Revista Diario

Lo que no nos gusta a las madres

Por Belen
Como ya os comenté aquí la consecuencia más evidente del colegio ha sido un regreso a la mamitis aguda. Mi hijo, siempre muy dependiente y apegado a mi había dado sus pequeños pasitos y habíamos conseguido que por nuestro estrecho vínculo circulase un poco el aire. Pero a raíz del inicio de las clases se acabó lo que se daba. A principios del mes de octubre pensé que con la normalidad, la rutina del cole y demás la mamitis iría cediendo. Vamos que nunca hubiera pensado que a 21 de octubre siguiéramos así.
Se acabaron las tardes en que su padre podía irse con él a la biblioteca, al parque, a la compra, a cualquier lado mientras yo aprovechaba para hacer la cena, limpiar, ducharme, leer, estudiar, despejar mi mente. Se acabaron las mañanas de domingo donde ellos salían y yo me quedaba disfrutando del silencio del hogar, o de la música a toda pastilla. Se acabaron los días que se quedaba con mis padres mientras yo hacía otras tareas o recados. Se acabaron las tardes de parque donde yo me quedaba sentada en el banco mientras su padre jugaba con él. Todo eso se ha acabado, al menos por ahora. Porque para todo es imprescindible que mamá esté.
¿Agobiada? Mucho, o mejor dicho a ratos. Reconozco que me he autoconvencido de mantener una actitud positiva. He mirado atrás en el tiempo, y aunque parezca que ha pasado un siglo desde aquel temido 13 de septiembre, fecha de inicio del colegio, solo ha pasado un mes y una semana. ¡¡Solo un mes!!. Así que, no tengo otra que seguir cultivando la virtud de la paciencia y capear el temporal como buenamente pueda.
Ni que decir tiene que mi casa es un caos en estos días. Ni hay ropa limpia, ni ropa planchada, ni la casa está limpia. Porque a lo único que me dedico es a cocinar, porque eso sí, en esta casa se come sí o sí.
A la mamitis se unen los llantitos, berrinchetes (ya no son como antes ni mucho menos), lloriqueos varios, quejas, protestas. Todo le viene mal. Y claro, estamos extrañados. El niño es un ángel en el cole, es bueno, colaborador, obediente, poco rebelde. Pero sale por la puerta del centro, y empezamos la guerra todos los días. Regresar a casa se convierte en un calvario donde mi hijo tira y tira de la cuerda. "Quiero chuches, quiero galletas saladas, quiero un premio, quiero pan, quiero, quiero, quiero, quiero,.....". Todo adornado de lloriqueos varios, tiradas al suelo y alguna lágrima que otra. Llegamos a casa y lo siguiente es "Mamá mi barriguita no está contenta, necesito comer ahora mismo". Exigencias, llantos, y de nuevo nos tiramos al suelo.
Llevo un par de días hablando con él, y hemos conseguido disminuir todos estos episodios. Ni que decir tiene que no hay un solo premio a la salida del cole. Y le he tenido que retirar algún juego, algún premio, por lo que me dice lindezas como "¡¡mamá qué mala eres!!". Y entonces un puñal se me clava en el corazón, directamente de sus manos. ¡Cómo es posible!, Cómo es posible que me diga eso, cuanto estoy casi las 24 horas del día dedicada a él. Aquí es donde vemos las recompensas de las mamis. ¿Qué injusto verdad?. Qué egoistas son los hijos.
Pero anoche, mientras le sacaba del baño de malas maneras (su padre es quien le baña y ayer se negó en rotundo, ante lo cual opté por sacarle del agua sin enjabonarle siquiera), entre amargas lágrimas me dijo "mamá tengo miedo de que te vayas". Ni que decir tiene, le bañé yo. Aquí está el origen de todo, el miedo, la inseguridad. Tiene miedo de que me vaya, ¿Cómo puede ser?, ¿por que le dejo tres horas y media en el colegio?, por eso tiene miedo. Pues parece que sí. Por esa razón no se separa de mi, y por eso quiere que yo lo haga todo, de esa manera se asegura de que estoy ahí, de que no me voy. Se me partió el corazón, lo reconozco. Y creo que eso me ha servido para llenar el depósito de la paciencia y poder tirar p'alante.
No sé si se le pasará pronto o no, pero es evidente que mi hijo me necesita, y mucho. Incluso había pensado que igual sería mejor dejarle a comedor e ir a recogerle a las 4 de la tarde, tras la siesta. Allí parece estar incluso más tranquilo que conmigo. Fijáos hasta donde llegan mis pensamientos. Pero creo que es una mala opción. Dejaremos que pase el tiempo, que creo será lo único que sirva para disipar ese miedo.

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