Lo que esconde tu nombre, Clara Sánchez, 2010.
¡Ay, ay, ay! Decía Cicerón que equivocarse es de hombres, pero persistir en el error es de locos. ¡Que tengan que repetirse los mismos errores para llegar a conclusiones viejas es una muestra más de cómo las certezas de la razón no fallan, pero la insistencia en el error puede eclipsarlas con un empecinamiento ciego!
Desde que me deslizo de forma resbaladiza y torpe por el mundo de los clubs de lectura de adolescentes y las tertulias literarias tengo la sensación de bailar improvisando, con la certeza de reconocer el ritmo del baile pero sin ser capaz de seguir bien los pasos. No es una actividad sencilla, ni siquiera gratificante, si tenemos solo en cuenta las decepciones literarias, la incapacidad como conductora para contagiar el entusiasmo lector o la pasividad comunicativa de mis alumnos a la hora de escarbar bajo la piel en busca de emociones y pensamientos. (Es que no me gusta pensar, me dijo hace poco una alumna en el colmo de la indolencia intelectual y humana). Pero claro, luego están esos que sacrifican sus recreos para hablar de libros, que forman un grupo de wasap para hacer comentarios sobre la obra en curso, que te reclaman entusiasmados nuevas lecturas, y acabas apostando tus ilusiones como una polilla ante un resquicio de luz.
La conclusión a la que llego es que, cuando me he decidido por abordar la lectura de clásicos (Poe, García Márquez, Orwell...), la cosa siempre funciona. Cada vez que, voluntariamente (por error o estupidez) o por ceñirme a la decisión de un grupo, recurro a lecturas actuales, recomendadas, de moda, etc..., la experiencia suele terminar en cataclismo descorazonador.
Pues bien: la última propuesta de mis colegas (profesores de literatura) para nuestra próxima tertulia literaria era Lo que esconde tu nombre, de Clara Sánchez. Como siempre que se trata de obras actuales, sobre todo si emanan un tufillo a reciente ganador del premio X, yo no lo había leído. En estos casos admito mi desconocimiento y acepto los consejos. Nada más comenzarlo, ya sentí ese escozor desagradable que no se sabe muy bien de dónde viene: un crujir quejumbroso por debajo de la lectura, una incomodidad como de piedrecilla en el zapato... Las prosa no suena afinada, la sintaxis avanza chirriando como una puerta oxidada, el mal uso de los signos de puntuación proclama la anarquía de la articulación textual. En una situación más personal hubiera cerrado el libro para siempre; pero se trataba de un compromiso laboral, así que respiré hondo, me contuve para no coger el boli rojo (deformación profesional) y le dediqué unas horas de mi tiempo de lectura.
La novela, la verdad, no se cae de las manos. La trama está construida a partir de capítulos cortos, alternando dos voces narrativas en primera persona que pretenden mostrar una oposición generacional (el viejo y la chica) y de punto de vista. La historia engancha, como dirían mis alumnos (¡esa palabra que parece haberse erigido, como un mantra, en aspiración preeminente de toda vocación literaria!). Vale, nada nuevo bajo el sol, pero se aceptaría si al menos las dos voces mantuviesen un interés narrativo, si su desarrollo compusiese unos personajes atractivos, bien construidos... Pero nada. Avanza la historia y el ansia de conocerlos no se ve gratificada, reducida a una comprensión superficial, sobre todo en el caso de Sandra, que ni siquiera se hace digna de aprecio lector. Esto, por no hablar del engaño puramente comercial del título, de la capciosa portada y del texto de la contraportada (¡¿subyugante relato de terror?!), cuando la novela no alcanza en ningún momento la intriga pretendida.
Luego está lo de los nazis. Que sí: viejos y viviendo en la Costa del Sol, pero es que es otra de nazis, que es lo que se cuenta cuando ya no se puede colar otra de la Guerra Civil. Por cierto, entre las novelas que recientemente tratan este tema, hay una de Andrés Pérez Domínguez titulada El silencio de tu nombre (2012): ¿estoy demasiado suspicaz o el título recuerda algo? Los temas de la vejez, la culpa, la venganza, la memoria o las relaciones humanas son universales, eternos y dignos de interés... si aportan novedad, o frescura, o profundidad, o desmitificación, o fascinación, o algo.
Conclusiones:
1) Estoy deseando (¡es un decir!) terminar las vacaciones de Navidad para volver a ver a mis alumnos y saber qué les ha parecido el libro. Apuesto mi biblioteca a que les ha encantado...
2) Me ha costado mucho escribir esta reseña. Generalmente, cuando un libro no me gusta no hablo de él en este blog. Respeto mucho el trabajo de un escritor, sé lo que cuesta escribir un libro y lo injusto de una crítica negativa de alguien que no se dedica profesionalmente a la crítica literaria. No pretendo hacer una crítica literaria, puesto que no es mi trabajo. Ofrezco una interpretación personal basada en mis intereses literarios y mi nivel lector. Por eso, como afirmaba antes, creo que a mis alumnos les gustará: es una historia entretenida y fácil que arrastra a la lectura; sin más. Y como siempre les digo en mis clases, toda las lecturas son buenas en el momento adecuado y en su apreciación justa. No recomiendo El Quijote en la E.S.O. ni el Ulises de Joyce en Bachillerato (aunque siempre hay alguien que está preparado y entonces planto la semilla de la intriga en su interior, arrojando piedrecitas blancas ante su entusiasmo para que siga el sendero de la lectura productiva, que es siempre el de la lectura gratificante). Leer es básicamente placer: primero entretenimiento en bruto, después goce estético, emocional, intelectual... Basta con entregarse a los libros para descubrirlo.
A mí este no me ha gustado.