Después de meses atosigando al PSOE para que se abstuviera y permitiera a Rajoy mantener el mando en plazo, de pronto al PP se le han pasado las prisas para que haya gobierno en España "cuanto antes". De la noche a la mañana prácticamente han desaparecido de su discurso las campanudas frases sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado" con las que nos flagelaba de la mañana a la noche. Ese cansino machaqueo ha cambiado ahora por otro en el que ya no hay prisas para formar gobierno, sino necesidad de "garantías" para que el que se forme dure algo más que un caramelo a la puerta de un colegio. En realidad, que dure los casi cuatro años que en una situación normal faltarían para unas nuevas elecciones.
Con su rival atravesado por una división interna como no recuerdan ni los más viejos del PSOE, el PP no quiere dejar pasar la oportunidad de hacer leña del árbol caído e intenta imponer condiciones a cambio de aceptar la abstención socialista. Para empezar, el apoyo del PSOE a los presupuestos estatales de los próximos tres años, es decir, de lo que resta de legislatura. Esto, hablando en plata, es como pedirle al PSOE que tire las armas y se entregue con las manos en alto y los pantalones por los suelos. Es cierto que la política española nunca ha estado sobrada de generosidad y que los partidos no dudan en aprovechar los problemas de sus contrincantes para obtener rédito político. Hasta cierto punto es natural y forma parte del juego político; sin embargo, la situación del país no es normal después de nueve meses de interinidad gubernamental y, por eso, no es de recibo que el PP pretenda aprovecharse ahora de la extrema debilidad del PSOE para forzar unas terceras elecciones con la esperanza de recuperar la mayoría absoluta sólo o en compañía de Ciudadanos.
Porque parece haber cada vez menos dudas de que la estrategia popular pasa en estos momentos por obligar al PSOE a rechazar la humillación política y tener de este modo excusa para provocar las nuevas elecciones. Este órdago del PP pone a los socialistas y a la gestora que los dirige ante un dilema aún más difícil del que ya tenían planteado. Si abstenerse a cambio de nada para que gobierne Rajoy ya es una pésima opción, aunque tal vez la menos mala comparada con unas nuevas elecciones, hacerlo atado de pies y manos ante las políticas que el PP seguiría aplicando como si tuviera mayoría absoluta sería como hacerse el hara kiri definitivo y firmar su propio certificado de defunción.
Al término del soporífero discurso de Rajoy en su fracasada sesión de investidura, escribí que el líder del PP no quería ser presidente. A los hechos me remito: después de dejar pasar todo septiembre mientras Pedro Sánchez se quemaba a lo bonzo con sus contactos telefónicos y sus patéticos intentos de atraerse a Podemos, Rajoy esperó sentado en La Moncloa hasta que su rival socialista tuvo que salir del PSOE por la puerta de atrás. Es cierto que el PSOE se encuentra en esta ratonera de imposible salida sin dejarse aún más jirones de piel, debido a sus propios errores y a la obsesión de su ex secretario general por alcanzar la cuadratura política del círculo. Eso, no obstante, no debería ser excusa para que el PP, que se lleva desgañitándose desde el año pasado para que gobierne la lista más votada, pretenda ahora forzar unas nuevas elecciones sólo porque le viene bien a su estrategia política.
Si ese es el objetivo - y todo empieza a apuntar en esa dirección - habrá que concluir una vez más que el PP ha vuelto a mentir a los españoles con su reiterativo discurso sobre la "responsabilidad", la "altura de miras" y el "sentido de estado". Está a punto de demostrar que su principal objetivo ha sido recuperar el poder absoluto que perdió el 20 de diciembre del año pasado; para ello ha contado con el inestimable apoyo del propio PSOE y sus torpezas, por no mencionar ahora a los conquistadores del cielo de Pablo Iglesias, que cuando pudieron hacer posible un gobierno de progreso lo torpedearon a conciencia buscando el sorpasso electoral para alzarse con el santo y seña de primera fuerza de la oposición. Pero llorar sobre la leche derramada no sirve de nada y el PSOE tendrá que decidir ahora si prefiere morir matando en unas terceras elecciones o postrarse de hinojos ante Rajoy para recibir el golpe de gracia.