Se cumplen ahora trece años exactamente del estreno, el 16 de noviembre de 2001, del estreno en Praga de «Locuras cotidianas» (su título original en checo es, para los curiosos, «Příběhy obyčejného šílenství»), del autor Petr Zelenka, uno de los más afamados dramaturgos de Chequia. Ha llegado a Madrid de la mano de Carlos Be, que ha realizado la dramaturgia y dirige la función en el teatro Lara.
Se trata de una comedia disparatada, sobre un joven, Petr, que quiere recuperar el amor de su antigua novia. Alrededor de esta historia pivotan una serie de situaciones que caminan por el sendero de lo absurdo, con el amor (un amor que toma formas muy diferentes) como hilo conductor y como motor de las acciones de los desatinados personajes; desde el padre de Petr, un antiguo locutor de noticieros del régimen comunista, hasta el mejor amigo del protagonista, encerrado en casa sin querer saber nada de las mujeres y entregado a impensables maneras de autosatisfacción.
Carlos Be ha perfilado perfectamente el carácter de los personajes, con una puesta en escena que huye del realismo (no tendría sentido) y que bordea la caricatura, sin terminar de caer nunca de lleno en ella; le otorga, fiel a su título, gotas de locura. El espectáculo posee ritmo y agilidad -aunque las transiciones no sean todo lo limpias que sería de desear-, y el público ríe con ganas el divertido montaje. El reparto, por su parte, es efectivo, y todos se ajustan al tono que exige el montaje, especialmente Esperanza Elipe (en el papel de la desequilibradamente cuerda madre del protagonista), Alfonso Torregrosa (el casi siempre apocado padre), y David González (que brilla en el papel del timorato prometido de la exnovia). Completan el elenco Fran Arráez, Carmen Mayordomo, Pepa Rus y José Ángel Trigo.
El montaje de «Locuras cotidianas», como les ocurre a todos los «realquilados» del Lara -que se ven obligados a respetar la escenografía del montaje principal que ocupa el escenario, en estos momentos «Burundanga»-, no puede, por esta razón, respirar convenientemente. No es problema de la dirección, sino de las circunstancias y de una programación sobrecargada. Puedo entender a los responsables del teatro, que quieren, en estos momentos de crisis, sacarle el mayor partido posible al escenario con varios montajes a la semana. Ignoro si eso les trae mayor número de público, y si es un sistema rentable; supongo que sí lo es y por eso lo llevan a cabo. Pero deberían, en cualquier caso, cuidar más tanto a las compañías como al público. Y me explico: el espectáculo estaba programado a las diez de la noche, pero como después de «Burundanga» hay que preparar en tiempo récord la sala y el montaje de «Burundanga», no se permitió la entrada del público hasta las diez y cuarto; y algo similar ocurría con el montaje del «off», con lo cual se formó una larga e incómoda (además de fría) cola en la calle. No es que sea un grave inconveniente, pero no está la situación del teatro en condiciones de «maltratar» a los espectadores, sino todo lo contrario. Creo que los responsables del Lara, tan ejemplares en otras cosas, deberían reflexionar sobre esta situación.