En ‘Lo que la tele se llevó’ echamos la vista atrás para recordar grandes series de la televisión, finalizadas o canceladas, y que merecen una segunda oportunidad si no pudisteis verlas en su momento.
En diciembre del 2014 terminó White Collar, conocida en España como Ladrón de guante blanco, una serie que logró una buena cuota de audiencia en casi todo su recorrido durante las cinco temporadas y media con las que contó. Fue creada por Jeff Eastin en 2009.
La serie reelabora la historia del caballero-ladrón, cuyo mejor ejemplo literario lo encontramos en la serie de aventuras de Arsène Lupin, escrita por el francés Maurice Leblanc en la primera mitad del siglo XX, y que narra las peripecias de un ladrón que nunca mata y derrocha encanto. Bajo esta premisa se construye el argumento de White Collar: Neil Caffrey (Matt Bomer) es uno de los ladrones de guante blanco más notables del mundo, perseguido durante toda su carrera por el FBI con el agente Peter Burke (Tim DeKay) en cabeza. Finalmente es atrapado, pero llega a un acuerdo con el FBI para ayudar a resolver casos del mismo tipo. Se inicia así una relación extraña pero muy fructífera para ambas partes, jugando siempre en la línea de lo legal-ilegal donde ambos protagonistas se encuentran.
Además de Bomer y DeKay, la serie contó con varios secundarios correctos, destacando por encima de todos a Tiffani Thiessen como Elizabeth Burke, la esposa del agente Burke, y a Willie Garson como Mozzie, mejor amigo de Caffrey y un ladrón experto al igual que él.
A pesar de que la excusa de la serie no era lo suficientemente novedosa como para llamar mucho la atención, White collar contó con varias bazas a las que supo sacar partido desde el principio: la ciudad de Nueva York como magnífico marco para sus aventuras; la excelente química entre sus dos protagonistas; el gran atractivo de Matt Bomer, siempre impecablemente vestido; y una buena dosis de humor, aportada casi siempre por Mozzie. Junto a estos elementos, la buena factura de la serie, mucha importancia de la elegancia en sus procedimientos y la ausencia de pretensiones dieron como resultado un buen producto, una serie de puro entretenimiento.
Los fallos de la ficción radicaron en el fallido dramatismo que procuraban introducir cada temporada y que terminó por ser repetitivo, no se atrevieron a realizar cambios importantes y eso condenó la serie a consumir todo lo que tenía. Sencillamente al final no había nada más que contar. Cada una de sus temporadas tuvo su propia macro-trama, que avanzaba poco a poco en los capítulos, (lo cual es la dinámica normal en este tipo de series) pero que nunca llegó a ser tan interesante como hubiera debido. Al tercer intento de fuga de su protagonista, sencillamente el espectador ya había visto todas las trampas y sabía muy bien qué iba a pasar. Curiosamente hizo un amago de salida en su cuarta temporada con un cambio sustancial en sus dos primeros capítulos, alejaban la historia de Nueva York y abandonaban la dinámica de un episodio / un caso. Para desgracia de sus seguidores, no se supo aprovechar ese momento y rápidamente todo volvió a como era antes.
Si bien la serie no pasará a la posteridad, es una de esas que se dejan ver con facilidad un domingo por la tarde o a la hora de la cena, algo perfecto para desconectar la mente del día a día, igual que un buen Best seller. Aquellos que gustan de las historias de robos elegantes disfrutarán mucho con este moderno caballero-ladrón.