Juan José Goñi Zabala.- Escuela de Diseño Social
Las fábulas que relatan historias
de animales han constituido en el pasado un importante instrumento para enseñar
-a los niños-, los comportamientos
aconsejables y sobre todo para establecer los elogios a las virtudes deseables y
los reproches a los actos inmorales. Lo que nos ocupa hoy no es una lección de
moral, ni mucho menos una fábula creativa. Lo que podemos aspirar a compartir
es cómo una historia real de dos lobos, en circunstancias muy singulares, puede
hacernos ver un nuevo enfoque a la forma en la que establecer las relaciones
entre personas cuidadoras y personas cuidadas.
Innovar en las relaciones es una
de las mayores formas de innovar en lo social. Podemos pensar en un nuevo enfoque
de la relación entre cuidador y cuidado, buscando un cambio en la percepción de
la dependencia o asimetría establecida. Una iniciativa más para dar respuesta a
la situación de necesidad de atención personalizada y creciente en dimensión, que
se ha de dar en los próximos años, sobre la población con un creciente grado de
envejecimiento y enfrentada a la necesidad de resolver mejorando las
correspondientes limitaciones de su autonomía personal.
La historia a la que me refiero
es la narrada hace tiempo en un programa del mundo animal en la que el cuidador
de un grupo de lobos -de un lobo-park- instalado en Antequera, se refería a la
historia casual de dos lobos con dos problemas diferentes de autonomía.
Resultaba que uno era ciego y el otro sordo. Para el primero la ceguera no sólo
le limitaba para participar de la vida social con sus hermanos, sino más bien
lo inhabilitaba para seguir viviendo con ellos. El lobo ciego sería agredido
severamente por el jefe de la manada, por no poder responder a los gestos de
poder -su lenguaje de jerarquía- que este emite a la espera de los correspondientes
códigos de sumisión que espera de todos los que dependen de él. Por otra parte,
el lobo sordo tenía otros problemas graves, aunque la falta de autonomía para
este no era de la misma gravedad. La inserción en el grupo también hacía
peligrar su alimentación regular, esta vez por la falta de respuesta a los
gruñidos que forman parte del código de comunicación frente a la prioridad en la
comida colectiva y en otros mecanismos de relación entre estos mamíferos. Los
dos tenían un problema parecido en cuanto a su incapacidad de integración y
riesgo grave de supervivencia en el grupo, pero los orígenes eran muy distintos.
La idea genial del cuidador del lobo-park, que era de hecho el jefe jerárquico
de la manada de lobos -pues estos así le reconocian y respetaban-, consistió en
hacer vivir juntos a los dos lobos inadaptados. A aquellos dos que tenían
distintas dificultades sensoriales, pero que compensaban la disfunción que el
otro poseía por la necesidad impuesta de sobrevivir. Y la idea dio buenos
resultados. La convivencia era posible y sus vidas estaban mutuamente protegidas.
Los sentidos de la vista y del oído eran poseídos en exclusiva por sólo uno de
los lobos, si bien ambos compartían otros sentidos importantes que los hacían
comunicables como el olfato, el tacto y el gusto. Principalmente los códigos
comunes del olfato y del tacto bucal les permitían resolver problemas de
localización mutua, búsqueda de comida, afecto y percepción de compañía, todas
esas cosas que les eran negadas en la sociedad de los demás lobos integrados en
la manada.
No se trata de hacer un
paralelismo con la sociedad humana -ni mucho menos-, por lo que supondría de asimilación
simplificadora con un comportamiento de animal social, y ausente de otros
valores de solidaridad, sino más bien de tomar en consideración la relación entre
cuidador y cuidado en la percepción psicológica de la persona cuidada. Hasta
ahora, la relación persona cuidada y persona cuidadora es de dependencia, porque
la persona cuidada dispone de menos recursos o alguna limitación en algún ámbito,
que la persona cuidadora no tiene y por ello le provee de dichos recursos o de
soluciones finales. La carencia se hace palpable en cada ocasión donde la
atención recuerda este desequilibrio real. Y todos sabemos que la percepción de
poder prestar ayuda a otros, el saberse potencialmente útil a otros y el poder
ejercer esta capacidad en el entorno donde vivimos, nos reconforta la
autoestima y nos predispone a sentirnos mejor.
En parte, sentirse bien con otros
es una percepción de la capacidad para la interacción social gratificante, no
es solo un hecho aislado del disfrute de deseos o de recursos. En definitiva de
lo que se trata es sentirse mejor, aunque no estemos tan bien como quisiéramos,
porque esto no siempre depende -como quisiéramos- de nosotros mismos. Esto de
no estar tan bien como quisiéramos no es cosa de la edad, porque las carencias vitales
ocurren en todas las edades, y más si cabe a partir de aquella en la que las
circunstancias de la salud imponen a la persona una serie de limitaciones
patentes. La reorientación constructiva hacia el sentirse bien entre otros,
puede estar construida sobre la capacidad de ser útil en un doble juego de
interrelación, aportación y dependencia.
Mi capacidad es la pieza que pongo a disposición de otro que actúa de manera
simétrica en la atención a mi falta de capacidad, en otro campo de las
habilidades motoras, sensoriales o intelectuales.
La cuestión que plantea esta
reflexión es si es posible, no por el afán de disponer de mas recursos -cosa
que sería evidentemente muy importante ahora que escasean-, activar la búsqueda
de modelos de apoyo entre personas con limitaciones de autonomía en campos
diferentes, es decir donde hagamos de la complementariedad un valor de utilidad
reconocida y percibida por el otro, y de esta forma incentivar el sentirse
útil, sentirse bien a pesar de no estar tan bien como quisiéramos.
Lobo ciego y lobo sordo es un
campo de innovación y de organización social que entienda el término de
complementariedad como base de un diseño social novedoso. No sólo en la
capacidad superior, reconocida y valorada por los otros, sino también ante una falta
de capacidad de otro que uno puede suplir con la propia y de manera recíproca.
Porque el sentido de la utilidad a los demás, es sin duda la mayor fuente de contenido
emocional para sentirse bien. En esta relación asimétrica en capacidades y
simétrica en posiciones, es posible reconocer en el otro una fuente de
oportunidades, para manifestar y hacer sentir el valor de las capacidades propias
que cada uno encierra en si, al servicio de los demás. Es en definitiva sacar más
valor de satisfacción en el empleo de las capacidades de cada persona dentro de
sus limitaciones, al ponerlas al servicio de otro.
Las capacidades de unos pueden
ser de valor si, quien las valora porque no las tiene, se siente bien en la
reciprocidad reconocida, de que él aporta otras capacidades valoradas por el
otro. Una nueva forma de entender la relación gana-gana tan poco habitual,
porque es vista desde la carencia y la complementariedad simultáneamente. El
campo de las limitaciones o dependencias en los espacios de la motricidad, lo
sensorial y lo mental, ofrece toda una serie de aspectos en los que puede ser
aplicable este sentido de lo complementario. Se abre un camino amplio a la
integración de la interdependencia y la complementariedad, frente a las
denostadas expresiones de la dependencia y de la igualdad.
Esto es aplicable a lo sensorial,
al conocimiento, a las habilidades sociales, a los recursos y a lo emocional de
forma que se refuerce el sentido de ser útil a otro por lo que se puede aportar
y por tanto incrementar la autoestima, casi siempre contenida y no simétrica en
una relación persona cuidadora con persona cuidada. En este caso, es esta
última quien adicionalmente ocupa casi siempre un espacio sicológicamente
inferior, muchas veces causante principal de un sentirse mal. El reconocimiento
desde los otros de una capacidad real, desplegada en acciones y hasta el
momento no valorada por nadie –pero que ahí esta-, son circunstancias
movilizadoras de un estado de ánimo positivo de un siempre deseable sentirse
bien, cuestión que debe llegar a todas las personas y circunstancias.
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