Es indudable que las primeras lecturas nos marcan. Esos cuentos que descifrábamos con dificultad, esas primeras historias que devoramos llenos de emoción, esas novelas que nos hicieron soñar... No creo que exista ningún lector que no recuerde con cariño alguno de estos episodios de su infancia lectora. En 1992, la cadena de librerías británica WHSmith le encargó a Antonia Fraser la compilación de un volumen, titulado The Pleasure of Reading, en el que cuarenta escritores daban cuenta de sus primeras lecturas, de los libros que les influyeron o los que recordaban con más cariño. Ahora, con motivo de la reedición de este libro, The Guardian publica un artículo en el que condensa algunos de estos testimonios. Como lectora enfermiza, este tipo de revelaciones me apasiona, y no me cabe duda de que a mis lectores les sucede lo mismo. Por eso reproduzco algunas de las que me han llamado la atención.
Margaret Atwood: el tenebroso encanto de los hermanos Grimm
"Aprendí a leer antes de empezar a ir al colegio. Mi madre decía que aprendí yo solita porque ella se negaba a leerme tebeos." Sin embargo, las primeras lecturas que recuerda fueron los cuentos de Mother Goose y los de Beatrix Potter. A continuación "vino la edición completa, no expurgada, de los Cuentos de los hermanos Grimm, que mis padres encargaron por correo, ignorando que contendría tantos zapatos de hierro al rojo, barriles llenos de clavos y cuerpos mutilados". Parece que a sus padres les preocupaba que todas esta atrocidades dejasen huella en la tierna mentalidad de su hija. Sin duda la dejaron -se puede rastrear en sus novelas, como en El cuento de la criada-, aunque no parece que fuese en absoluto contraproducente.
Doris Lessing: los niños son muy listos y se vuelven estúpidos con la edad"Empecé a leer a los siete años, descifrando un paquete de cigarrillos, y casi enseguida me abrí paso entre los libros que contenía la biblioteca de mis padres, que eran los que entonces se podían encontrar en cualquier hogar de clase media [...] Colecciones de obras de Dickens, Walter Scott, Stevenson, Kipling. Algo de Hardy y Meredith. Las Brontë. George Eliot... clásicos ingleses pero, curiosamente, ninguno del siglo XVIII. Había antologías poéticas, una recopilación de cuadros impresionistas, muchos libros de memorias e historias de la Primera Guerra Mundial. Leí, o intenté leer, la mayoría antes de cumplir los diez años más o menos."
No es extraño que, con ese bagaje, la autora piense que "los niños son muy listos cuando son pequeños, pero se vuelven más estúpidos a medida que sus hormonas entran en ebullición." Hacia los once años, según ella, son incapaces de entender nada más complicado que una telenovela.
Edna O'Brien: abducida por Rebecca
Al contrario que otros escritores, la gran cuentista irlandesa creció en un hogar poco amante de los libros.
"Nuestro hogar no era literario, había libros de oraciones, un libro de cocina (el de Mrs Beeton) y manuales sobre caballos. En nuestro pueblo no había biblioteca pública, y sin embargo yo me enamoré de la escritura antes de entrar en contacto con ella; un amor previo, se podría decir. A mi madre, una artista por derecho propio, le disgustaban los libros, en especial la ficción, porque creía que era vehículo del pecado."
Aunque no es capaz de recordar cuál fue su primer libro, sí que recuerda que cuando tenía unos once años, en el pueblo había una mujer que tenía un ejemplar de Rebecca, de Daphne du Maurier, que prestaba página por página, porque todo el mundo quería leerlo. "En mis sueños de jovencita, el amor desgraciado se convirtió en el pulso de la vida, una noción de la que nunca he abdicado del todo."
La historia de los primeros años del dramaturgo británico es bastante novelesca: su apellido era Straussler y vino al mundo en el seno de una familia judía checa, que se exilió en Singapur y luego en la India huyendo de Hitler. Allí, su padre luchó como voluntario del ejército británico y cayó en combate. Luego, su madre contrajo nuevas nupcias con el mayor Kenneth Stoppard, que adoptó al pequeño Tom. En 1946, toda la familia tomó el barco para instalarse definitivamente en Inglaterra. Tom tenía ocho años y sus primer recuerdo lector es de la biblioteca que había a bordo.
"Por la manera en que trataba de adivinar el contenido de los libros puramente a través de su aspecto físico, sin tener ni idea de autores o títulos, sospecho que hasta entonces había leído muy poco o nada. El primer verdadero libro que leí fue Peter Duck de Arthur Ransome."
Este primera experiencia le impresionó tanto que se empeñó en leer todos los demás libros de este autor. A partir de entonces, dice, adoptó el método de inspeccionar cualquier libro que veía, en la esperanza de que fuese uno de Ransome.
Jeanette Winterson: ¿cuántos libros caben debajo de una cama?
Criada por una estricta familia perteneciente a la Iglesia Pentecostalista -que prohibía todo lo que no fuesen libros sagrados, una infancia que relata en su libro %C2%BFPor%20qu%C3%A9%20ser%20feliz%20cuando%20puedes%20ser%20normal?%20(LUMEN)">¿Por qué ser feliz cuando puedes ser normal?-, Jeanette Winterson fue una niña precoz que escribía sermones a los seis años. Cuando se puso a leer novelas, se vio obligada a esconderlas del escrutinio de su rigurosa madre: según manifiesta, setenta y siete libros de bolsillo es el número máximo que se pueden esconder bajo el colchón de una cama individual sin que este se eleve de manera peligrosa.