Tengo una familia numerosa. No solo porque en casa somos seis (más la gata), sino porque mis padres tienen padres y hermanos que a su vez tienen esposas, esposos e hijos que forman parte de mi historia personal. Muchos de ellos ya no están y se los extraña día a día. Hicieron que mi niñez y mi adolescencia fueran felices, repletas de recuerdos lindos, de los que se llevan en el alma y que hacen que sea mejor persona.
Los vínculos hay que alimentarlos, incluso esos que quizás parezcan lejanos o que vayan tomando distancia porque la vida nos va acercando otras personas que se transforman en familia. Que mis hijos se puedan conectar con quienes hicieron que mi vida sea buena es uno de esos regalos increíbles que como madre les puedo hacer.
Mi abuelo materno, un hombre que tenía un carácter interesante y un amor infinito hacia su familia, escribió un libro llamado “Soy del 22”. En este libro hace un paralelismo entre su propia historia y lo que fue pasando en el mundo en todos esos años. Por ejemplo, así pude entender qué pasaba en Argentina cuando la mayor de sus hijas empezó a ir a la universidad.
Este libro fue editado por sus hijas con ayuda de sus nietos. Mi abuelo se tomó el trabajo, ya de grande, de compaginar fotos antiguas, datos de parientes lejanos, investigaciones que lo llevaron a castillos bastante lejanos y a eso sumarle nuestra vida. Invaluable. Para elegir el nombre de mi hija, repasé todos los nombres de nuestros antepasados y conociendo una parte de la historia de nuestra increíble familia la llamamos Catalina.
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