Todo está pensado para que parezca lo que no es, aunque nos obcequemos en ese convencimiento dulce que consiste en creer que la realidad no esconde nada y todo está bien a la vista, carente de trampa, limpio de truco. Hay un plan oculto del que provienen todos estos trampantojos. Es una palabra hermosa trampantojo. La trae hoy a colación un periódico para hacer ver otros asuntos del discurrir, pero se sostiene sola la palabra, se iza a sabiendas de que no está al uso y se sabe, a su modo, cómplice de otras. Son las palabras las que organizan la realidad. Las mismas palabras son, en su esencia, trampantojos. Todo en ellas está pensado para que se piense una cosa, pero ande otra, de rondón, cercándolo, amenazando con ocupar el lugar en el que se manifiesta, pugnando por contrariarnos. La vida es también un trampantojo. Lo digo todo esto sin saber muy qué estoy diciendo, porque los significados andan detrás, pidiendo ser vistos, pero son por naturaleza tímidos y hay días en que no se tienen a mano los instrumentos para abrirlos y mirarlos con vocación de entomólogo, como si fuese mirar un oficio, ojalá lo fuese. Toda la maquinaria del pensamiento está gobernada por estas sutilezas. La mía está enfebrecida, en vértigo y en fiebre. A ratos me libero, adquiero la normalidad con la que afianzo mis pies en el suelo. Deben estar ahí. Son muy importantes los pies. La realidad, si solo se condujese por lo que dicta la cabeza, sería un caos absoluto, uno insoportable. Quizá lo sea. Va el miércoles abriéndose con pereza todavía. He ido a comprar el pan y no hay quien confíe en que puedan llenarse las calles y ofrecer el trasiego conocido. No se oye nada por la ventana que tengo entreabierta. Se me ha ocurrido falazmente que es domingo. Cosas que parecen lo que no son.