Revista Viajes

Lo que vi en El Tigre

Por Viajaelmundo @viajaelmundo
Vi un camino verde y azul

Vi un camino verde y azul

Salí de Caracas buscando respiro. No entendía la lluvia, el calor repentino ni las noches largas. Salí de Caracas buscando el mar, al que vuelvo siempre sin remedio cuando quiero escapar del ruido, de los edificios altos, del metro y las bocinas. Voy cerca del mar cuando quiero caminar descalza, cuando me importan más las nubes y los amaneceres; cuando lo que menos quiero ver es el tiempo.

“¿A dónde vas?” A Puerto La Cruz, contesté. “Pero eso es feo, no hay nada que ver”. Es ahí donde están mis amigos, di como toda respuesta. A esa ciudad pequeñita del oriente del país voy desde siempre, movida por el eco atrapado de risas que se escuchan en esa sala donde está una hamaca que siempre me trae buenos recuerdos. Voy para celebrar por los amigos que ahora ya están lejos y para reír con los que aún están ahí. Ya he escrito antes de Puerto La Cruz, ya lo he visto muchas veces y no me canso.

“¿A dónde vas ahora?” Hacia El Tigre, dije. “Pero eso es horrible, allá sí que no hay nada que hacer, ni ver”. Ahí también están mis amigos, respondí. El Tigre queda a hora y media de Puerto La Cruz, por una carretera verde y azul a la que hay que prestarle atención. Ir hacia allá es acercarse a otras ciudades y acariciar otras posibilidades de viaje: Puerto Ordaz y Ciudad Bolívar, por ejemplo, que esconden varios tesoros. Pero no quería moverme de allí.

Vi a alguien paseando a caballo, sin que nada más importara

Vi a alguien paseando a caballo, sin que nada más importara

Vi un descaro de nubes

Vi un descaro de nubes

No me gusta cuando voy a algún lugar y me dicen que ahí no hay nada que ver. ¿Quién decide eso? ¿Quién decide qué quiero ver y qué no? ¿Cómo le dices al señor que va a abrir su negocio todos los días a las siete de la mañana, que en su vidriera no hay nada que ver? ¿Cómo le respondes al que se levanta antes que cualquiera a hacer café y té y apostarse con cara de sueño al lado del peaje para ofrecer sus brebajes calientes al que va pasando por ahí? ¿Quién me dice a mí que detrás de las catalinas dulces que venden a un lado del camino, no hay alguien que lleva años haciendo lo mismo para poder seguir ahí, viendo como sus hijos crecen? Siempre hay historias.

En El Tigre no veo edificios altos. Mas bien veo casas atrapadas en el tiempo; paredes descoloridas que le dan sentido a una ciudad que sabemos de buenas a primeras que no es bonita, pero en la que el trabajo le brota por las paredes. Yo veo en sus calles amplias y solitarias, un puñado de recuerdos que no son míos. Se sabe por cómo la gente se saluda, por cómo al cruzarlas van evocando lo que alguna vez vivieron; por el suspiro atragantado al pasar por un lugar que ya no es como antes, pero que está intacto en la memoria, con sus risas, con sus locuras, con los juegos de niños que creían olvidados. Sí hay desidia en sus calles, pero también el intento de no olvidar lo bueno, de construir bases que se conviertan también en buenos recuerdos.

Vi colarse al atardecer por las calles

Vi colarse al atardecer por las calles

Vi un parque

Vi un parque

Vi la luna a pleno amanecer

Vi la luna a pleno amanecer

Si esperaban una larga explicación de qué ver y hacer en El Tigre, no la tendrán aquí. Yo decidí ver las nubes y enredarme en ellas; escuchar la lluvia y ver cómo salía una luna brillante y amarilla. Ver un parque e inventarme mil historias. Decidí sentir un poco de calor, pero también la brisa fresca de la tarde; el sabor de una milhoja, de un té o varios y me dejé llevar por minutos hacia el ruido de una calle atestada de negocios y ofertas, con una plaza levantada al frente que se ve bien, pero no es segura y, sin embargo, no dejamos de pasar por ella; porque hay realidades que no se tapan con un dedo. Vi varias comidas y probé otros sabores. Vi calles solitarias y otras atestadas de rutina. Escuché risas y canciones en italiano. Escuché la brisa y las palmeras, las cornetas que no escapan de ninguna ciudad. Escuché a un grupo que se llama Doble Sostenido.

No me digan, otra vez, que en tal o cual lugar no hay nada qué ver. Entonces, no existieran; no habría vidas llenas de recuerdos, ni calles, ni casas descoloridas. Solo deténganse a ver y dejen que suceda. Solo eso.

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