Revista Moda
Paula Grande
El otro día, leí en el períodico la noticia de que una madre, esteticista ella, le ponía inyecciones de botox a su hija de ocho años para ayudarla a labrarse una carrera en el mundo del “famoseo” el día de mañana. Por lo visto, la pequeña tenía aspiraciones artísticas, y la madre, en vez de anotarla a clases de teatro, música o ballet, optó por el sistema más rápido para hacer de la criaturita una celebrity allá por el 2025: transformarla en una cara bonita que pueda ser carne de reality la próxima década.
Os aseguro que cuando vi la información, me indigné. ¿Qué sabemos de los efectos del botox sobre rostros aún en crecimiento? ¿Y de su utilización continua, durante años y años? “Los productos los pruebo en mi misma antes de inyectárselos a la niña”, se justificaba ella. Y yo pensaba: si en vez de pincharte botox en el entrecejo, te inyectaras algunas neuronas en el cerebro, seguro que te aprovechaba más.
Lo que no entiendo es porque los servicios sociales británicos no van a hacerle una visita a casa, para que deje a su niña seguir jugando con sus muñecas e imitando las coreografías de Lady Gaga sin necesidad de entrar a esa edad en una vorágine de lucha contra el tiempo. Y es que, si usa botox a los 8 años, el primer lifting puede caerle a los 18 y a los 28 probablemente parezca una de esas superestiradas mujeres de 48 que intentan, sin conseguirlo, aparentar 38.
Lo malo es que la actitud y valores de la madre se han contagiado a la niña, que cada noche, según las informaciones de la prensa, se busca “arrugas” –me parece imposible tenerlas con 8 años, pero en fin- y, si localiza alguna, le pide más botox a mamá, como otra le pediría más cintas para el pelo.
Profundizando en la noticia, leo que la madre hace a la niña una depilación integral mensual de piernas, ingles y axilas, y ahí ya alucino. Me parece morboso y malsano. Creo que ya he comentado alguna vez que no soy muy partidaria de las depilaciones totales, pero hacérselo a una niña –además, sin necesidad- es que me parece inconcebible. De hecho, yo siempre he creído que el momento de la primera depilación para las mujeres (y supongo que el del primer afeitado para los hombres) marca una especie de adiós a la infancia: los niños pueden tener bigotillo y las niñas pelos en las piernas y no pasa nada, hasta que a ellos mismos les empieza a molestar, y ello quiere decir que empiezan a verse, y quieren ser vistos, no como niños, sino como jóvenes o adolescentes. Claro que la prota de esta noticia debió dejar atrás la infancia al mismo tiempo que los pañales. Además, menuda madre más cutre: ya puestas a depilar a la cría, podría hacerlo con láser, ¿no?.
Pero la cosa no termina ahí, ya que la pequeña amenaza con solicitar una operación pecho y una rinoplastia en breve. Aunque claro, para operarse el pecho primero tendría que haberle salido, y por mucho que una quiera adelantar etapas con depilación, maquillaje y demás triquiñuelas, la madre naturaleza lleva su propio ritmo.
Además, ¿qué sabe ella cómo va a tener el pecho el día de mañana? ¿Cómo puede haber decidido operarse –para supuestamente mejorar- algo que ni siquiera tiene, ni sabe como será? Aunque estoy segura de que en esa escala de valores familiar, posiblemente sea preferible un pecho grande y artificial, como los melones que una famosa cantante, diseñadora y mujer de futbolista lució durante algunas temporadas que un pecho natural, más o menos grande, pero sin duda, bien colocado (en las adolescencia, todas están en su sitio).
Lo que yo me pregunto es que consecuencias –ya no físicas, sino mentales- tiene a largo plazo esta concentración de esfuerzos en la apariencia personal como camino hacia un éxito profesional tan difícil de conseguir.
¿Cómo se sentirá esta niña dentro de 10 años, si todo queda en una anécdota? ¿Y si –miedo me da pensarlo- consigue sus objetivos? ¿Y si cunde el ejemplo? Lo más probable es que acabe siendo una muñeca rota, con una infancia perdida y una juventud malgastada, como muchos actores o músicos que conocieron el éxito de niños.
Pero a estos, por lo menos, les queda el consuelo de saber que su talento y su gracia les pusieron en ese lugar, mientras que la pequeña de esta historia lo consiguió a razón de una inyección trimestral de toxina botulínica administrada por su madre.
Pero de los efectos perniciosos del botox (no ya mentales, sino físicos) prometo hablar otro día.
Hasta la próxima semana.
Imágenes: http://www.annegeddes.com