Cuando somos pequeños nos enseñan que el amor, la amistad y la familia son las cosas que realmente importan. Que si eres bueno con los demás, el mundo será bueno contigo. Que siempre tendrás un hombro sobre el que llorar y que si te caías solo tenías que levantarte… Y si no podías, siempre habría una mano tendida hacia ti para ayudarte.
Luego vas creciendo y esa visión se va oscureciendo un poco. Un poco o mucho. Porque la inocencia de las primeras amistades se va perdiendo, porque aparecen en tu vida personas con diferentes intenciones y no siempre son buenas…
Cuando eres pequeño, por ejemplo, puedes sentir celos hacia tu hermana, pero solo en un intento de llamar la atención, nada más… Porque el amor fraternal es fuerte y hace que defiendas a tu hermana a capa y espada.
Y finalmente aparece el dinero, el vil metal. Y ya todo parece girar a su alrededor. Dejamos las pasiones, las vocaciones a un lado y le damos el máximo poder, la máxima importancia. Y no voy a ser cínica. Es importante. Mucho. En esta sociedad en la que vivimos, esos papelitos de colores tienen mucha más importancia que los propios sueños. ¿O no?
Dicen que el dinero solo es importante cuando no se tiene, cuando no tienes qué echarte a la boca, cuando no tienes un techo bajo el que vivir, cuando no puedes lavarte cada día porque de los grifos de tu casa no sale agua, o tienes que apretarte toda la familia en una cama para vencer el frío porque te han cortado la luz y no tienes ni calefacción. Sí. Ahí es importante. Y es importante para todos. Para los que sufren esa situación, para los que provocan que pasen esas cosas y para los que no hacemos nada para evitar que siga sucediendo.
Sí. En esos casos es importante. Pero cuando tienes un plato que llevarte a la boca, cuando tienes una casa a la que llamar hogar, agua, luz, calor… Cuando esas necesidades básicas están cubiertas… ¿Qué es lo que mueve el mundo? Para algunos la fama, ganar más… Aunque con eso se te vaya la vida.
Yo tengo suerte. Sí. Lo admito. Tengo mucha suerte. Porque desde muy pequeña, me inculcaron unos valores y una mentalidad diferente. Sí. Hay que ganar dinero. Hay que tener una casa… y todo eso. Pero hay muchas maneras de hacerlo. Y perdonadme que me ponga cursi… Pero lo que realmente mueve el mundo es el amor (sí, para algunos es el amor al dinero y la fama… ¡qué se le va a hacer!). El amor a tu familia, a tus amigos, a tu pareja, a tus hijos… Por ellos hacemos las mayores locuras. Ya lo decían Los Suaves “¿Quién no hizo alguna vez, locuras por una mujer?” Pues lo mismo para el otro género. Pensad… ¿Cuál ha sido vuestra mayor locura? ¿Fue por dinero o fue por amor?
Aprendí que la familia es un pilar increíble, fuerte y sincero… Y quién no lo tiene, quien por desgracia no tiene la suerte de tenerlo, lo echará en falta toda la vida. Aprendí que siempre tendría un hombro sobre el que llorar, una mano tendida para ayudarme a levantarme… Y aprendí que mis sueños debían ser más importantes que el dinero. Que luchar por ellos debía ser mi motivación. Y que ellos estarían a mi lado para apoyarme. ¿Ellos? Sí. Las personas que me enseñaron lo que vale realmente el dinero y cuando era importante y cuando había que darle el valor necesario. Mis padres.
Y hoy, en el 61 cumpleaños de mi madre, delante de todos vosotros, quiero aprovechar y darle las gracias por enseñarme qué es lo que realmente mueve el mundo. El amor. Su amor hacia mi y hacia mi hermana, su amor hacia mis hijas, su amor hacia mi padre, hacia sus hermanos, hacia sus sobrinos, hacia su trabajo, hacia la lectura, hacia sus amigos… Mi madre me enseñó con su ejemplo y lo sigue haciendo. Y sé que aunque discutamos, sus brazos siempre están abiertos para mi. Y eso es, al fin y al cabo, lo que realmente mueve el mundo.
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