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Lo que viví en “El Último Concierto”

Publicado el 22 mayo 2022 por Kike Morey @KikinMorey

Lo que viví en “El Último Concierto”

Madrid, viernes seis de mayo del 2022. A las nueve y cuarenta de la noche, las luces se apagan y se escucha algo parecido a la banda sonora de una película. Mi cabeza trata de identificar infructuosamente la melodía. Pienso que así como fue mítico el tema de Miami Vice en el legendario "Ante todo mucha calma", ahora tendremos una nueva referencia. Me equivoco. El sonido se incrementa y de forma súbita los sintetizadores de Jan Hammer retumban en todo el Wizink Center mientras los músicos que nos brindaran las mejores dos horas y media de nuestras vidas, salen al escenario -aún a oscuras- con el aplauso y griterío del público asistente.

La intro finaliza como siempre, como en todos los conciertos de la banda que se han dado desde que se les ocurrió meter a Hammer al inicio de los mismos: con ese sonido de guitarras que anuncian que Siniestro Total ya están listo para su ráfaga imparable de rock and roll, blues, punk, heavy y lo que se les ocurra.

"¡Buenas noches, Santander!". Esto promete. Costas ya metió una frase para la histeria que será repetida tal cual al día siguiente -como prácticamente todo el concierto, un calco de día anterior con un par de excepciones que serán reseñadas más adelante-. La guitarra de Soto se lanza con el riff de "Tan hermoso" y veo con alegría que existen cuatro micrófonos en el escenario, para tres guitarras y el bajo de Avendaño. En la ruta desde Bilbao a Madrid de ese viernes 6 de mayo, le decía a mi hermano mi apuesta para el concierto: "Va a empezar Siniestro con su formación actual y a mitad del show invitarán a Miguel para cantar las míticas" (en los días anteriores, Miguel había dicho que él no pertenecía a Siniestro Total y que lo habían invitado para estos últimos bolos). Otra vez felizmente me equivoco y me imagino a Julián -fundador y líder de la banda desde su inicio- diciendo en los ensayos "vamos a dejarnos de gilipolleces, que aquí hemos venido a jugar". Miguel y Julián ocupan el centro del escenario, flanqueados por Soto y Avendaño, y en la parte posterior se ubican, más elevados, Beltrán, su saxo y todos sus artilugios musicales, y el baterista Andrés Cunha.

Miguel lanza la primera frase y Julián la replica, tal cual quedó registrado en el "Made In Japan", el último disco que se grabó con Costas en 1993 y con el sonido más metalero que se le recuerde a la banda. La gente responde desde un inicio, saltando y cantando al menos el coro de "¡Coño, todo esto es tan hermoso!". Pienso que la cosa promete cuando seguidamente suena "Rock en Samil" y ahora sí, todos cantamos la letra entera acompañando a Miguel, quien tiene el liderazgo en el arranque del show.

Julián da la bienvenida con una sus típicas peroratas y la finaliza dando la entradilla a Miguel para lance uno de los inicios más reconocidos del grupo: "¡Era una chica muy mona, que vivía en Barcelona!". Ese sería el único gesto de complicidad -preparado- que se daría entre Miguel y Julián durante todo el concierto. La gente no para de botar y cantar. Miguel se debe sentir idolatrado, esta vez por quince mil personas, una cifra que difícilmente haya podido congregar en algún concierto de pago durante su etapa posterior a Siniestro.

Le toca el protagonismo a Julián con "Ay, Dolores" -metiendo el reivindicativo "¡no es no!" en la segunda estrofa-. Descubrimos que la tónica será esa, la de ir turnándose la voz principal de las canciones entre Julián y Miguel, uniéndose de esa forma las distintas etapas de la banda. Costas sigue con "Opera tu fimosis" y otra vez la peña se viene arriba.

Nuevo discurso de Julián, está vez contándonos que han deducido que la razón de todos los males del mundo es que España se droga, lo cual da paso al título más conocido del irregular "Policlínico Miserable" de 1995. Costas levanta otra vez al público con "Camino de la cama" y le digo a mi hermano que esto ya está siendo inolvidable y solo han tocado siete canciones de las cuarenta que dicen que habían ensayado. Continua Julián con "Todo por la napia" y "La paz mundial". Me fijo en Miguel para ver que hace en los temas en donde no había tenido ninguna participación en su grabación: está un paso detrás de Soto, Julián y Avendaño, tirado hacia este último, al extremo del escenario. O es porque no se ha aprendido los temas desde su salida, o porque se ha acordado no meterse en ellos, el hecho es que rasga su guitarra muy pocas veces y fuera de todos los focos.

"Pueblos del mundo, extinguíos" pone nuevamente a Miguel al frente y los asistentes se lo reconoce. Otra vez da la sensación de que la algarabía traspasa los límites del Wizink Center. Uno de los himnos paródicos de la pandemia se exorcizaba dos años después, sin mascarillas ni distancia de seguridad. Seguidamente Julián presenta a uno de los invitados de la noche, Segundo Grandío, bajista entre 1988 y el 2001, con quien tocan "Chusma" del "Sesión Vermú" de 1997, en donde Segundo hizo también las veces de ingeniero de grabación. "Dos bajos por el mismo precio" diría Julián antes de empezar a cantar. Segundo toma la posición de Avendaño, este se ubica en su segundo plano, aunque recorriendo todo el entablado, y Miguel, por primera vez en el show, se le ve sonreír y disfrutar -durante los temas de Julián- con la compañía de Segundo, quizás recordando la cúspide que tuvo la banda durante los años del "Ante todo mucha calma".

El sonido fue uno de los puntos más bajos del show, al menos en el primer día. Costó ecualizarla al inicio, y en ciertos momentos posteriores había algo que sonaba muy raro, como la batería en esta canción, que sobresalía en demasía ante el resto de los instrumentos. Supuse que habría sido un error del viernes, pero el sábado se repitió de forma idéntica. O mi oído no funciona o mi oído está estropeado -E.L.E.V.E.N. fue mi gran ausente del setlist-, o hay algo que no entendí lo suficiente.

Segundo se despide y empieza una de las mejores partes del recital. Julián canta "Cultura Popular" y permite el lucimiento del saxo de Jorge Beltrán, solvente durante todo el concierto y el encargado de sumar los arreglos más allá de las guitarras y la batería. Costas vuelve a la carga con "Yo dije Yeah" -otro gran corte del "Made in Japan"- y le sigue Julián con "Vamos muy bien", la versión del original de Obús que mi amigo el espadachín la corea con toda su energía. Cierra el bloque Miguel con "Diga que le debo", una de mis favoritas de toda la vida, la cual me lleva a un momento de éxtasis que queda registrado para la posterioridad gracias a mi amigo fotógrafo que estira sus manos hasta el techo para tomármela en plano cenital.

Al final del puente de la canción, antes de empezar la última estrofa, sucede el primero de los tres gags que harían durante la función: de repente la banda se congela, los integrantes se quedan paralizados, y uno de los "plomos" de la producción sale a la palestra con una toalla para secar el rostro de los músicos. Cuando termina con todos ellos, un golpe de tarola de Cunha los vuelve a movilizar para cerrar el tema. Objetivo cumplido: la performance sorprende y divierte.

La segunda mitad del concierto se inicia con el protagonismo del Maestro Soto -principal responsable del sonido guitarrero de Siniestro-, quien canta su composición "Fuimos un grupo vigués", haciéndome errar otra de mis apuestas -pensé que cantaría "Síndrome de Estocolmo" lo cual me hubiese hecho más feliz aún- y a continuación Óscar Avendaño demostraría sus tablas y buena voz en "Sobre ti", un clásico cuando le toca tomar la voz principal.

Es momento de que Miguel vuelva a encender al público con una composición completamente propia: "Tipi, dulce tipi". Como Lennon y McCartney, donde es posible identificar quien compuso cada canción, con los años pude reconocer los temas de Miguel (rock de garaje lleno de cotidianidades) de los de Julían (más arreglados y producidos, con ínfulas de intelectualidad). Como para demostrar este contraste, al clásico de Miguel le sigue uno de los últimos singles de Hernández, "Chico de ayer". Parte de la peña, atiborrada de alcohol, aprovecha el momento para ir al baño, con largas colas de hombres y ninguna de mujeres. Aprovecho para focalizarme otra vez en Miguel: parece como que no existiese, medio escondido detrás de Soto, Julián y Avendaño, quienes por ratos juntan sus guitarras como compañeros que son, de esta larga última etapa de la banda.

Viene uno de los momentos más emocionantes de la noche. La pregunta de cajón, entre los seguidores de Siniestro durante las últimas décadas, era ¿qué será de Alberto Torrado? Nadie sabía si seguía haciendo música o qué. Por eso, verlo al centro del escenario, cantando "Tumbado a la bartola" fue uno de los instantes cumbre del concierto. Ahí estaba Torrado, con pinta de pastor gallego, simpático y adorable, con la misma voz con la que se grabó el tema, pisando nuevamente el escenario con los gamberros de sus amigos con quienes estrellaron el Renault 12 hace 40 años. Momento estelar.

Tiempo de volver a los orígenes. Después de despedir a Torrado, empieza la parte más punki de todo el recital, cinco temas continuados en donde reaparece el pogo, los katxis de cerveza por los aires y los gritos animales. "Nocilla, qué merendilla" se anuncia como reclamo publicitario y permite ver de nuevo interactuar a Miguel y Julián, aunque sea solo por requisitos de la canción. Con la voz de Costas sigue "Naturaleza" -con Jorge Beltrán haciendo todos los sonidos estrambóticos posibles-, "Mario (encima del armario)" y "Todos los ahorcados mueren empalmados". Cierra el set "Oye nena, yo soy un artista", otra vez con la dupla Costas-Hernández compitiendo quién grita más alto y desaforado.

Es necesario bajar la agitación y permitir un poco de descanso, tanto para el público como para la banda. Por eso, Julián cuenta que, como en todos los conciertos de leyendas y viejas glorias del rocanrol, es momento del set acústico con un tema dedicado a la infanta Cristina, "aquella que nos rompió el corazón cuando se casó con un balonmanista". Ponen tres sillas en el centro del escenario y le dan una guitarra de madera a Miguel, otra a Julián y un violín a Javier Soto. Mientras van tomando sus ubicaciones, este último se siente extraño, no sabe cómo agarrar el instrumento, lo pone de vuelta y media, y en un arranque de ira lo tira al suelo al grito de "¡vaya puta mierda!", levantándose de la silla y saliendo del escenario. Inmediatamente Costas deja la guitarra en el suelo y la patea fuera del proscenio, mientras Julián se vuelve loco y empieza a aporrear la guitarra contra el suelo hasta destrozarla, con una imagen que hace recordar a la tapa del London Calling de The Clash -y que ya había homenajeado en el arte del single "Me pica un huevo"-. Rápidamente se limpia y se quita todo el atrezo y ya está la banda volviendo a la normalidad, tocando "Joder, Cristina" tal cual se grabó en el guitarrero "Sesión Vermú". A propósito de las guitarras, el sonido del Wizink, y mi oído estropeado -ya comentado líneas atrás-, el mismo cierre, con el volumen al máximo, de las tres guitarras distorsionadas y estridentes lo perdoné el viernes pero lo granputeé el sábado.

Vuelve Miguel al centro del escenario para "Matar jipis en Las Cíes" con la consecuente reacción frenética del público. Retoma Julián con "Bésame, soy gallego", otro momento que el respetable aprovecha para avituallarse de cerveza (o para evacuarla). He comentado en párrafos anteriores acerca de la posición de Costas durante los temas de Hernández, en especial en las compuestas a su salida de Siniestro. Si bien el viernes se le vio como más cohibido, el sábado se quitó cualquier presión que pudiese haber tenido. Ya no estaba atrás sino al frente, aunque siempre más tirado hacia Avendaño, pero más "jefe", sonriendo y señalando a quien lo reclamaba, rasgando la guitarra con mayor seguridad, es especial a partir de esta canción. Por si fuera poco, Costas retoma el protagonismo con otro de los himnos, "Vámonos al Kwai". Muchos creemos que el regreso de Miguel al grupo, aunque haya sido solo temporal, fue uno de los principales condicionantes para asistir a los últimos conciertos. Los que crecimos escuchando su voz en los ochenta no podíamos perdernos algo que nos parecía inimaginable e imposible desde hace más de 25 de años. Antes de la pandemia, los mejores conciertos de la época dorada de Siniestro las hacía Costas que los propios Siniestro. Verlos juntos era como si volviéramos a los primeros noventa, presenciando en directo el épico "Ante todo mucha calma".

Antes en enfilar a la última parte de la noche, toca el momento "In memoriam" recordando a todos quienes de alguna u otra forma han pertenecido a la órbita de la banda, poniendo especial atención -como no podía se de otra forma- a la primera voz de Siniestro, Germán Coppini, a quien homenajean con una composición suya, "Ponte en mi lugar" -con música de Torrado-, la primera canción que sonó en radio gracias a la maqueta que le hicieron llegar al disc-jockey de Radio 3, Jesús Ordovás, en 1982. Esta me sirve además para traerme imágenes a la mente en el que "mi pirolito no da más". Me río mucho.

Regresa Miguel para ser la voz principal de "Superávit", con la vocecita de Soto haciendo "¡ávit!" en los coros -y Julián onomatopeyando seguidamente un "¡puf!" glorioso, uno de mis mejores momentos-. A continuación se lanza esa intro que para mí representa el sonido, maduro, del Siniestro Total histórico: "¡TÁ-TAN!". Lo compararía con lo que es "Won't Get Fooled Again" para identificar a The Who. "¡TA-TA-TÁÁÁÁÁNNNN!". "La sociedad es la culpable", gran tema que cantó con todas mis fuerzas, empieza tal cual fue grabado -no como suena en el "Ante todo"-, como prácticamente sería todo el concierto, sin ninguna variación ni versión especial de ningún tema.

Costas dice que quiere ser "Emilio Cao", y todos cantamos que también lo queremos ser. El concierto entra en punto de no retorno. Con "Ye-Ye" parece que la noche está cerca de finalizar, pero todavía quedan canciones en recámara. Esta canción permite el último gag del grupo: cuando Miguel da paso al solo de batería, Cunha sólo da un golpe y Miguel retoma el "¡un, dos, un dos tres, va!" para dar paso después al solo de bajo, también con una sola nota de Avendaño, y lo mismo se repite con un único rasgueo de Soto (el sábado Cunha hizo dos golpes al tambor, lo que puso a toda la banda mirándolo feo por errar el tiro). Costas da paso al "solo largo de triángulo", y es Beltrán quien baja de su plataforma con el triángulo, dirigiéndose al centro del escenario, haciendo titilar una única vez el instrumento ante la ovación y las carcajadas de público.

Decía que entrábamos en punto de no retorno y "Cuánta puta y yo que viejo" lo confirma. Javier, Julián y Óscar (¿y Miguel? no lo recuerdo) se plantan juntos y bajan sus guitarras al unísono, al golpe del tambor, durante el memorable riff. Julián toma ahora las riendas y continua con "Ayatolah!". El Wizink se viene abajo. "¡CHA-CHA-CHÁ!". "¡Sólo vine a comprar pan!". "¡No me gusta la rumba ni el JAZZ!". Tantas y tantas frases grabadas en el consciente y subconsciente colectivo. Siniestro, siempre Siniestro.

Como era de suponer, el concierto termina con "Miña Terra Galega", aunque para el fastidio de algunos, con la voz de Hernández en lugar de la registrada voz de Costas. Decía Julián que Lynyrd Skynyrd recibe, desde España, más regalías por esta versión que por su propia composición. Hace unos años, esta canción fue mi punto de partida para conocer Galicia, por primera vez, siguiendo la ruta que Siniestro me marcaba en su discografía. No sé qué espera la Xunta para convertirla en su himno autonómico. Siniestro Total ha hecho más por dar a conocer a Galicia (y Vigo) al mundo que cualquier partido político o gobierno de turno.

Julián explica al público que el concierto ha terminado, que eso ha sido todo, que el manoseado instante en el que los artistas salen de escenario esperando a que el público pida "¡otra, otra, otra!", para que cinco minutos más tarde regresen a colgarse sus instrumentos y tocar un "improvisado" set final. "Vamos a dejarnos de gilipolleces, nosotros nos quedamos aquí, ustedes gritan 'otra, otra', seguimos con los bises que tenemos preparados, y ya". Aquí es cuando se da la única diferencia respecto a lo que se tocó un día y otro. Yo había apostado, en agradecimiento a los que íbamos los dos días, que el sábado tocarían entre cuatro o cinco canciones diferentes a los del viernes. Volví a fallar. El sábado solo se incorporó, al inicio de los bises, "Alégrame el día" -luego vimos que el viernes estaba previsto "El Enemigo Parpadea" pero no sonó-.

Momento estelar de Costas para cantar "Menea el bullarengue". Quizás porque no se lo esperaba el viernes empezar con ella o que se yo cualquier otra razón, Miguel olvidó la letra en especialmente en la tercera estrofa, lo que fue la guasa a la salida del concierto. ¡Pero es que el sábado se le volvió a olvidar! Pájaro Chogüí salió antes de tiempo, La Marsellesa se repitió dos veces y El Condor Pasa nunca fue mencionado. Da igual, es Costas y así lo queremos. Se reivindicaría inmediatamente con "Bailaré sobre tu tumba", la canción por la que se reconoce a Siniestro, y a la voz de Miguel, en todo el universo.

Ya solo quedaba el final y es Julián quien se encargará de cerrar el concierto que Costas había abierto. Antes de reseñar las últimas dos canciones, una apreciación sobre las voces principales: Costas debe ser el único caso que, con la edad, la voz se vuelve más aguda, perdiendo esa gravedad casi de ultratumba que tan bien marinaba con el gamberrismo de la banda. Por otro lado, la voz de Hernández se escuchó en forma, con sus giros y disfuerzos a la altura del evento, y sin necesidad del inhalador de la que hacía gala en sus últimas giras ("esto lo usaba Prince", se justificaba en más de una ocasión). Curioso que dentro de los agradecimientos al sonido, a las luces y a la producción, Julián mencionara también al médico que le habrá ayudado a superar cualquier percance de garganta.

"¿Quiénes somos? ¿de dónde venimos? ¿a dónde vamos?" me gustó desde que la escuché por primera vez, en un casete pirata que un amigo del barrio me hizo escuchar a los once años, en 1985. El año pasado me tocó hacer una ponencia en un congreso y para presentar los avances alcanzados por el equipo de trabajo, la hice titulándola con el nombre de esta canción y cerrándola con el fondo musical pertinente. Mi hija de nueve años -camino a convertirse en otra Siniestrófila de cuidado- me pregunta "¿estás triste porque sea el último concierto?" y le respondo que no, que más bien estoy contento por haber vivido tanto y tantas cosas con su música.

Llega un momento en que al estar viendo a mis ídolos musicales, mayores, despidiéndose de los escenarios, me entra una emoción que llega a veces hasta el llanto. La música me ha acompañado desde que tengo uso de razón y me lleva a recuerdos de la adolescencia y juventud en los que vivía totalmente despreocupado. Ahora de mayor, cuando escuchas esas canciones en directo, es inevitable sentir algo de nostalgia por esas épocas, ahora que uno se ha hecho adulto con todo lo que ello conlleva. Pensé que en un concierto como este, de tanta energía, tanta algarabía, en ningún momento me pasaría esa sensación. Me volví a equivocar. Esa melodía siempre consigue hacerme clic. Y los litros de alcohol en vena, ayudan también a ello. Fue el momento en el que les agradecí por ser tan genios, por todo lo que me habían hecho sentir, vivir, cantar, bailar, gritar. Por estar a mi lado durante todos estos años. Y por todo lo que me seguirán acompañando hasta el final de mi existencia.

Es hora de irnos a casa, pero no sin antes hacer nuestra declaración de principios: "Nosotros somos seres racionales, de los que toman las raciones en los bares". Como para ponerlo en mi epitafio. Si en cualquier momento suena el riff de "Highway to hell", nunca me lleva a AC/DC sino a "Somos Siniestro Total". Impecable, perenne y sumario de cuatro décadas de éxitos. Todo el Wizink de pie, coreando y saltando. Esto se acaba pero si ha de acabarse que se acabe así, ¡coño!.

Termina, ahora sí, el espectáculo, y toda la banda, invitados incluidos, se despiden del público con las manos haciendo el símbolo feminista, el mismo con el que terminan sus conciertos desde tiempo atrás a que se hiciera masivo, con el otro mítico fondo sonoro de "Que le corten los huevos". Me abrazo con mi hermano, el espadachín y el fotógrafo como si hubiésemos ganado la Champions, celebrando el tremendo concierto que acabamos de presenciar. La gente vacía el Wizink Center dejando tropecientos vasos de cervezas en el suelo. El concierto ha terminado pero su recuerdo nos seguirá muchos días más. Tantos como para escribir esta (larga) crónica, dos semanas después, esperando con ello que mi cabeza me diga "ya está, ya lo registraste; ya puedes volver a ella cuando quieras".

Lo que viví en “El Último Concierto”


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