Revista Cultura y Ocio

Lo sublime en Hegel, y dos novedades

Publicado el 15 noviembre 2009 por Javiermoreno
Me gustaría hablar de dos libros que corren todo el peligro (ojalá no ocurra así) de pasar desapercibidos entre el tsunami de novedades editoriales de este otoño. Se trata del libro de poemas ABRXIA 365 de Ricardo Moreno Mira (Editorial Huacanamo) y de El hombre que vio caer a Deleuze, de José Vidal Valicourt (Editorial Sloper).
Lo sublime en Hegel, y dos novedades
Lo sublime en Hegel, y dos novedades
Del libro de Ricardo Moreno puedo empezar diciendo que se trata de un libro extraño e irregular. El poeta se enfrenta al lenguaje con una energía más que whitmaniana, torrencial diríamos, con un delirio que recuerda a nuestro Leopoldo María Panero. Pese a que a veces pueda parecer lo contrario, al acabar el libro uno tiene la impresión sin embargo de que hay un método dentro de este delirio. Si Hegel decía que lo sublime provenía de la falta de adecuación entre el concepto y la forma, puede decirse entonces que ABRXIA 365 tiene algo de sublime, precisamente porque la materia con la que trabaja el poeta es una materia resistente, que se deja domeñar con dificultad. Esta materia es el cuerpo y sus éxtasis, el lenguaje y sus éxtasis, la naturaleza y sus éxtasis. La osadía de Ricardo Moreno Mira llega hasta tal extremo que llega a remedar el 'Rerum Natura' de Lucrecio en su 'Arqueogonía Physica'. Y lo extraordinario es que sale bien parado. La belleza florece en estos poemas junto a lo deforme. El tono bíblico comparte poemas con el exabrupto. Quizás sea el propio poeta el que mejor defina su voluntad a través de estos versos:
nosotros que somos torpes- que no sabemos estar-
que no sabemos parecer- que somos chusma-
nosotros que
nos tropezamos con frecuencia- que somos bestiales y absurdos
que comemos con la boca llena- que nos reímos cuando decimos pedo
o culo
o cuando
se oye un eructo
que caminamos mal- que caemos mal:
nosotros que somos inferiores
que hacemos el ridículo
que se ríen de nosotros
nosotros que no conocemos el buen gusto
nosotros que somos horteras y ruidosos
no- nosotros
no nacimos para arder radiantes bajo el Sol en llamas
jaurías de adolescentes ríen al verme pasar
cuchichean etc.
¿Quién coño es ese? dicen
...es retrasado... algo bobo... ¿es tonto?...
en el mejor de los casos raro...
esto no es nada romántico- aunque pueda parecerlo
solo es una...putada
es
somos
algo a medio camino
entre un héroe y un payaso
algo
entre dios y mono
un híbrido de ángel
y
puerco

En fin, el libro de Ricardo Moreno constituye una sorpresa que no debería pasar desapercibida a los paladarres que gusten de lo extraño y lo exquisito.
El hombre que vio caer a Deleuze es el curioso título del último premio Cafè Món, publicado por la editorial Sloper. Román Piña, David Torres y Agustín Fernández Mallo formaron parte del jurado del premio. La escritura de José Vidal Valicourt recuerda bastante a la de Fernández Mallo y esto no es nada malo. Todo lo contrario. Este hecho sólo es una muestra más de que existe una corriente literaria que sigue aflorando y que comparte cuestiones formales (fragmentariedad) e imaginarias (la seducción por el desierto, la soledad, predilección por Borges...), cuestiones éstas que bastarían para justificar la poligénesis. Al igual que el autor de Nocilla Dream, se tiene la impresión al leer este libro que Vidal Valicourt proviene del mundo de la poesía, como así ocurre de hecho. La mayoría de los fragmentos de este libro (que, a pesar de su fragmentariedad, logran mantener una unidad de tono) brillan por su plasticidad, por lograr eso en apariencia tan fácil como que las palabras -la forma- se adecúen con precisión al concepto. En ese sentido el libro de Vidal Valicourt estaría en el extremo opuesto del de Ricardo Moreno Mira. Les dejo aquí uno de los pequeños relatos que componen el libro:
FRANCOTIRADOR O CÓMO LEER LITERALMENTE A BORGES
Acaba de subir a la azotea de un supermercado armado con un rifle. Le aplica el silenciador al arma y sin pensárselo comienza a disparar. Las víctimas van cayendo disciplinadamente. No siente nada especial, ni placer ni dolor. Se lo toma como una obligación, como un trabajo que alguien tenía que, tarde o temprano, llevar a cabo. Lo que le ha empujado a cometer este crimen masivo es la lectura hipnotizada de un fragmento de un cuento de Borges, que dice: "Es el crematorio. Adentro está la cámara letal. Dicen que la inventó un filántropo que se llamaba, creo, Gustavo Adolfo Hitler." Después de la matanza, coloca el rifle en el suelo y enciende un cigarrillo. Fuma con los ojos cerrados, mientras oye las sirenas que poco a poco se van a acercando al lugar de los hechos.

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