Revista Cultura y Ocio

Lo que una mujer quiere cuando se queda mirando por la ventana

Publicado el 22 junio 2025 por Ispamaga @is_ma_ga

No tiene nombre lo que siente. Es un silencio lento que empieza en el pecho y se va extendiendo.

No es tristeza, aunque duele. No es soledad, aunque no hay nadie. Es una especie de deseo sin objeto.

Una nostalgia de algo que aún no ha sucedido.

Se sienta frente a la ventana y deja que el sol la enceguezca. No baja la cortina. No hay cortina. Ese dolorcito en los ojos le recuerda que está viva. Podría decirse que se siente vacía, pero no.

Está llena.

Llena de preguntas.

Llena de una espera que no grita, pero que ocupa todo el cuerpo.

Tiene un anhelo. No por completarse, sino por dar. Por formar un vínculo que no esté hecho de ruido ni de miedo, sino de pan caliente, cuentos al atardecer y una paz que no se explique.

Lo que una mujer quiere cuando se queda mirando por la ventana

Quiere dar pan en la boca con sus dedos.

Ha empezado a dejar de lado las cosas que pesan. Quiere pocas prendas. Ropa suave.

Unos cuantos libros buenos. Un cuaderno para pensar. Verduras que pueda lavar sin apuro. Y plantas. Muchas plantas. No por decoración, sino por compañía.

No quiere joyas, quiere tierra bajo las uñas. No quiere vitrinas llenas, quiere estantes con libros que le hablen. No quiere días llenos de ruido, quiere un hogar donde pueda andar en pijama sin que nadie la mire raro.

Quiere amor.

Pero no el que se compra.

Ni el que pide pruebas.

Quiere un amor que la deje ser.

Un amor sin vitrina.

Un amor doméstico, pero libre.

Un amor que no la interrumpa.

Que le permita estarse callada sin tener que disculparse.

Este deseo no es pequeño. Este deseo es político. Es una forma de feminismo que no necesita gritar para ser real. Es el feminismo del cuidado, de la raíz, de la elección. “Una no nace mujer: llega a serlo”, escribió Simone de Beauvoir. Y muchas están eligiendo llegar a serlo desde el gesto suave:

el de preparar su desayuno,

el de leer antes de dormir,

el de no medirse por la productividad sino por la paz que logran construir para sí.

Ella no ha renunciado a la revolución. Pero ya no quiere incendiarse para calentar el mundo. Quiere una revolución silenciosa.

Hecha de bordes suaves.

De decisiones lentas.

De una vida que sepa a ella misma.

Quiere quedarse.

Quiere cuidarse.

Quiere quererse sin tener que explicarlo.

Hoy no ha llorado.

Eso debería contar como algo.

Dibujó.

Leyó tres páginas.

Escribió esto.

Quizá eso sea vivir:

hacer pequeñas cosas mientras el alma espera que vuelva a sentirse suya.

Y eso —aunque nadie lo diga— también es un acto radical.


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