Revista Cine
En un día particularmente malo, el cantante y compositor semi-olvidado de música country Bad Blake (Jeff Bridges, con el Oscar en la mano) llega a un boliche terregoso en algún lugar de Nuevo México, le pagan la comida pero no el trago, gorrea una botella de whiskey a uno de sus admiradores, canta como puede ante un público formado por vetarros y vetarras que se saben de memoria sus canciones, güacarea en la parte trasera del tugurio y se encama a una cincuentona no particularmente guapa.
Pero también hay días buenos. Llega a Santa Fe a cantar a un sitio más o menos decente, el espectáculo sale bien, lo contacta una periodista treintañera (Maggie Gyllenhaal) que quiere entrevistarlo y hasta rechaza un seguro acostón con una cuarentona de muy buen ver. Incluso aparece la posibilidad de hacer buen dinero al hacerle de telonero de su antiguo protegido, Tommy Sweet (Colin Farrell), convertido en un super-estrella del country.
Lo malo de la vida de Bad Blake (57 años, alcohólico, con sobrepeso, divorciado en cinco ocasiones, con un hijo de 21 años que no ve desde que tenía 4) es que hay más días malos que buenos. Y los días malos, además, son muy malos.
Loco Corazón (Crazy Heart, EU, 2009), opera prima de Scott Cooper, es un melodrama viril sereno, pudoroso. Los elementos previsibles están balanceados con los no tan previsibles, aunque no haya nada realmente sorpresivo en el filme. De hecho, a ratos, es una suerte de extensión de otro melodrama similar, El Precio de la Felicidad (Beresford, 1983), con Robert Duvall encarnando a un personaje que pareciera pariente cercano del Bad Blake de Bridges -de hecho, Duvall aparece aquí interpretando un personaje secundario y es uno de los productores de la película.
El argumento, escrito por el propio director sobre una novela de Thomas Cobb, nos muestra desde el principio la grandeza y las limitaciones del protagonista. El tipo tiene talento, personalidad, encanto: su música es reverenciada por muchos y Tommy Sweet, su antiguo alumno, le expresa un respeto incondicional. Sin embargo, Bad le hace honor a su apelativo: le falta disciplina y le sobra alcohol. Un médico se lo hace saber de manera directa: "no nos hagamos tontos: usted es alcohólico y fuma demasiado; si no se muere de apoplejía le dará un enfisema o contraerá cáncer; escoja uno". En realidad, Bad ni siquiera tiene interés en elegir: entre canción y canción, entre bar y bar, entre güacareada y güacareada, se le va llendo la vida. La vida que ha elegido. La vida que ha podido vivir.
Pero este es un melodrama y, por supuesto, la oportunidad de redención está a la vuelta de la esquina: Jeanne, la periodista y madre soltera encarnada por Maggie Gyllenhaal, puede ser esa oportunidad. Incluso hasta tiene un encantador niño de cuatro años, la misma edad que tenía su hijo cuando Bad decidió abandonarlo a él y a su madre.
Pero este es un buen melodrama y, por supuesto, la oportunidad de redención no será tan sencilla. Ni tan completa. Porque sólo porque Bad estuvo montando el potro del alcohol durante tanto tiempo puede componer la canción perfecta. Pero ya es hora de saber vivir abajo de ese indomable potro que exige todo y lo exige siempre.
No contaré el desenlace de Loco Corazón. Sólo apuntaré que, de alguna manera, me gustó y no me gustó. Es más o menos cruel con Bad, pero todo debe tener consecuencias; y, al mismo tiempo, es bueno con Bad porque conserva la integridad del personaje y de la historia misma.
Cooper entrega un filme sencillo, de narrativa funcional, que descansa en su espléndido reparto, en la pudorosa historia de redención (im)posible y en la música country, bien cantada por Jeff Bridges y ¡Colin Farrell! Y algo más: la música country rifa.