Estamos en una época en la que nos encanta criticar y buscar los diez pies a cada gato, y claro, así es difícil avanzar. Lo vemos cada día cuando analizamos desde un punto de vista metodológico las nuevas iniciativas, normas, proyectos, ideas o lo que sea. A lo nuevo se le exige todo, debe cumplir todos los requisitos, ha de llevar el visto bueno del ministro, de la agencia de calidad, del Papa y del Delegado del Gobierno. ¿Lógico? ¿Legal? Puede que sí, pero... ¿y a lo antiguo? ¿le exigimos lo mismo?
Un claro ejemplo es la relación con el paciente a través del correo electrónico. Un tema típico en los foros de debate es analizar si cumple o no con la normativa de protección de datos, y si es legal desde el punto de vista de garantizar los derechos del paciente. Y tanto se analiza que siempre se encuentra alguna pega para ponerlo en marcha. De hecho, las primeras referencias en la literatura científica al uso del email con los pacientes es de finales de los noventa (como el editorial de eMJA "Email: editors, doctors and patients", el artículo de Annals of Internal Medicine "Electronic Patient-Physician Communication: Problems and Promise" o el breve del British Medical Journal "Email contact between doctor and patient").
Sin embargo, nadie analiza y busca pegas o rechaza el uso del fax o la información sobre pacientes ingresados que se ofrece verbalmente en la entrada de los hospitales (¿os gustaría que dieran vuestro nombre y habitación en un hotel?). Son restos del pasado que nadie se cuestiona, o al menos que no desaparecen pese a que no garantizan la confidencialidad.A los procesos nuevos les pedimos todo, a los antiguos se lo perdonamos. Y seguimos buscando la perfección para el futuro y conviviendo con la ineficiencia y la imperfección del pasado. Igual es que lo malo, con el paso del tiempo se transforma en bueno, o nos acostumbramos a ello y no le damos importancia.