Revista Cultura y Ocio

Lo violento serán las ideas | Eduardo Varas

Publicado el 06 abril 2018 por Iván Rodrigo Mendizábal @ivrodrigom

Por Eduardo Varas C

(Publicado originalmente en sitio web NUESTRA APARENTE RENDICIÓN. QUEREMOS CONSTRUIR PAZ Y DIÁLOGO. POR ESO ESTAMOS AQUÍ, México, el 1o de abril de 2011)

Eduardo Varas C. (Guayaquil, 1979.) Narrador, músico, periodista. Va del sonido a las letras y viceversa (así es todo el tiempo). Alguna vez hizo trabajos audiovisuales y laboró en televisión. Ha colaborado en varias publicaciones periodísticas del país y del extranjero y su ocupación actual es la de ser ghost writer y mantener su cuenta en twitter. En 2007 publicó el libro de cuentos Conjeturas para una tarde. Luego vino la novela Los descosidos (2010) y en 2011 publicará un nuevo volumen de relatos Freak to go y el libro de ensayos La ficción útil. Prepara un disco.

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Lo violento serán las ideas | Eduardo Varas

Fotograma de “2001: Odisea del espacio”.

Cuando la inteligencia superior se estrella contra ese grupo de primates, en forma de monolito, en “2001: Odisea del espacio” (Stanley Kubrick, 1968), surge el pensamiento como un acto de triunfo de un ser frente a otro. El fémur como herramienta para conquistar un riachuelo. El golpe de un hueso sobre otro hasta descubrir que ese contacto agresivo produce el daño suficiente para declarar a alguien vencedor. El pensamiento se presenta como vehículo para la violencia que te lleva a un fin: el otro no importa, solo los míos y (concretamente) yo. Cuando en Ecuador, años después de la odisea de Kubrick, hablé con un escritor ecuatoriano acerca de sus experiencias anteriores como administrador de empresas (omito su nombre bajo pedido), me habló de León Febres Cordero, el presidente que en los años ochenta se “enfrentó a los terroristas”. Me dijo que la última vez que lo vio fue antes de que se lanzara como candidato a la Presidencia de Ecuador; que estaba exhaltado; que había algo que lo intranquilizaba: “No puedo creer que dejen que estos comunistas se queden con las cosas. Alguien tiene que hacer algo y si no aparece nadie, lo haré yo”. Así que él lo hizo.

Las ideas suelen ser la bacteria que da pie al miedo y la violencia.

Hay un instante de terror grabado en mi memoria de niño. La música de John Williams de Jaws era un villancico comparada con los acordes que sonaban en estas propagandas. Se trataba de spots en los que las fotos carné de personas, teñidas de rojo, con la voz de locutor acentuando la sensación de riesgo, me hacian creer que en cualquier momento algo malo saltaría de la pantalla y me atacaría. Eran los avisos de búsqueda de los “terroristas”, de esos años en los que el triunfo se traducía en combate y lucha armada, algo que para un niño de un poco más de cinco años resultaba incomprensible. Eran los tiempos de “Alfaro Vive, Carajo”[1], en Ecuador y yo tenía miedo, mucho miedo.

Con los años uno abre los ojos legañosos. En mi país, la violencia siempre ha sido la base de la  construcción de universos: para algunos había que evitar que los grupos terroristas tuvieran cuerpo en nuestro territorio; para otros, lo que pasó fue que no se toleraron las ideas distintas y se violentaron una gran cantidad de derechos. Visiones de mundo encontradas que conducen a la justificación de lo injustificable. En Ecuador lo violento son las ideas y hoy, en medio de una crisis que mezcla violencia e inseguridad, esas ideas son las que colocan una visión de mundo por encima de las otras. Es el “ellos o nosotros”.

La paranoia del adulto. Justo en el momento que escribo estas líneas, el debate en el país se centra en el aumento de la criminalidad, por los numerosos casos de secuestro y asesinato; por los reclamos que se vuelven gritos desesperados; por ese ambiente de indefensión[2]. Hay mucho miedo y la violencia se puede respirar en cada tecleo iracundo, en cada conversación desesperanzada, en cada rostro que se desencaja[3]. Hace pocas semanas, en Guayaquil, un conocido periodista deportivo fue a una lavadora de autos con su hijo de diez años. Llegaron asaltantes y el dueño del local, por defenderse, sacó un arma y enfrentó a los atracadores. En el cruce de balas el niño murió[4]. Todo lo demás ha estallado. Los militares patrullan las calles de la ciudad y se realizan esfuerzos de inteligencia para acabar con lo que se considera crimen organizado. El mismo miedo y la misma violencia que contrapone realidades.

El resultado hasta ahora solo sirve para graficar este sistemático desajuste de los sentidos. Por un lado un grupo de personas que asumen que la respuesta está en combatir con leyes más inflexibles y con mayor represión a la delincuencia. Por el otro, personas que asumen que la solución al conflicto está en la modernización de la policía y la finalizacion de las inequidades sociales (con respuestas para el hacinamiento, el desempleo, la falta de vivienda digna, etc). Ideas que se muestran antagónicas y que enfrentan a autoridades, como el presidente Rafael Correa y el alcalde de Guayaquil, Jaime Nebot; cada cual por su lado, con sus verdades a cuestas, enfrentadas a través de los medios o en espacios como el twitter. Violentar al otro como único camino[5].

Sin embargo, en el fondo hay un denominador común doloroso: alguien apunta a otra persona por robarle algo que no sobrepasa los 100 dólares, y dispara sin problema cuando no le entrega el botín. Un muerto más, como si quitar la vida no importara.

¿Existe realmente la maldad en ciertos seres humanos? En El mito del hombre, el asesino, Eric S. Raymond ensaya una posible respuesta ante la inquietud: “Para una persona que se siente fundamentalmente impotente, la creencia de que uno es de cierta forma intrínsecamente mortífero puede ser una ilusión alambicada. Sus mercadólogos saben muy bien que la fantasía de la violencia vende no para los realizados, los ricos y los sabios, sino más bien para rudos trabajadores atrapados en trabajos sin salida, para adolescentes frustrados, a los retirados – los marginados, los solitarios y los perdidos”[6]. Esa maldad como realidad, como esa predisposición mortífera de uno contra el otro, no deja de ser una imagen fatua, una excusa sustancial alrededor de criterios que acrecientan la posibilidad del miedo y la violencia como único camino. Control y distancia. Sin embargo, las actuaciones que rayan en lo ‘malvado’ son un hecho[7]. Se dan, se provocan, alguien ha decidido violentar a otro y acabarlo porque algo ha cambiado, se ha transformado, esfumado. Con el miedo a cuestas, todo está perdido.

Y cuando todo está perdido, llegan las atrocidades. En El perdedor radical: ensayo sobre los hombres del terror, Hans Magnus Enzensberger examina las condiciones que generan un ser humano sin conciencia de su entorno: “la misma desesperación por el fracaso propio, la misma búsqueda de chivos expiatorios, la misma pérdida de realidad, el mismo machismo, el mismo sentimiento de superioridad con carácter compensatorio, la fusión de destrucción y autodestrucción, y el deseo compulsivo de covertirse, mediante la escalada del terror, en el amo de la vida ajena y de la muerte propia”[8]. Esta es la sentencia que nos consume, sin importar clase social, credo o raza. Este ser perdido aparece y crece de manera exponencial cuando asume que ya tocó fondo, cuando la sensación de triste y solitario final es sustancia de vida. No hay respuesta posible, si por un lado se asume, de entrada, que una persona ha conseguido más lujos hundiendo a otros. Y si por otro se presume que aquellos que no tienen nada van a ir a ajusticiar a quienes lo tienen todo, por ambición, pues la derrota se ha derramado sobre nuestras cabezas.

Más que existir maldad en el ser humano, lo que existe es la sumisión (ésta sí siniestra) a ideas o planteamientos que se convierten en realidad y que no son cuestionados. Una sumisión que encuentra su forma final en el ‘respeto’ a ciertas figuras de poder que convierten a quienes lo siguen en simples marionetas (autoridad pública, religiosa, jefe narco, capo, lo que sea). La violencia se enquista en la persona que no entiende que su principal herramienta de vida es la decisión. Esta es la parte más siniestra del contrato social, porque si el ser humano es libre por naturaleza, son sus ataduras externas las que lo condicionan. En otras palabras, somos víctimas de lo que pensamos, sentimos y asumimos como cierto, desde el acto mismo de relacionarnos y presentarnos como entes sociales. Algunos seleccionan cadenas que constriñen menos que otras; algunos deciden cuestionar esas cadenas (muy pocos) y otros se dejan llevar por ellas.  Lo que se debe combatir es esa imagen de peligro, capaz de generar el miedo suficiente para paralizar y negar la misma existencia de lo humano. Este combate no sólo le compete al Estado, con sus políticas de seguridad e inclusión, sino a nosotros, en primer plano.

El miedo destruye a quien lo experimenta y todo a su alrededor, a través de su brazo ejecutor: la violencia.

Uno de los principales reclamos del periodista deportivo cuya historia relaté párrafos atrás es que de no haber sido por la acción de ‘defensa’ del dueño de la lavadora de autos (sacar su arma para contrarrestar el asalto a su local), su hijo seguiría con vida. Tiene mucha razón.

Lo que pienso es lo que es. El reino de las ideas es el que nos condiciona.  Asumimos un pensamiento como la base de todo lo que hacemos y nos convertimos en seres incapaces de discernir. A diferencia de las ideas, la maldad humana no puede ser vista o experimentada como un virus que se inocula en cada uno de nosotros[9]. Acudir a esta precisión, que incluso se convierte en argumento antropológico y pseudocientífico (Freud y sus pulsiones), equivaldría a decir que ni siquiera aquellos que se asumen como buenos o ‘víctimas’ de los malos están libres de culpa. El ser humano más que malo es adaptable y si pasa sus días sin cuestionar sus creencias o sus actuaciones, justificándolas por su entorno, la adaptación será un proceso trunco. El ser humano trunco es aquel que se pierde, que no tiene horizonte, que no puede ver más alla.

En El mito de la violencia humana, Ashley Montagu busca aislar las consideraciones equivocadas alrededor de la violencia humana, para salir del torpe paréntesis: “Los hechos demuestran que el ser humano no nace con un carácter agresivo, sino con un sistema muy organizado de tendencias hacia el crecimiento y el desarrollo en un ambiente de comprensión y cooperación. Hay pruebas de que las tendencias humanas básicas están dirigidas hacia el desarrollo a través de la capacidad para relacionarse con los demás de manera cada vez más amplia y creativa, haciendo más fácil la supervivencia. Cuando estas tendencias básicas de comportamiento se frustran, los seres humanos tienden hacia el desorden y a convertirse en las víctimas de los otros humanos igualmente afectados por estos desajustes”[10]. Esas condiciones nefastas, impositivas, negativas y dolorosas que surgen son las que van elaborando un panorama de miserias e ideas que colocan al otro en el lugar de ‘aquel que me ha provocado la desdicha’.

El humano violenta a otro cuando no lo ve como igual, sino como alguien inferior (o superior que debe ser doblegado). Esta idea ha sido la que más vileza ha generado en la historia de la humanidad, desde genocidios que recordaremos hasta el final de los tiempos, hasta aquellos crímenes pequeños y ocultos. Cuestionar esa idea básica significa buscar algo más, esas razones que descansa en niveles más bajos, en el interior. Cuando se habla de soluciones integrales a nivel social, éstas se limitan al tema a la pobreza, que tiene mucho que ver, pero no puede ser la única alternativa. Esa violencia que surge en un entorno en el que se respira ‘lo negativo’ es el problema a combatir. Sin embargo, al final de toda discusión sobre este tema, lo que importa es tener la razón, ni siquiera interesa comprender al que piensa distinto: muchos de los que sostienen que la solución a la violencia no descansa solo en reprimir con más violencia (sino con intervenciones en zonas de miseria con trabajo y educación) suelen ser, irónica y lamentablemente, los mismos que profieren todo tipo de adjetivos descalificadores a quienes no comparten sus ideas.

El miedo y la razón son ese caldo de cultivo a la violencia, que nos impide a ver en el otro a un igual.

La misma violencia que ejercemos en el terreno de las ideas es la que se traduce en la praxis diaria. El discurso genera la acción que nos duele. Acabar con la violencia a través de la violencia hace que la serpiente se muerda la cola hasta la eternidad. Regreso a Kubrick (el cineasta que ha retratado y meditado la violencia en todos sus niveles) y a su A Clockwork Orange (1971), en la que el personaje principal, Álex, es expuesto a la técnica Ludovico para que deje de ser una amenaza a la sociedad (con su ultraviolencia que hasta violenta el idioma), convirtiéndolo en un ser incapaz de vivir en un mundo que le retribuye sus acciones[11]. La posibilidad se reduce, lo que importa (a breves rasgos) es la comodidad, establecer un patrón de conciencia que jerarquice a seres humanos y que excluya a quienes no formen parte de nuestros criterios (ya sea por nuestra mano o por mano de autoridades)[12].

A corto plazo la violencia se detiene con medidas que lleven a un mayor número de uniformados a las calles, con reformas a los servicios de seguridad pública, con labores de inteligencia que busquen desarticular bandas y agrupaciones criminales. A mediano plazo nos toca reconocer cuánto de esta violencia hemos provocado cada uno de nosotros como parte de la sociedad. Porque somos violencia al pagarle una coima al oficial de tránsito que nos detiene por alguna contravención (porque aceptamos el uso maniobras por fuera de la ley para llegar a nuestro objetivo). Porque ejercemos un falso derecho de pagar sueldos mínimos a los empleados, como acto de enseñanza: hay personas que son más importantes que otras. Porque aceptamos que quitarle a los que tienen más que nosotros es lo que nos queda hacer para no vivir en carencia.

Esas acciones indiscriminadas que realizamos, que sabemos que están mal, pero las asumimos desde nuestra idea equivocada de que “no somos los malos”, son las que fomentan el clima que nos encierra en nuestros pensamientos y sensaciones, en ese metro cuadrado de razón, en esa dicdatura del absurdo. Y en este ambiente de derrota anticipada, con gente que no tiene nada que perder frente al otro, las ideas y las personas que las encarnan se convierten en los pesos muertos de este mundo.

Nuestra relación con el otro está condicionada por ese malestar. Están los que temen, los que se hacen temer y los que deben hacer algo para acabar con ese temor. La bomba sigue haciendo tic, tac, tic, tac. Las ideas presionan el parietal y nos dan jaquecas.

La violencia no tiene respuesta inmediata, sobre todo porque lo más fácil es no encontrar respuesta ante ella. En el fondo, el daño al otro es la idea más precaria de humanidad que existe, y cuando hay una aparente justificación, se hace más nociva. Cuando ya se ha perdido toda posibilidad, toda respuesta, el peligro acecha.

A largo plazo lo que nos salvará es adaptarnos, más no acomodarnos. Y en esta caso la educación y un análisis de conciencia[13], a profundidad, se puede convertir en salida, para entender que el reino de esas ideas que ponen a alguien o algo por encima de los demás no es vía posible para la humanidad. La violencia no se detiene por mucho tiempo. Suele explotar porque no tiene alternativa… Si nos quedamos sentados, sólo recibiremos pedazos, despojos de otro ser, quizás, incluso de alguien cercano. Y nada habrá cambiado.


[1] Grupo armado que operó en la década de los 80 e inicios de los 90, de tendencia de izquierda, como muchos en la región, cuys objetivos estaban ligados a la justicia social y la defensa de una independencia económica frente a las potencias extranjeras. La mayoría de sus miembros fueron jóvenes de clase media y universitarios, quienes dieron varios golpes para financiar la lucha armada en la que creían. De la mano de robos y secuestros (el más sonado fue el del banquero Nahím Isaías, por quien se montó un operativo de ‘rescate’ que terminó el 2 de septiembre de 1985 con el propio banquero y varios secuestradores muertos, en lo que se presume fue un caso de abuso de las autoridades), AVC  (el resumen de sus siglas) se mantenía con su proyecto, por lo que fue ‘combatido’ por el régimen del entonces presidente León Febres Cordero con una extensa lista de violaciones a derechos humanos, entre las que se incluyen torturas y asesinatos extrasumariales. Pese a esto, AVC sobrevivió hasta que entregó las armas en 1991, en el gobierno de Rodrigo Borja. Muchos de sus miembros han ingresado a contiendas electorales en los últimos años.

[2] Diciembre de 2010. Las cifras oficiales y las que manejan la prensa difieren de tal manera, que el problema de la delincuencia adquiere otra profundidad. De acuerdo al diario El Comercio, el crimen se elevó un 29% desde enero a octubre de 2010 (con respecto al año pasado), pero de acuerdo a Miguel Carvajal, ministro de Seguridad Interna y Externa, la cifra es en realidad del 4% (http://www.ecuadorenvivo.com/2010120262677/sociedad/incremento_de_la_delincuencia_seria_este_ano_del_5_.html). El Gobierno ha implementado un plan de seguridad que incluye la salida de militares a las calles y el envío de un proyecto a la Asamblea Nacional para reformas constitucionales, alrededor de precisiones judiciales y de privación de libertad para presos. Uno de los temas más discutidos y polémicos tiene que ver con el pedido de algunos sectores de suprimir la entrada libre a Ecuador de ciudadanos extranjeros, aduciendo que luego de esta apertura de fronteras, medida tomada por el actual régimen, los delitos han aumentado (señalando particularmente a ciudadanos colombianos y a peruanos). El Gobierno ha negado esta posibilidad en numerosas ocasiones. Autoridades han declarado, inclusive, que de una población carcelaria de 12.000, sólo el 4.5% corresponde a extranjeros (http://feeds.univision.com/feeds/article/2010-11-28/ecuador-ministro-niega-relacion-entre).

[3] En Guayaquil toda familia tiene al menos un caso de algún miembro que haya sufrido un “secuestro express” (modalidad por la que se retiene a alguien en contra de su voluntad en un vehículo, se roba sus pertenencias y se la obliga a detenerse en cajeros automáticos para sacar dinero de su cuenta).

[4]Este hecho sucedió el 20 de noviembre de 2010. Al pequeño lo alcanzó una bala a la altura del hombro, comprometiendo su corazón. Murió casi de contado.

[5] Este enfrentamiento entre Nebot y Correa lleva años y parece no tener posibilidad de solución, ni siquiera en momentos en que la gente pide que dejen sus diferencias (especialmente de modelo económico y de gestión) y que trabajen en conjunto para acabar con la delincuencia.

[6] Raymond, Eric S., “El mito del hombre, el asesino”.

http://www.abstractatus.com/espanol/mito_asesino/

[7] En su ensayo, Raymond señala que para entrenadores militares es evidente que el 70% de los soldados en línea de fuego, con un arma en sus manos, no sabrá qué hacer con ella o trastabillarán al usarla, por lo que siempre es recomendable un proceso de resociabilización para dejar de lado diversos factores y disparar, por lo general, a otro ser humano.

[8] Enzensberger, Hans Magnus. “El perdedor radical: ensayo sobre los hombres del terror”. Editorial Anagrama, Colección Argumentos. Barcelona, 2007.

[9] “Las ideas como virus” es lo que le permite a Christopher Nolan elaborar el universo y la trama de su filme “Inception”.

[10] Montagu, Ashley, “El mito de la violencia humana”. http://www.nodo50.org/tortuga/La-violencia-innata-del-ser-humano. 7 de marzo 2005 (publicado originalmente en el diario El País).

[11] La película de Kubrick utilizó para su adaptación la versión norteamericana de la novela de Anthony Burguess, la que no incluye el capítulo final, el 21, en el que más que redención del personaje, lo que vemos es la comprensión y la maduración. El autocuestionamiento que no consigue destruir nada, sino la idea nefasta que se cierne sobre nosotros. Al final de la novela, hay un razonamiento y otro camino para andar.

[12] De esta reflexión se puede interpretar de manera innecesaria un rechazo a la existencia de instituciones que suelen dar la mano cuando hay personas que tienen dificultades para ser parte de una vida social: hospitales, centros psquiátricos, geriátricos, etc (que en muchos casos son recintos de comodidad para varias familias). La exclusión a la que hago referencia es aquella por la cual si hay seres que causan dolor, pues debe ser separados hasta la desaparición para que no hagan más daño, en lugar de comprender qué es lo que lo llevó a pensar en el crimen como respuesta y desdibujar esas condiciones para que no se repitan en el futuro.

[13] Ese análisis personal, que influye y determina, y uno general como sociedad, prueba de exigencia imprescindible.


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