”. Recorta y pega. Aquellos carpetones carpetovetónicos siguen dando testimonio ahí, en el buró de mi padre, preñados de recuerdos, azares y desventuras de nuestra historia, caliente como aquella paja de Las Adelfillas.

Han pasado más de treinta años. Cuánto hemos cambiado. España ha salido del subdesarrollo del entorno garbancero de El Pardo; pudiera, incluso, ser un país moderno (de no ser por más de cuatro cabrones y cabronas, beatas y beatos, fachas y fachos), quimérico paraíso soñado, por riadas de inmigrantes… España, sin ir más lejos, está desconocida, de guapa, estirada, y relativamente fuera del armario. Nosotros seguimos siendo, con más años, kilos y manías, aquellos niños grandes que soñaban la luna y la tuvieron, siquiera reflejada en el pozal, de noche, de aquella educativa fuente de las pajas. ¡

¡Ah, la paja! Siempre nos quedará la paja. Qué bello es vivir.


Filed under: asesinos natos, libertad de conciencia, sexo Tagged: aldefilas, Franco, Juan Carlos I, paja, Valverde del camino
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