Revista Cine
Se dice, entre otras cosas, de un plato de lentejas.
Es una propuesta que no admite variantes, una expresión que define claramente una situación en la que uno no tiene más que aceptar lo que se le ofrece o quedarse compuesto y sin novia o sea que con lo mínimo hay que aguantar el chaparrón porque vienen mal dadas y no está el horno para bollos: a mal tiempo buena cara y toma lo que te dan y recuerda que a caballo regalado no le mires el dentado.
De caballos parece que iba el negocio de Thomas Hobson quien insistiendo de forma pertinaz en ofrecer sus monturas como el que ofrece las castellanas lentejas, alcanzó entre sus clientes del siglo XVI tal fama que consiguió permanecer en el habla inglesa que se refiere a esa oferta invariable como Hobson's Choice.
Algunos siglos más tarde, un inglés llamado Harold Brighouse que trabajaba como funcionario del Ministerio del Aire durante la Primera Guerra Mundial y aprovechaba los ratos muertos para escribir una obra de teatro, se inspiró en la frase hecha para titular su obra Hobson's Choice y, para ligarlo todo correctamente, apellidó a su protagonista como Hobson, por supuesto.
La obra se estrenó en 1916 y fue todo un éxito para su autor y todavía se sigue reponiendo.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, la cinematografía británica buceaba entre sus piezas más conocidas para sustentar películas que resultaran atractivas y uno de sus más eminentes cineastas, David Lean se acordó de la pieza escrita por Brighouse que ya había sido llevada al cine con anterioridad y se aprestó a revisarla y escribir un nuevo guión basándose en la pieza teatral y titulando su película de igual modo Hobson's Choice (titulada en España como El déspota) manteniendo el juego de palabras original.
Para su película, David Lean tuvo la enorme suerte de contar con Charles Laughton que ignorando las críticas recibidas por su cambio de nacionalidad apenas cuatro años antes regresa a Inglaterra y acepta el papel del borrachín Henry Horatio Hobson, quizás rememorando que, en su juventud de actor aficionado, había interpretado a Willie Mossop, en esta ocasión entregado a las buenas manos de John Mills, objeto de deseo de una avispada Maggie Hobson (interpretada con mucha fuerza y convicción por Brenda de Banzie), hermana mayor de Alice (Daphne Anderson) y Vicky (Prunella Scales en su segunda película) Hobson.
David Lean en 1954 ya tenía un nombre hecho en el cine y no necesitaba demostrar que era capaz de trasladar al cine una obra de teatro sin dejar vestigio de su origen escénico y así fue, una vez más, porque aun contando a su servicio con un buen texto y un elenco forjado en las tablas, el resultado no tiene nada de teatral.
Rodada en económico blanco y negro que favorece el carácter histórico y antiguo de la pieza, nos traslada a la ciudad de Manchester en tiempo pretérito cuando la moda femenina más atrevida consistía en vestir el polisón y el ebrio Hobson se escandaliza ante la más joven de sus hijas que no cede un ápice ante las protestas de su padre, quejoso por la falta de su mujer pero alegre un punto por su viudez, libre de beber cuanto le place mostrándose autoritario con sus tres hijas cuando se oponen a sus egoístas deseos de placer y vagancia.
Lean, que ha empezado la película como si una de miedo fuera para dejar inmediatamente paso a la vis cómica de la mano de Laughton, demuestra conocer sobradamente el oficio y sabe colocar la cámara en esos interiores construidos a golpe de decorado de madera sin que por un momento aflore la sensación de estar viendo teatro filmado ya que la cámara se mueve ágil y precisa y enfoca lo que debe remarcando los personajes y dándole el aire suficiente para que se muevan e interaccionen: incluso cuando el bárbaro Hobson se reúne con sus secuaces bebedores la cámara parece emplazada en medio de la mesa y la estancia se reduce, se hace chica, y los rostros toman el plano, lo llenan y uno percibe el truco de Lean después, cuando rememora la escena y piensa que, en otras manos, lo más fácil hubiera sido un plano americano casi estático: la mano de Lean parece tomar la cámara y hacerla huidiza como si se tratara de una inexistente -por no inventada- steadycam pero es en realidad el pulso firme de Jack Hildyard siguiendo las órdenes de Lean y la mano posterior de Peter Taylor en la moviola recordando las sugerencias del director que moldea su caligrafía de forma modesta y sutil, acorde con la pieza que filma, guardando empaque y grandilocuencia para otras ocasiones: el relato es casi intimista, porque la historia que nos cuenta sucederá en el seno de la familia Hobson y sólo a ellos atañe de modo principal.
Hay una cierta dicotomía en el relato ofrecido por Lean ya que el atento espectador no puede en modo alguno sustraerse a la lección magistral impartida por el orondo Charles mientras el personaje de su hija mayor, Maggie, se muestra decididamente como una mujer a seguir: Laughton pronuncia, anuncia y escenifica de una vez por todas lo que es un borrachín pagado de sí mismo, iluso y crédulo de un poder que no tiene y que le es arrebatado con toda justicia por su hija mayor, una Maggie que se sabe poseedora de talento comercial y ambiciosa por sí misma, decidida a no permanecer como la solterona servil que su padre espera: su buen ojo y rapidez de reflejos avistarán el diamante en bruto que es Willie Mossop y poco a poco, de forma constante y persistente, le irá desbastando hasta que aparezca el hombre esperado y deseado en su plenitud, en buena parte, hay que decirlo, por la excelente composición de John Mills que sabe sacar el oro y la plata ocultos en un personaje que en otras manos no pasaría de lamentable comparsa de una mujer de carácter fuerte: seguro que Laughton disfrutó de lo más también viendo a su compañero Mills lucirse con ese personaje tan abrupto.
Es esta película de David Lean una obra decididamente menor por convicción propia debido a su humilde concepto, en realidad una sorpresa agradibilísima de conocer llegados a este siglo, una pieza que no debería faltar en la estantería de cualquier cinéfilo que se precie, naturalmente en disposición de gozarla en rigurosa versión original con sus subtítulos si es preciso, porque el conjunto de intérpretes, como es natural siendo todos ellos británicos de fuste, es un lujo y un placer, encabezados por un Charles Laughton pletórico de fuerza interpretativa muy bien secundado por Mills y Brenda de Banzie.
Absolutamente imperdible para el cinéfilo que se precie de conocer el conjunto de la obra de David Lean y para quien sepa disfrutar de un buen guión, una cámara precisa y una historia imperecedera.
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