El único signo de superioridad que conozco es la bondad (Beethoven)
Hoy a mi bruja le han hecho la primera parte de la in vitro, es decir, después de un periodo de hormonación (la pobre se ha tenido que pinchar todos los días), le han extraído los ovocitos mediante punción para fecundarlos en el laboratorio y volvérselos a transferir cuando sea el momento (en dos o tres días). Para más información acerca de la fecundación in vitro, podéis leer esto. Es la técnica reproductiva estrella, a la cual hemos recurrido tras cinco intentos de inseminación artificial con resultado negativo. No queríamos llegar a este punto, pues el proceso de maternidad se medicaliza demasiado, pero nuestro deseo es tan grande que ha podido con todo, incluso con el desánimo y la congoja que entran a veces por llevar intentando durante ya un año lo que para otra gente es tan sencillo.
El hospital privado donde le han hecho la extracción de ovocitos, una intervención sencilla para lo cual, no obstante, ha recibido sedación profunda, pertenece a la clínica de reproducción asistida donde estamos recibiendo el tratamiento desde el primer momento. En esta clínica todo el mundo nos trata con cordialidad, como debe ser, y nuestra doctora es realmente encantadora. En el hospital, en cambio, el trato recibido hoy me ha dejado bastante triste. A lo mejor os parece una tontería, pero yo, hipersensible como soy a veces, lo que peor llevo es que me hablen mal y que me discriminen. Buf, es que me quedo varios días con un nudo en la garganta… la gente me ve muy combativa y muy activista, pero quien me conoce de verdad sabe que tras la fachada reivindicativa hay una llorona que no entiende por qué no siempre sale amor del amor y por qué a la gente se le olvida respetar o cuidar, cuando el respeto y el cuidado deberían regir nuestras vidas.
Los padres de mi bruja nos llevan al hospital porque yo no conduzco y ella no puede hacerlo tras la intervención, pues estará dolorida y sedada. Mi niña entra en quirófano y yo la miro alejarse, tan valiente ella, y le juro una vez más para mis adentros amor eterno. Me quedo en la sala de espera con mis suegros y una decena de personas más. Es en estos lugares donde tengo la ocasión de hojear el ¡Hola! y reforzar mi fervoroso republicanismo, pero esta vez lo único que puedo hacer es morderme las uñas e intentar responder coherentemente a la conversación de mis acompañantes.
Al cabo de media hora, la puerta del quirófano se abre y una enfermera dice con una voz potente:
--¿EL MARIDO DE BRUJA?
Yo me levanto y digo con una sonrisa, pero con firmeza:
--Soy yo. Soy su mujer…
Todo el mundo en la sala de espera nos observa y yo me pongo como un tomate, pero ella parece no haberme comprendido, porque me mira y vuelve a decir:
--¿EL MARIDO DE BRUJA?
--Soy YO. Su MUJER. –insisto, ahora sin la sonrisa y con más firmeza mientras me acerco a la puerta del quirófano.
La enfermera vuelve a mirarme.
--Espere aquí –me dice, sin por favor ni nada. Y me cierra la puerta en las narices.
Pasan cinco minutos, diez, quince… ¿Qué ocurre? No puedo entenderlo. Sale otra enfermera distinta del quirófano y digo:
--Perdone, es que han llamado al "marido" de Bruja, les he dicho que soy yo, que soy su mujer, y ya no sé nada más… ¿ella está bien?
--Ah, claro –me responde con una risita-. Es que esperábamos a un marido, perdona… Si ella ya lleva un rato lista para irse, está esperando a que alguien la recoja.
Me hace pasar. Detrás de la puerta del quirófano hay un descansillo con un cuarto de baño y otra puerta abatible. La enfermera la cruza tras pedirme que aguarde allí mismo, que va a decirle a mi bruja que ya estoy allí. Yo me quedo pensando: ¿cómo que ya estoy aquí? Siempre he estado aquí. Y además, ¿por qué demonios asumen que mi bruja va a tener un marido, si deben tener un porcentaje bastante alto de pacientes lesbianas? Alucino…
Pasan cinco minutos, diez, quince… No entiendo nada. Sale la primera enfermera, la que vociferaba preguntando por el marido de mi bruja. Le explico la situación y me mira como si estuviera loca.
--¿Bruja? ¡Pero si se ha ido hace media hora! Se ha cambiado en este cuarto de baño, ¿es que no la has visto pasar?
Le aseguro que no ha podido pasar por allí, que ni sus padres ni yo nos hemos movido. La enfermera, erre que erre, como si yo no estuviera en mis cabales. Le ruego que vaya a mirar al quirófano y me jura y perjura que allí no está, que ella misma le ha hecho la cama cuando se ha marchado.
--¡Pero cómo no la has visto, si se ha cambiado en este mismo baño! -me repite.
¿Habré perdido la cabeza?, me pregunto. Me asomo a preguntarles a mis suegros si la han visto. Claro que no, me responden. Y se acercan preocupados. La enfermera, a quien no le da la gana mirar otra vez en el quirófano, nos dice que se habrá ido a la cafetería a desayunar, que hay una salida por el otro lado del quirófano, que será por allí por donde se habrá marchado. Yo le intento explicar que es completamente impropio de mi bruja irse a desayunar tan campante, o a cualquier otro lado, sin avisar a sus padres ni a su mujer, que la han acompañado al hospital y la esperan ansiosos.
Llega la segunda enfermera y se dirige a mí:
--¿Tu hermana lleva un pañuelo negro al cuello?
La miro con incredulidad. ¿Pero no le he dicho antes que soy su mujer?
--No es mi hermana –le digo-. Estamos casadas
Se encoge de hombros, como diciendo que tampoco es para que me ponga así.
--Bueno, ¿lleva un pañuelo o no?
--No sé –respondo. Estoy tan nerviosa que no me acuerdo ni de cómo iba vestida ni de nada más.
Empiezo a preguntarme si la sedación habrá afectado a mi bruja y andará deambulando por ahí, enajenada. También barajo la posibilidad de que se haya desmayado por algún rincón. Por la cara de sus padres, me doy cuenta de que ellos están pensando las mismas cosas, o algo peor.
Nos recorremos todo el hospital, vamos a la cafetería, salimos a la calle, al coche… ni rastro de mi bruja.
Desesperada, decido ir a la clínica donde nos tratan normalmente, que está enfrente del hospital. Es mi último recurso antes de llamar a la policía –para contarles, ¿qué?-, tal vez la hayan mandado allí a recoger algunos papeles, no sé, no se me ocurre otra explicación… Le digo a mis suegros que me esperen en la puerta del hospital. Justo cuando voy a cruzar la calle, la madre de mi bruja me grita:
--¡Hester! ¡Está aquí!
Mi bruja está saliendo del hospital con expresión confusa. Yo me vuelvo y no puedo evitar ponerme a llorar.
--¿Pero dónde estabas? –le preguntamos los tres a la vez. Yo entre hipidos.
Ella titubea. Aún está algo sedada y dolorida, como es normal.
--En el quirófano, en la camilla, ¿por qué? ¿Y qué hacéis que no estáis en la sala de espera?
Efectivamente, mi bruja no se había movido de allí y esas malnacidas, que probablemente la confundían con otra paciente cuando insistían en que se había marchado, ni se dignaron a comprobarlo, pese a que yo les repetí varias veces su nombre y sus apellidos.
Mi suegro bajó a regañarlas, pero claro, no mucho, porque todavía tienen que tratar a mi bruja en otras ocasiones y no queremos que le cojan manía… el mismo rollo de siempre… joder, todo el mundo se puede equivocar, por supuesto, pero ¡no dar su brazo a torcer! ¡esa inflexibilidad! ¿Y qué me decís de la insistencia con lo del "marido" y la "hermana", pero de qué van?
Todo ha pasado, pero qué queréis que os diga, a mí no se me quita el mal cuerpo. ¿Exagero al sentirme así?
¡Si nos hubieran atendido ellas, seguro que esto no hubiera pasado!