Revista Opinión

Lo que hay es mucho aburrimiento

Publicado el 07 marzo 2010 por Kotinussa

Ya sé que soy un poco pesada y trato este tema una y otra vez. Pero más pesados todavía son los que me dan materia para escribir sobre ellos. Y encima algunos van de héroes.

- En el mes de febrero, un montañero catalán se va solo a una zona de Andorra que en ese momento tiene un riesgo de aludes de 3 sobre 5. Como era bastante probable, le pilla un alud y le deja sin posibilidad de salir de allí por sí mismo. Llama a los servicios de emergencia desde un móvil y cuando llegan comprueban que ha sufrido un segundo alud. Es trasladado de urgencia en helicóptero a un hospital pero lo único que pueden hacer allí es certificar su muerte por parada cardio-respiratoria.

- Hace sólo unos días, en medio de los temporales que nos están barriendo desde Canarias a Alemania, una ola de seis metros causa dos muertos y media docena de heridos entre los pasajeros de un crucero entre Marsella y Barcelona. Doy por hecho que los viajeros tenían concertado el viaje desde algún tiempo antes pero, sinceramente, ante lo que nos está pasando por delante desde hace más de dos meses y con más medios que nunca para tener información metereológica de bastante fiabilidad, cualquier persona sensata renuncia al viaje, aunque pierda el dinero. Sobre todo porque los usuarios de estos cruceros suelen ser personas bastante mayores y algunos hasta con dificultades para moverse. Lo compruebo continuamente porque mi ciudad se ha convertido en los últimos años en escala de estos enormes barcos.

- Hoy mismo leo que se están poniendo de moda en España unas fiestas clandestinas para practicar sexo entre hombres sanos e infectados con sida. Es como jugar a la ruleta rusa. Sólo que en este caso el tema, increíblemente, parece ser que no es salir indemne, sino que te contagien. Como otras modas, ya tuvo su época en Estados Unidos, pero ahora ya ha llegado aquí. Médicos españoles que trabajan con enfermos de sida declaran que conocen la existencia de estas fiestas, pero que ninguno de sus pacientes reconoce públicamente saber nada sobre el tema. ¿Qué puede impulsar a alguien a querer contagiarse de esta terrible enfermedad? Hay dos motivaciones diferentes. Los de mayor edad están ya cansados de llevar tantos años con el miedo a contagiarse, y parece que acogen el contagio con una especie de alivio porque ya no pueden soportar más tiempo ese miedo. Los más jóvenes le han perdido el miedo al sida (o nunca lo han tenido) porque no han vivido la época en la que era mortal de necesidad. Los nuevos tratamientos que permiten a muchos llevar una vida normal los envalentonan.

Hasta las cadenas de televisión explotan el hecho de que existan personas que convierten su vida en un permanente suicidio sin consumar, como el programa “Desafío extremo” de Cuatro. Comprendo que existan especialistas en actividades concretas y estoy segura de que ponen todos los medios a su alcance para lograr sus objetivos con cierta seguridad. Pero no me imagino a la alpinista Edurne Pasabán dedicándose a cualquier actividad peligrosa que pueda crear una mente calenturienta. Ella se dedica a lo suyo, y nada más. Hace lo que sabe hacer. Sin embargo, en “Desafío extremo” encontramos a un menda que lo mismo hace submarinismo en el Ártico que participa en un peligroso rally o escala una imponente montaña. ¿Se puede ser especialista en toda clase de deportes peligrosos a la vez? No lo creo. Y por eso pienso que estos programas banalizan las situaciones de peligro haciendo creer que es más importante tener un par bien puestos que ser un extraordinario especialista en algo determinado, que te puede llevar media vida dominar.

Quizás por eso mis alumnos (y supongo que los de muchos otros centros) últimamente se dedican en los recreos a algunos juegos particularmente peligrosos, como privarse de oxígeno por diversos medios para conseguir una supuesta sensación placentera, una especie de éxtasis, que culmina en un desvanecimiento por asfixia, momento en el que otros compañeros lo sostienen para que no se caiga. No he visto todavía ni una noticia en este sentido referida a España, pero en Francia ya se sabe que al menos uno de cada ocho niños menor de 16 años ha jugado a ésto, y cada año mueren en ese país aproximadamente diez escolares por esta causa.

Cuando aquí tengamos ya uno o varios muertos por esta causa, todo el mundo se llevará las manos a la cabeza, y los padres exigirán que los profesores que están de guardia en el recreo para vigilar a cientos de adolescentes de 14 ó 15 años a la vez (¡tiene narices la cosa!) los llevemos de la manita hasta para hacer pipí.

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