La intervención de Eduard Rodríguez Farré, médico especializado en toxicología y farmacología y miembro del comité científico de la Unión Europea (UE) sobre nuevos riesgos para la salud en la Jornada La Sanidad frente a las Enfermedades Ambientales de hace algunas fechas, me dejó algunas notas interesantes. Farré habló sobre cómo nos afectan los productos químicos tóxicos (de las 100.000 sustancias existentes sólo de 25.000 tenemos datos científicos y limitados) y citó, para expresar la lentitud de las autoridades al respecto de la protección de la salud humana, la cifra de veinte años desde que se detecta que un producto es tóxico hasta que, tras hacer innumerables estudios científicos, se retira del mercado. Por el camino, como es obvio, quedan los muertos y afectados.
También contó que que así como la industria de la contaminación electromagnética ha hecho miles de estudios, la mayor parte financiados por ella y por lo tanto cuyos resultados ayudan a generar confusión, nunca, aseveró, le han dejado a él y a su equipo y compañeros hacer trabajos sobre radiaciones ionizantes, las de la industria nuclear, para entendernos; nunca llegaba a tener competencias el organismo en el que trabajaba en ese momento (se refirió a esto para remarcar la opacidad de esta industria, muy ligada a los gobiernos a través de agencias de seguridad nuclear).
Cito los casos de los componentes de plásticos, los ftalatos y el bisfenol A, ambos alteradores endocrinos, como similares a lo que curre con la contaminación electromagnética, que ahora la Organización Mundial de la Salud (OMS) la clasifica como posiblemente cancerígena 2B “por ahí se empieza, por la sospecha”, dijo. El científico cuestionó la “ecología” de las bombillas de bajo consumo por estar hechas en parte de mercurio, muy tóxico, por no existir un plan de recogida y reciclaje de las mismas en la UE y porque la luz ultravioleta que emiten ofrece “radiación a nivel cáncer”.
El mercurio, explicó se encuentra en el 70% de las placentas humanas a niveles por encima de lo recomendado. El mercurio es neurotóxico y esa contaminación puede no hacer daño a la madre pero sí al bebé y calificó esto de “epidemia silenciosa”; “el médico no va a detectarlo”, argumentó. Quienes quieran acudir a una próxima cita con Farré el sábado 2 de junio a las 16:00 horas interviene en el VI Congreso Internacional de Medicina Ambiental que organizan las fundaciones Alborada y Vivo Sano en Madrid con la ponencia Influencia de contaminantes ambientales sobre las funciones del SNC (Sistema Nervioso Central).
Tras este médico intervino otro colega al que sigo desde hace años, Nicolás Olea, que complementó las palabras del primero. Habló de los cosméticos convencionales como fuente de exposición químicos tóxicos como los citados ftalatos que se encuentran en la sangre del 50% de los habitantes de Estados Unidos. Otros alteradores endocrinos como los retardantes de llama que llevan desde sofás a ordenadores, se hayan en el 100% de las mujeres españolas, comentó.
Sobre la lentitud en actuar de las autoridades citó que se conoce desde 1938 que el Bisfenol A es estrogénico pero hasta 2011 no se ha retirado del plástico con el que se fabrican los biberones. Continúan haciéndose con él latas de conservas, empastes dentales, papel reciclado (¿pero eso no era “ecológico”?) o pizzas, esas que tiene un apetitoso aspecto a recién horneadas (esto no lo sabía, otra guarrería que dejo de llevarme al gaznate).
El Bisfenol A se encuentra en el 91% de las mujeres en su tercer mes de gestación y en el 96,7% de las orinas de los niños menores de cuatro años, datos de los estudios de Olea. Existe tanto bisfenol y ftalatos en los plásticos de material sanitario que un niño ingresa en un hospital con 3,7 nanogramos de ello en orina y sale con casi 1.000.
Esto es posible porque los plásticos más modernos se estrenan en los hospitales: incubadoras de policarbonato, bolsas de plasma, tubos de drenaje, jeringas, todo ello lleva productos para ablandar y hacer más maleable el plástico que son tóxicos. A todo esto yo estaba en el salón de actos del Hospital Ramón y Cajal de Madrid; muy agradable el asunto. Luego me tocó comer en el comedor del hospital pero eso ya lo comento otro día, mejor. Los hospitales tienen un largo camino por delante para ser no ya ecológicos sino que al menos no nos empeoren.
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