Porque eso es lo único que hacías, vaciarte por dentro, desahogarte sin saber que te estabas ahogando cada vez más. Para tener perspectiva hay que agarrarse a algo que te mantenga a flote, y tú te empeñabas en sujetarte a un barco ya hundido.
Quisiste escribir una novela de lo que solo era un relato breve. Incluso, diría yo, un microrelato, de esos que están tan de moda y que solo tienen una coma, un punto, y un hashtag con la palabra #microcuento.
Alargaste la cuerda. Y la rompiste. Porque todo tiene un fin, y es más sano romper (por lo sano), que luchar en una batalla que solo deja cadáveres a su paso. Fuiste a la guerra con el fusil descargado, sin chaleco antibalas ni casco de combate. Y perdiste. Te dejaste la piel, el alma y las fuerzas.
Y aquí estás, volviendo a escribir. Buscando las palabras que justifiquen tus decisiones, que allanen el camino hasta un futuro sin fuego cruzado.
De ti quedará mucho. Eso lo sabes bien. Quedarán todas las cartas escritas con rotuladores de colores, los libros y las películas que no recuerdas cuándo pero sabes que las viste, las cenas a deshora y los madrugones repentinos. Quedarán todas las palabras bonitas que nacieron de ti para explosionar en el trayecto.
Pero, sobre todo, quedarán todas las mentiras, toda la mierda que se suelta cuando el amor ya no es amor y probablemente nunca lo fue. Quedará esa parte de ti que prefieres ocultar y que jamás vuelva a salir. Quedará toda la basura que algún día pensaste que era vida, y las cucarachas y gusanos en lo que terminará convirtiéndose todo eso.
Todo eso quedará. Pero quedará atrás, muy atrás. Porque pensar en el pasado es vivir mirando por un retrovisor. Y aquello no trae nada bueno, solo tortícolis.
Lo mejor no es lo que queda. Sino lo que está por venir. Es tu momento. De gritar, de bailar, de beber y de reír. Y de todos los verbos que conlleven una sonrisa de oreja a oreja y un aceleramiento repentino de la velocidad cardíaca.
Te esperan noches sin dormir por no querer dormir, días de sol y mañanas de resaca. Te esperan amores de un rato, de dos o de toda la vida que permanecen despiertos hasta que llegas a casa y no dudan en gastar gasolina para un beso a medianoche.
Te esperan todas aquellas cosas que jamás pensaste que tendrías y que demostrarán que hay amores que todo lo pueden y otros que pueden con todo. Y tú te mereces cualquiera de ellos.
Te va a tocar aprender a llorar de felicidad y a disimular el subidón de color de tus mejillas. Vas a tener que aprender a dormirte de cansancio, y no de tristeza. Vas a vivir. Y eso, es lo que queda de ti.