Los cuentos se sostienen en lo que no dicen, en lo que dicen silenciosamente, inadvertidamente. Se pronuncian sobre un fondo apenas advertido, en todo caso sugerido, aludido, pero que está lleno de significado y da sentido y estructura al relato. Habría que diferenciar lo relatado de lo silenciado, lo explícito de lo implícito. Y es que se ha reparado en el aspecto moralizante del cuento, y se ha visto en él una manera de advertir o de enseñar algo. Por ejemplo, a no confiar en los desconocidos, a no mentir gratuitamente, a no desviarse del camino que dicta el mundo adulto. Sin embargo, el cuento –con ese aspecto moralizante- es solo la punta del iceberg que vemos, y que supone toda una estructura de significados y connotaciones que no vemos pero que sostienen el iceberg. Se trata de hacerla visible, de bucear bajo el iceberg y ver hasta dónde podemos llegar. Y, en este sentido, el cuento se convierte en un puente que nos transporta a mundos que habían quedado al otro lado, a puertas secretas que a veces la historia empolva y esperan ser abiertas. Por eso se dice que son clásicos de la literatura, porque siguen cargados de significados, de historias, de narraciones que van descubriéndose conforme lo hacen sus lecturas.
Una delicia este estudio al que nos invita la profesora Ana Carrasco-Conde, sobre la filosofía de los hermanos Grimm: