Revista Cultura y Ocio

Lo que no aprendí - Margarita García Robayo

Publicado el 24 octubre 2016 por Elpajaroverde
"No quería ponérsela tan fácil: bien perversa que había estado castigándome por algo que al fin y al cabo era su culpa. Si no me estuvieran ocultando las cosas, yo no tendría ninguna necesidad de averiguarlas por mi cuenta."
Así es, nos ocultan cosas. Para protegernos, porque creen que no tenemos suficiente edad para entender. Pero nos llegan flecos, retazos de conversaciones escuchadas, escenas desgajadas de otra principal que no deberíamos haber presenciado. Somos simples testigos confundidos porque nos niegan el protagonismo, y en nuestra reafirmación tiramos de esos extremos deshilachados en busca de un cordón más consistente que nos ayude a hilvanar las hebras desprendidas. No es curiosidad, no es atrevimiento, es el firme e irrenunciable convencimiento de que esos hilos de los que tiramos también nos pertenecen. La infancia no es la época feliz que casi todos sueñan con haber tenido. La infancia es la edad del desconcierto, la de caminar sobre una malla tejida por otros sin que nos ofrezcan coordenadas ni asideros. Tan solo nos acompaña la intermitente constancia de ser una ínfima parte del trenzado que de tanto querer desenredar acaba liado en nudos intrincados. Con el tiempo nadie recordará cómo se formó el nudo ni cómo desatarlo. Tan solo se sabe que está ahí, a veces imperceptible, otras atragantado. A veces en la garganta o en la boca del estómago, otras ocupando el lugar del llanto.
"Yo no me dormí. Yo pensé: está por terminarse el primer día en que ya no existe mi papá. Era poco un solo día, comparado con los años que sí había existido. De hecho, al menos para mí, siempre sería menos el tiempo de su no existencia que de su existencia. Me pregunté si la coincidencia de esa cuenta negativa -un día contra setenta y ocho años, un año o diez o veinte o cincuenta años contra setenta y ocho años- hacía que se extrañara menos a las personas. Eso estaría bien.
Eso explicaría por qué yo no sentía nada."
Lo que no aprendí - Margarita García RobayoLa niña Catalina se la pasa tirando de flecos. Es un mismo hilo, lo sabe, y cuanto más tira y tira más desconcierto acumula y más certeza de que todo la lleva a la respuesta a una misma pregunta. Pero nadie le da pistas. Su madre vive en el drama y le pone piedras en el camino encallada en las que ella misma se interpone, sus hermanas mayores no la toman en serio demasiado ocupadas en su vanidoso juego de sentirse adultas, su hermano chico permanece ajeno en su propio mundo infantil, y su padre, hombre sabio y respetado por la comunidad, es parte y origen del misterio. Estamos en Colombia, en los años en que el rostro internacional de ese país es el de Pablo Escobar, en un ambiente de querer ser rico pero de ver cercana la pobreza. Catalina tiene once años y un verano caluroso y aburrido por delante. Tiene también una bicicleta con la que alejarse a ratos de su confuso entorno. En uno de sus paseos se encuentra con Aníbal, el hijo fugado de uno de sus vecinos, con el que forjará una extraña y ambigua relación que aumentará aún más su desconcierto y le ofrecerá un nuevo cabo por el que tirar. Catalina tira y tira, sin saber aún que cada hebra desatada queda libre para volverse a anudar.
La niña Catalina bien podría haber sido la niña Margarita, autora de esta novela que se hunde en la lejanía de la infancia y en las intrincadas relaciones que conforman la memoria familiar. Cada frase, cada párrafo, cada apunte de la niña Catalina-Margarita es una pincelada, una puntada de ese tapiz que solo tras concluido se puede divisar como un todo y aun así no queda libre de zonas oscuras, difuminadas, no se sabe si borradas por el paso del tiempo o dejadas en su origen de puntear.
La voz de esa niña no por inocente es infantil. Sus ojos absorben, sus oídos, todos sus sentidos, y su voz transmite lo absorbido con una naturalidad arrebatadora. La voz de Margarita García Robayo rezuma madurez y sencillez a partes iguales. Catalina tira del hilo pero nosotros somos quienes se afanan trenzando. El afán sin embargo no es trabajoso, al contrario, disfrutamos mezclando los hilos aun sin conocer el resultado, sabiendo que la historia obtenida no será la nuestra pero reconociendo al instante como propia cada hebra que la integra.
"Esa noche me dormí pensando que la memoria de una familia eran muchas, tantas como miembros tuviera esa familia, tantas como secretos se guardan entre sí. Me dieron ganas de escribirle a mis hermanos para chequear esas historias. Las de mi madre, las mías, las de ellos. Pero pensé que me pasaría la vida tratando de reconciliar versiones. Después me dio miedo, imaginé que todos tenían versiones parecidas entre sí, pero distintas a las mías." 

Lo que no aprendí - Margarita García Robayo

Bike. Fotografía de Chris Hawes

La autora colombiana crea unos personajes tan reales que se palpan y recrea para ellos unas relaciones tan veraces que trascienden el papel. La aparente facilidad con la que lo hace es su mayor virtud, pues su sencillez entraña una dificultad extrema y oculta un sedimento de capas por escarbar. Nada es casual, todo es medido, y sin embargo transmite espontaneidad.
Cultiva además dos registros diferentes sin perder su personal y unívoca voz. Si durante la mayor parte del libro vamos de la mano de la niña Catalina, en el tramo final esta cede el paso a una narradora adulta. Los flecos de la voz infantil se vuelven tejido en la voz adulta, los esbozos se tornan elaboradas reflexiones, pero la incertidumbre, la confusión, el no saber lo que se pisa continúa presente. Seguimos siendo niños ante la memoria familiar. Niños que no saben qué hacer con lo tejido, niños que no saben si es mejor trenzar o destrenzar. Y así, lo que se podía haber quedado en una novela sobre la infancia y la familia que desmitifica la visión edulcorada que se acostumbra a tener de ambas, nos regala como guinda una profunda zambullida en el mar de los recuerdos que García Robayo nos rescata buceando a pulmón. 
Escribir es bucear y la relación entre memoria y escritura también está presente en este libro. Le repite Aníbal a Catalina en su delirio: "La locura es hacer lo mismo una y otra vez y esperar resultados diferentes". Y pienso que lleva razón, que algún atisbo de locura debe de haber en el empecinamiento de escribir a base de recuerdos y no obtener ninguna respuesta de ello. Le explica su eminente padre también que "lo importante no es saber cosas porque sí, sino elegir qué quieres hacer con lo que sabes. (...) saber cosas no te hace más feliz, al contrario: te expone a la decepción. Entre más sabe uno, más se decepciona." Y pienso que también lleva razón, pues no es la primera vez que concluyo que es verdad eso que dicen de que se vive más feliz en la ignorancia. Me quedo con la duda de quién es más ignorante, el que no sabe o el que quiere saber pero se niega a aprender. Porque sí, hay quien se niega, quien no puede o quien no sabe aprender. O tal vez quien no quiere. Como Catalina, como Margarita, como yo misma. Infelices de nosotras, condenadas a tejer y destejer recuerdos y a no saber qué hacer con la madeja después.
"Cuando mi madre volvió al teléfono me dijo: si no te gustan mis recuerdos, empieza a juntar los tuyos; y si tampoco te gustan ésos, cámbialos, y así: es lo que hacemos todos.Le contesté, todavía llorando: yo no sé hacer eso.Y ella: entonces aprende."

Lo que no aprendí - Margarita García Robayo

Eclipse. Fotografía de Andrew Napier


Esta reseña forma parte de una iniciativa surgida en twitter para dar una mayor visibilidad a la literatura escrita por mujeres. Podéis seguir la iniciativa en #LeoAutorasOct.
Ficha del libro:
Título: Lo que no aprendí
Autora: Margarita García Robayo
Editorial: Malpaso
Año de publicación: 2014
Nº de páginas: 184
ISBN: 978-84-15996-41-5

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